8/1/16 · Estudios de Artes y Humanidades

iTunes, clave en el cambio de paradigma del consumo musical

9 de enero de 2001. Si volviéramos en el tiempo a esta fecha y analizáramos el consumo musical que hacíamos hace quinze años, seguro que encontraríamos colecciones de CD y vinilos llenando los muebles de nuestros hogares, casetes en el caso de los más nostálgicos, aparatos reproductores analógicos reverenciados, un presupuesto mensual de inversión en música bastante superior al actual y también un sector de consumidores, el más avanzado tecnológicamente, que ya había pasado por Napster o intercambiaba archivos peer to peer con su ordenador.
Flickr: Johan Larsson / (CC)

Flickr: Johan Larsson / (CC)

Es interesante hacer este ejercicio porque este sábado hará quince años del lanzamiento de Apple al mercado de la plataforma iTunes. Lo hacía justo cuando empezaba el declive de ventas de la industria musical, que venía de una década dorada, la de los 90, con grandes beneficios generados por la transición del LP y el casete al CD.


Irrupción de la digitalización

Pero, según explica el profesor de los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC Roger Martínez Sanmartí, «en el cambio de milenio la combinación de digitalización, compresión y banda ancha de internet hizo añicos este modelo de negocio» y añade «cambió el mundo de la música de arriba abajo. Desde Napster en 1999 los cambios no han hecho más que sucederse a una velocidad de vértigo».


iTunes: Un modelo nuevo y antiguo al mismo tiempo

La compañía de Steve Jobs lanzó iTunes como apoyo de su ordenador. Más tarde llegaría el iPod y se irían ampliando sus prestaciones, catálogo, productos... Para Martínez Sanmartí, «iTunes creó un formato antiguo y nuevo a la vez: novedad porque introducía la posibilidad de comprar canciones individuales a un precio que rondaba el dólar y porque eliminaba el soporte físico tradicional en forma de disco o CD; pero antiguo porque mantenía un precio similar a los CD y también perpetuaba la idea de compra y propiedad del archivo musical, en el sentido de que la música se tiene que poseer y almacenar, aunque sea en el ordenador».

El éxito de ventas del Ipod y más tarde del iPhone y el iPad, la usabilidad, una estructura clara de precios y el acuerdo con las principales discográficas como EMI, Universal, Warner Bros, Sony Music Entertainment y BMG para construir un catálogo atractivo, hicieron el resto. En su lanzamiento el catálogo llegaba a doscientas mil canciones, ahora supera los millones de títulos, se ha diversificado a series y películas y ha creado una nueva economía de las aplicaciones. El éxito ha sido tan grande que con una cuota de mercado de las descargas legales del 60 %, muchos interpretan que roza el monopolio.


Cambio de paradigma

Pero el cambio en el consumo musical no se puede entender sin todo un ecosistema del que iTunes sería solo una parte: hablamos de servicios que ya existían o aparecerían más tarde como Youtube, MySpace, Last FM, Deezer, Grooveshark, Pandora o Xbox Music, con el añadido del intercambio de archivos.

La irrupción de todos estos servicios ha provocado un cambio de paradigma que Martínez Sanmartí analiza de la siguiente manera: «cualquier consumidor actual de música espera, como apuntó Mary Madden en 2013 en The State of Music Online: Ten Years After Napster, un coste cero de la música, o como mínimo cercano a cero; que la música sea portable en cualquier aparato; que sea móvil y con un acceso sin cables; que se pueda escuchar cualquier canción que haya sido grabada; y que se pueda utilizar y mezclar libremente la música que se escucha».


Del "tener" al "acceder", el paso de iTunes a Spotify

Y de la propiedad y el almacenamiento de la música planteados por iTunes pasamos al otro gran modelo de nuestros días, el que plantea Spotify: el acceso a la música en la nube. Spotify, según el profesor de la UOC, da un paso más allá respecto a iTunes porque «no se fundamenta en la propiedad de la música, propiedad que perpetúa aquel marco mental del consumidor de música de los 90 que colecciona música para tenerla bajo custodia, sino que da un paso más allá y se focaliza en el acceso y la conectividad: la música no se "baja" ni se "tiene" sino que "se accede" a ella».


El papel de la industria

La industria ha tardado mucho en reaccionar a todos estos cambios y por el camino ha perdido millones de dólares. Han sido años de batallas judiciales y de criminalización del simple intercambio de archivos entre particulares, o de las descargas. Años en que no ha intentado encontrar un modelo de negocio alternativo a la venta del soporte físico. Quien lo ha encontrado, aunque sea parcialmente, han sido terceras empresas como Apple, Google o Spotify.

Pero el debate va mucho más lejos. Según Martínez Sanmartí, «el hecho de que la industria haya optado por criminalizar a los consumidores en lugar de promocionar un vínculo moral entre creadores y sus públicos ha desvirtuado totalmente el debate sobre el acceso a la música y la razón de ser de toda ley de propiedad intelectual, que no es solo recompensar a los autores (o a la industria), sino encontrar el equilibrio justo entre esta protección de los creadores y otra protección, la de los derechos de los ciudadanos a acceder a las creaciones culturales».


Cómo ha cambiado nuestra experiencia de consumo musical

Martínez Sanmartí destaca cuatro cambios particularmente relevantes en el consumo contemporáneo de música: «la aparente desmaterialización del consumo de música, ya no identificamos el momento en el que compramos un disco, lo escuchamos y ya está; la desaparición del fetichismo sobre el objeto porque no hay objeto y sí diversos reproductores; la transformación del papel de las categorías y unidades musicales porque ya no vemos el disco como una unidad, tampoco los géneros como compartimentos estancos: la experiencia es más promiscua y fragmentada. El experto también asegura que hay una «diferente vivencia del tiempo y el espacio porque con un par de clics disponemos de la música hecha en todo el mundo, ahora y antes, sin necesidad de que viajen ni personas ni objetos, solo bits».

Finalmente, también se observa un impacto en la tensión entre corriente mayoritaria y periferias alternativas: paradójicamente la división entre el mainstream y los artistas minoritarios, a pesar de la facilidad de acceso a toda la música, no solo la más comercial, no ha disminuido sino que está aumentando. Con la gran caída de los ingresos de la industria, «vemos que los artistas independientes hoy lo tienen mucho más crudo que hace unos años para poder vivir de la venta de música», concluye.

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