Journal of Catalan Studies/Revista Internacional de Catalanisme

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La cultura catalana del destierro mexicano en cuatro tiempos

Teresa Férriz Roure
Universitat Autònoma de Barcelona


Los estudios sobre el exilio republicano español en México gozan hoy de buena salud. Historiadores, antropólogos, estudiosos de las artes y las letras, a uno y otro lado del Atlántico, están trabajando en su reconsideración crítica a partir de fuentes y materiales hasta ahora inéditos, así como de nuevos métodos de análisis que permiten superar los tópicos y las reiteraciones. De todas formas, uno de los campos de estudio todavía más necesitados de atención lo ofrecen las diversas comunidades que llegaron a México como parte del exilio republicano. Naturalmente, ninguna monografía sobre éste ha excluido, por el mero hecho de serlo, a gallegos, vascos o catalanes, pero son pocos los análisis que han entendido sus propias prácticas culturales como un proyecto de redefinición colectivo sustentado en el intento de reconstruir, a partir de la específica condición de exilio, de lo que Benedict Anderson ha denominado una "comunidad imaginada".

Gracias a esas prácticas culturales, los catalanes desterrados —la comunidad a la que voy a referirme a continuación— construyeron una nueva formación ideológica que los acercaba, en muchos aspectos, al resto de los republicanos, pero los distinguía también de ellos: fueron organizando, como las demás comunidades, sus "representaciones colectivas" de la realidad —en el sentido propuesto por Roger Chartier— y el análisis de éstas ha de permitirnos reconstruir una visión del destierro catalán sincrónica —en tanto podemos recoger los argumentos en el momento de su gestación— y, al mismo tiempo diacrónica, desde nuestra perspectiva privilegiada de investigadores, que nos permite percibir su evolución. (1) Entre todos los discursos posibles, las polémicas, el diálogo y el planteamiento de propuestas comunes articuladas a través de la prensa periódica, visibles tanto en el contenido como en las formas discursivas de cada revista, ofrecen un campo de análisis privilegiado.

Así podemos, como ha hecho Luz Rodríguez-Carranza en trabajos sobre la prensa latinoamericana, entender las publicaciones como parte de un discurso social amplio, donde las manifestaciones discursivas interactúan entre ellas y los "productores de cultura" (el término es de Alejandro Losada) se reconocen y son reconocidos como parte de un proyecto cultural amplio. (2) A partir de esta propuesta metodológica y el acopio de información que inicié hace unos años realizando, con un minucioso programa de tratamiento de datos, los índices completos de 26 revistas culturales del exilio, y la recopilación de las colaboraciones de los desterrados republicanos en 10 publicaciones literarias mexicanas y en los tres principales suplementos culturales de México, me he propuesto acercarme a la comunidad catalana a partir de los múltiples discursos contenidos en su prensa.

En el futuro, y dado que mi base de datos de más de 14.000 artículos clasificados temáticamente, por autor y por palabras- clave aporta los materiales básicos, quisiera ampliar el proyecto a la totalidad de las revistas culturales del exilio republicano en México, y a su inserción en el México intelectual del momento. A continuación ofrezco un avance de este trabajo, donde me limitaré a presentar algunas hipótesis provisionales sobre la conformación de las revistas del destierro catalán y apuntar esquemáticamente algunos caminos que abren vías para la comprensión de las "representaciones culturales" comunitarias. Para hacerlo, me referiré a ocho revistas en catalán y sus números editados en cuatro años distintos, correspondientes, a su vez, a cuatro etapas diferentes del exilio político: 1943, 1946, 1958 y 1967.

La coincidencia en cada año de dos de ellas, y la separación entre las fechas, me permiten marcar la evolución de algunos puntos fundamentales del proyecto cultural del común espacio social en que se insertan. Al mismo tiempo, me facilitan un acercamiento al modo en que las mismas publicaciones veían su aportación a este proyecto, y cómo articulan discursos diferentes, que dialogan entre sí, se interpelan y las legitiman a partir de la selección de algunos de esos puntos fundamentales. (3) La polifonía de las voces enunciadoras de estos discursos —sean estas "marginales" o "integradas", en el sentido propuesto por Edward W. Said— establece puentes entre una y otra publicación, ofreciéndonos un verosímil mapa del exilio donde lo más significativo no son los textos independientes, sino el archipiélago que forman, es decir, el sistema de relaciones establecidos entre sí. (4)

Voy, a iniciar, mi breve recorrido en un primer tiempo: 1943, con la Revista de Catalunya, iniciada en Barcelona el año 1924 para promover una acción política ligada a la renovación de la cultura nacional. Refundada en diciembre de 1939 en París, se edita allá hasta que la guerra mundial interrumpe su edición. Al igual que otras instituciones culturales oficiales como la Fundación Ramon Llull o intelectuales del prestigio de Josep Carner, se traslada a México donde reaparece en un número triple correspondiente a los meses de enero, febrero y marzo de 1943. No se advierten cambios en este reinicio, puesto que se mantienen los temas, el aspecto formal (la portada, la tipografía), así como la disposición interna de materiales: ensayos de tema histórico, filosóficos, literarios, de divulgación científica, notas bibliográficas, crónicas de la Fundación promotora de la revista y, como en números anteriores, fragmentos de autores de la tradición que sirven, entre otras funciones, para difundir la idea de catalanismo rectora en la Catalunya de la segunda década del siglo. (5)

Los colaboradores de esta triple entrega ya pertenecían, en su mayoría, al Consejo de dirección de la Revista de Catalunya e integraban el selecto grupo de intelectuales catalanes que, desde los años de la República, habían aceptado cargos públicos de responsabilidad. El traslado a México, no obstante, permitió la entrada en la publicación de catalanes más jóvenes que difícilmente hubieran accedido a ella en condiciones de normalidad (aparecen, de todas formas, en secciones menores, como las bibliográficas) y acentuó la necesidad de proyección universal en que la élite de la intelectualidad desterrada fundó el sentido de continuación de su comunidad, en el exterior. Así lo expresaba Josep Carner en su reseña a Última Tule de Alfonso Reyes, dentro de una nueva sección dedicada, significativamente, a las letras hispanoamericanas: "tenemos la suerte de ser un pueblo demasiado pequeño para poder subsistir sin espíritu de universalidad y exigencia de perfección. Y nuestra esperanza ha de ser solidaria de la de estos pueblos americanos..." (99-100-101, p. 189).

Otros apartados referidos a las letras francesas, anglo-americanas, incluso a las de otras nacionalidades de la Península como la vasca, refuerzan esta proyección que, en cierta medida, venía a justificar una alianza política como la de la Junta Española de Liberación, fundada en diciembre de 1943 con el apoyo de distinguidos colaboradores de la Revista de Catalunya: el impulsor, Antoni M. Sbert, y Pere Bosch-Gimpera. Su discurso, a pesar de estos cambios coyunturales, nunca abandonó el compromiso con el poder que la había gestado, y los textos impresos oscilan entre el desconocimiento de los problemas reales del desterrado y la reflexión institucional sobre la guerra de España, entre la adhesión al pacifismo que Vives o Llull representan y el autoelogio por la obra editorial en el destierro, ajeno a toda crítica objetiva.La Revista de Catalunya, pues, se presenta como la constatación de que la obra de cultura catalana sigue en marcha —de ahí la numerosísima lista de adhesiones de un centenar de nombres pertenecientes a catalanes de Europa y América— e ignora aquello que, en realidad, afirma con su propuesta: la desunión entre sus compatriotas, que encuentra su correlato en la paralización de las actividades políticas oficiales.

El reiterado propósito de apoliticismo y la voluntad de aglutinar a "todos los catalanes y amigos de Catalunya, que tengan la generosa voluntad de contribuir a ella, según su capacidad y sus medios" (99-100-101, p. 6), muestra el estancamiento de las instituciones, niega el diálogo con las voces disidentes, sean estas del exilio o del interior, y acepta como interlocutora tan sólo a la misma publicación que continúa temática y formalmente, más un símbolo del pasado que una realidad del presente.Algunas de esas voces marginales, en septiembre de ese mismo año (es decir, unos cinco meses después), se agrupan en torno a una revista que recoge la orientación de la desaparecida Full Català: Quaderns de l'Exili. Aquí el compromiso con un proyecto de nación ha variado considerablemente y, desde una posición crítica, se niega la política cultural defendida en la Revista de Catalunya.

Lluís Ferran de Pol, en términos fácilmente identificables por sus coterráneos, comentaba cómo la cultura no creaba a un país, sino que era uno de sus resultados, y, además, no servía para defenderlo si se encontraba amenazado. (6) Desde Quaderns se niega, pues, la posición de la élite intelectual y política catalana, la de los gestores republicanos, y se promueve una alternativa novedosa, dentro de un discurso independista que propugna la unión de las regiones donde se habla catalán, la organización de un ejército propio, la defensa de una cultura humanizada, un proyecto de igualdad social.

El comentario al número mexicano de la Revista de Catalunya no se hace esperar y en el "Propósito" inaugural de Quaderns de l'Exili se la define como de "altos estudios", alejada, por tanto, de todo compromiso útil. Esta y otras críticas del mismo tenor, explicables por posiciones políticas muy dispares, no impiden que ambas publicaciones se reconozcan como parte de un mismo proyecto común, en un acto de solidaridad continuado a lo largo de los años. El "Propósito" con que se presenta Quaderns no ofrece ninguna duda sobre su proyecto político-cultural ni con la revista con la que dialoga, su antecesora Full Català, donde se había formado el grupo impulsor de la nueva publicación, homogéneo a causa de sus posiciones políticas, su filiación social e intelectual (ninguno es un "hombre importante", afirman como declaración de principios ellos mismos [1, p. 1]), y la voluntad de mantener una propuesta de acción conjunta y coherente. (7)

Además de negar un catalanismo populista o ligado a la ortodoxía de partido, Quaderns reconoce un aspecto fundamental que la diferencia de otras muchas publicaciones del destierro coetáneas: la imposibilidad de trasladar la patria al exilio, dados "unos límites inmutables y que está anclada en el espacio geográfico y lingüístico que la historia ha fijado" (1, p. 1). El grupo de Quaderns tiene fija su mirada en Catalunya, no en el gobierno catalán en el exilio, y a su historia le dedica prácticamente la mitad de los artículos aparecidos en 1943. (8) La esperanza en el retorno planea en todos los numeros, donde se seleccionan los aspectos de una historia cultural común reforzadora de la propuesta política de unidad catalana—valenciana—balear y se continúa un proceso mitificador que convierte a nombres como Macià o Companys en símbolos capaces de aglutinar a una parte importante del destierro republicano.

Prácticamente ningún texto de creación literaria aparece en los cuatro números de 1943 (tan sólo encontramos un cuento de Riera-Llorca en el primero [1, p. 8-9]), a diferencia de la anterior Full Català, donde abundaba la literatura. Incluso la crítica bibliográfica se muestra más coherente con su compromiso político y no duda en centrar su atención en libros testimoniales de la experiencia concentracionaria como Xabola de Agustí Bartra y Diari d'un refugiat de Roc d'Almenara, o en censurar a antiguos amigos o maestros respetados cuando se cree que éstos han traidicionado sus ideales. La crítica de Lluís Ferran de Pol al Misterio de Quanaxhuata, obra de Carner escrita originalmente en español, inserta a Quaderns en una discusión sobre la lengua, fundamental en las revistas del destierro, y que me permite ligarla con el segundo momento: 1946.

La propuesta de unidad lingüística y la consolidación de una lengua literaria dan sentido a los inicios de Lletres, una revista aparecida en 1944 que, con periodicidad irregular, ha publicado ocho números en mayo de 1946. Eminentemente literaria, de creación y crítica, no nace con la idea de hacer política de exilio ni tan siquiera informar sobre él (la única referencia, en este octavo número, a la obra cultural desterrada es un anuncio del certamen literario Jocs Florals, la única empresa colectiva que reconocieron todos los catalanes, de dentro y de fuera). Tampoco tiene puestos sus ojos en la situación de la Península sino es por la cuestión literaria: sus promotores piensan tanto en recuperar la voz del interior como en escribir para el lector peninsular, presente o futuro. (9)

Esta orientación provocó fuertes censuras entre el destierro intelectual, como la crítica de José Ignacio Mantecón aparecida en su importante sección "Revista de revistas" de la Revista Mexicana de Cultura de El Nacional, donde lamentaba la reproducción en Lletres de textos de mediana calidad, procedentes del interior, que poco o nada aportaban al ámbito literario propio, pero evidenciaban una posición política "desastrosa y detestable", de "nacionalismo rural" (RMC, 30, 26-X-1947, p. 12). Agustí Bartra, el impulsor de Lletres, forma en torno a él un grupo homogéneo integrado por su mujer, Anna Murià, y algunos amigos con quienes compartía posiciones estéticas comunes: Pere Calders, quien además de publicar numerosos cuentos y ensayos se encargó del apartado gráfico de la revista, Tísner, Joan Roura-Parella, Josep Roure-Torent, Mercè Rodoreda, Jordi Vallès, los jóvenes Ramon Xirau y Manuel Duran, etcétera. Prácticamente ninguno de ellos, a pesar de su mayor o menor grado de politización personal, participaba de las luchas institucionales o de partido y, en su posición marginal del poder político, instituyeron un nuevo poder, el literario.

Las voces de Lletres se convirtieron en el centro de las letras catalanas en México, y sus logros y preocupaciones continuarán, en los años sucesivos, expresándose en la "Gaseta de Lletres", el suplemento literario que Tísner incorporó temporalmente a La Nova Revista, en Pont Blau, en la revista unipersonal de Pere Calders, Fascicles Literaris, y en las editoriales catalanas más importantes del destierro. Una y otra vez, los escritores que giran en torno a la figura aglutinante de Bartra reiteran, con su obra de creación y las numerosas traducciones, la voluntad de seguir el magisterio de los creadores de una lengua literaria moderna, como Carner o Riba, defendiendo la visión del artista comprometido únicamente con su arte: no en vano, la sentencia de Yeats "una cosa de belleza es una joya para siempre", encuentra un lugar de privilegio en esta octava entrega de la publicación.

Cuando en 1948 los Bartra parten hacia Estados Unidos con una Beca Guggenheim la revista desaparece, pero la propuesta de los colaboradores de Lletres continúa, como decía más arriba, en otras publicaciones o suplementos literarios muy concretos. Enero de 1946 ve el nacimiento también de La Nostra Revista que, con el buen hacer editorial de Artís Balaguer, se convierte en una de las publicaciones más importantes del destierro, por su continuidad y la amplísima nómina de escritores publicados, de todas edades y tendencias. Estos se acogieron a la propuesta de una revista heterogénea, de amplio criterio, destinada, en palabras de su impulsor, a ofrecer una alternativa al excesivo protagonismo de los poseedores de una verdad "única" (la referencia a Quaderns de l'Exili no puede ser más clara). (10)

Nos encontramos en el primer año de funciones de un gobierno catalán en el exilio pretendidamente de consenso, correlato de la voluntad colectiva de hacer coincidir esfuerzos y propiciar un entendimiento entre partidos. Artís Balaguer ofrece su revista a quien desee expresar "su opinión sobre nuestros problemas —pasados, presentes y futuros—... sin otra limitación que la tolerancia por las ideas del prójimo y el elemental respeto al buen gusto literario del lector" (ibídem). En este sentido, los doce números de su primer año de vida incorporan sobre todo ensayos sobre historia de Catalunya, tanto la del interior como la del exilio —retratada magníficamente en la sección humorística "El Pla de la Calma" elaborada por Tísner—, y reseñas bibliográficas sobre la obra cultural realizada a uno y otro lado del Atlántico, de intención didáctica casi siempre.

La información, de fuera y dentro (esta última reelaborada a partir de cartas, sobre todo, de familiares y amigos en secciones fijas como "La vida a la Catalunya subjugada" y "Noticiari general de l'interior"), iniciaba un proceso sincero de acercamiento a los catalanes de la Península, liberado del paternalismo implícito en los Quaderns. A partir de ese momento, y a pesar de sus posiciones distintas, la mayoría de las publicaciones del destierro seguirán el ejemplo de Artís. Este reconocimiento de la existencia de una comunidad catalana única, en la fecha tan temprana de 1946, señala otro de los caminos fundamentales que articularán los discursos contenidos en la prensa cultural catalana: la polémica entre la necesidad de anteponer la eficacia al ideal —o, en otras palabras, la aceptación de un regreso aunque fuera vergonzante— y la voluntad de mantenimiento del catalanismo combativo desde el exterior. Artís, a pesar de su voluntad conciliadora, se orienta por la segunda posición y, pocos meses antes de su muerte, todavía critica la inconsecuencia de quienes más se las habían dado de antifascistas y, a la hora de la verdad, "fueron los primeros arrepentidos en desembarcar en la Puerta de la Paz amparados por un visado del señor Ibáñez, extendida previa confesión de errores políticos y reconocimiento de las excelencias del régimen que acataban" ("La Conferencia Nacional Catalana", LNR, 67-72, julio-diciembre 1953, p. 65).

Quizás por ello, su revista obtuvo el beneplácito de toda la comunidad republicana, incluso la de habla española, habitualmente tan crítica con la edición en catalán, a la que tachaba de excluyente. Desde el suplemento de El Nacional ya citado, Ignacio Mantecón comentaba: "continúa su magnífica trayectoria esta Revista, con este número que, como los anteriores, supone una dedicación y un esfuerzo dignos de estímulo, ya que representan eficazmente el pensamiento y la cultura en lengua catalana, sin ese matiz esquinado y agresivo que en otras publicaciones, de menor importancia, hemos notado" ("Revista de revistas", RMC, 62, junio de 1948, p. 12).

En el campo de la creación literaria, el poco estricto criterio de calidad propuesto por Artís implicó la publicación de numerosos escritores, muchos de ellos aficionados, que se sumaban a los antiguos colaboradores de Lletres quienes, en los años sucesivos, se aglutinarán en torno al hijo de Artís Balaguer: Tísner, y a Pere Calders. Nos encontramos ya en el tercer tiempo: 1958, año en que coinciden La Nova Revista y Fascicles Literaris. La primera continúa los planteamientos comunes de La Nostra Revista, pero se distancia de ella a causa de la revisión crítica del destierro y sus expresiones culturales que la antecesora no había planteado, preocupada como estaba por instituir una comunidad catalana única, de dentro y fuera.

Tolerante y hasta cómplice en los textos de Tísner, pero radical y sin concesiones en artículos como los de Anna Murià aparecidos en el suplemento "Gaseta de Lletres", La Nova Revista abrió las puertas a un autoanálisis muy productivo y, en el campo estricto de las letras, seleccionó mucho más su obra de creación e inició una crítica alejada voluntariamente del impresionismo habitual, gracias a la ayuda de críticos del interior como Rafael Tasis. Un repaso por las colaboraciones de La Nova Revista, en 1958, muestra la inexistencia de una propuesta de grupo: no hay ningún editorial o texto programático de la redacción, aspecto este que refleja indirectamente la aceptación de lo inoperante de la política del destierro. El compromiso que había impulsado a Artís Balaguer a iniciar su antecesora, en 1946, ya ha desaparecido, quedando tan sólo una propuesta revisionista, expresada en textos como "La missió dels centres catalans" donde se replantea el futuro de la que se ha tornado emigración.

El reconocido fracaso del exilio pone la mirada de más de la mitad de los textos en Catalunya, pero ya no con el afán de ridiculizar la política franquista, sino para interesarse por lo cotidiano (la ciudad de Barcelona, el estado de la educación...), aquello que puede llamar la atención a quien pretenda retornar a la Península. En el campo de la creación literaria, especialmente caro a Tísner, encontramos numerosos textos poéticos y memorialistas evocadoras de la tierra, pero quizás lo más destacable desde el punto de vista polémico sean los artículos dedicados al "problema" de la lengua literaria, el mismo que había impulsado a Pere Calders a iniciar, en septiembre de ese mismo año, una revista unipersonal donde encontrasen eco sus preocupaciones estéticas y se recogiera su obra literaria, en el momento de su creación: Fascicles Literaris.

De los 15 textos editados en los cuatro números de 1958, Calders dedica 7 a la reflexión lingüística estableciendo así una unión con sus antecesoras Lletres y, sobre todo, "Gaseta de Lletres". El autor niega, al mismo tiempo, la posición de Riera Llorca al frente de Pont Blau, para quien la consolidación de una lengua literaria única (respetuosa, pero no tolerante con los dialectalismos) no resultaba prioritaria. Las preocupaciones estéticas del creador literario privan, naturalmente, sobre cualquier otra consideración, y Calders se une a quienes comparten sus ideas en cuanto al uso de un catalán literario y la relectura de una tradición literaria común, no exclusiva del exilio.

Y así hemos llegado hasta 1967, el cuarto tiempo. La revista Xaloc, la última de lengua catalana en México, se ha convertido enteramente en una revista de emigración, meramente testimonial e informativa, y, como tal, su perfil difiere del de sus antecesoras, a excepción de Pont Blau a la que su iniciador Ramon Fabregat, común a ambas, hace parecer formalmente. Nos encontramos ahora con una publicación que llega a Catalunya y en la que el emigrado busca ante todo información en dos direcciones: hacia la patria de origen y hacia el interior del grupo. Las preocupaciones de los lectores son, ahora, las de quien quiere estar enterado de qué sucede en su tierra natal y busca, asimismo, conocer las actividades que organizan sus connacionales en el exterior o aprender algo más las relaciones histórico-culturales entre Catalunya y América.

La noticia de homenajes y necrológicas se suceden junto a las notas bibliográficas de cuanto se publica en el exilio y, sobre todo, en Barcelona; reseñas éstas realizadas en numerosas ocasiones por antiguos miembros de la comunidad exiliada, que las mandan desde la Península. Retornados igualmente la mayoría de los escritores, cada vez se imprimen menos textos de creación y en muchos números ni tan siquiera aparece ninguno. La Revista de Catalunya, la otra publicación editada ese año en México, aún menos puede considerarse una obra de exilio. Su discurso ya no pertenece al destierro americano, puesto que ha sido elaborada íntegramente en Barcelona, con colaboradores de allá y unas preocupaciones compartidas por la reconstrucción de la historia nacional ninguneada por el franquismo. Tan sólo un artículo se refiere a la emigración, y en él resulta decisivo el distinto enfoque: el de un retornado. La impresión de este número en la ciudad de México da fe de cómo la resistencia había pasado ya definitivamente a la Península, aunque el apoyo de los catalanes del exterior, en calidad individual, siga vigente.

Doy por terminado ya este brevísimo viaje por el archipiélago de publicaciones catalanas del destierro. Me han quedado numerosos puertos que visitar, cada uno de ellos rico en discursos y en relaciones con los demás, pero, a pesar de las inevitables generalidades, espero que este avance provisorio de un estudio más ambicioso haya mostrado cómo los reflejos discursivos de la realidad que nos proporciona la prensa periódica se interrelacionan entre ellos y ofrecen numerosas pistas para aprehender las distintas "representaciones colectivas" de las comunidades del destierro. Sin duda, con el análisis exhaustivo de todas sus revistas podremos entender mejor cómo se veían los desterrados, a ellos mismos y entre sí, y confrontar estas imágenes con las que nosotros tenemos de ese sujeto social; un sujeto que, en un momento decisivo de la historia, tuvo que aprender —como decía Carlos Blanco Aguinaga— a "reconstruirse". (11)