21/9/17

La falta de educación emocional de los hijos puede poner en riesgo su salud mental

Foto: unsplash

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Educar las emociones de los hijos influye directamente en su salud mental. En los últimos años este aspecto educativo se ha introducido en las aulas y paulatinamente también está entrando en las casas. Sin embargo, ¿están los padres formados para educar en emociones a los más pequeños? ¿Qué pautas deberían seguir? ¿Cuáles son los principales errores que cometen?
 
«Educar en emociones a los niños pasa, en primer lugar, por educar a los mayores. Una buena educación en este ámbito garantiza una buena salud mental», deja claro Noemí Guillamón, directora del máster universitario de Psicología Infantil y Juvenil de la UOC, que empieza este octubre. De hecho hay muchos estudios y publicaciones, como La familia como factor de riesgo en psicopatología infantil de J. Toro, que avalan científicamente que la buena salud mental de los padres está directamente relacionada con la de los hijos. «Si los padres tienen recursos para afrontar los problemas del día a día, tendrán más disponibilidad para atender a sus hijos. En cambio, si están más inmersos en sus dificultades en el trabajo, en la pareja, en la familia o personales, difícilmente tendrán espacio y herramientas suficientes para educarlos en sus emociones», puntualiza.
 
Desde pequeño, añade, hay que educar al niño a sentir la emoción, situarla en el cuerpo y ponerle nombre: alegría, tristeza, rabia o miedo. «Este paso ayuda a gestionar lo que le ocurre en la interacción con el mundo. Pueden sentir miedo ante las cosas que no conocen o rabia si no les salen como quieren, pero si saben reconocer lo que sienten y tienen un adulto al lado que les ayude, es más fácil que después aprendan a hacer algo ante esta emoción», ejemplifica.


No hay que dejar solo al hijo

Según la experta, actualmente los adultos aprenden sobre la marcha a educar emocionalmente a los hijos. Los cursos, los talleres o los libros los ayudan. «Si piensan que tienen dificultades, siempre pueden pedir a un profesional que los acompañe en este camino», apunta. ¿Pero cuáles son los pasos que deben seguir para hacerlo bien?
 
El primer paso es tolerar todas las emociones, tanto las positivas como las negativas. Según la experta, para algunos adultos puede ser fácil aceptar la alegría de los hijos, pero, en cambio, puede representar una dificultad tener que dar espacio a la tristeza, el miedo o la rabia. «Todo lo que sentimos es válido y tiene razón de ser; por lo tanto, no debemos frenar a un niño si llora o está triste, o reñirle porque se enfada o tiene miedo».
 
El siguiente es no dejar solo al hijo con esta emoción. Si el niño está triste o enfadado o tiene miedo, se aconseja que el adulto esté a su lado, porque le transmitirá seguridad y confianza. «Los padres pueden ser unos grandes “contenedores” de las emociones de los pequeños. Muchas veces es más tranquilizador y nutritivo para un niño que el adulto lo abrace mientras llora, o lo acaricie mientras siente miedo, que dedicar espacio a la elaboración cognitiva de lo que ha ocurrido, ha hecho o ha sentido en plena explosión emocional. Dependiendo de la edad y del nivel madurativo del niño, una vez se ha calmado, sí puede ayudar hablar de lo ocurrido», añade.
 
Por último, los adultos deben tener su espacio para sentir sus propias emociones. «Vivimos en una sociedad donde todo va cada vez más rápido, y no nos damos espacios para parar, descansar, llorar, reír o soñar. Si no lo hacemos nosotros, es muy difícil que nuestros hijos lo aprendan a hacer. Está bien dedicar un tiempo para desahogarnos solos, con la pareja o con los amigos, para descansar, para realizar una actividad deportiva que nos guste o para pedir a alguien que atienda a los niños mientras tomamos una ducha de más de un minuto. Esto no significa desatender a los hijos, sino invertir en salud mental para tener más disponibilidad para ellos y poderlos cuidar mejor», deja claro Guillamón.
 
 
Los tres errores más comunes de los padres

Según la experta, muchas veces lo que acaba funcionando a los padres lo han aprendido a base de ensayo y error. Hay tres equivocaciones, pero, que son las que más repiten. La primera es creer que los pequeños aprenden la gestión de las emociones solos. «Esto no funciona así. Hay que dedicar un tiempo a enseñarles esto», apunta la experta.
 
La segunda es tomar como válido el modelo de cómo afrontar los problemas que nos enseñaron los padres. «Hay que cuestionar si este es el modelo que queremos enseñar a los hijos, si nos sirve o es mejor cambiarlo», recomienda Guillamón.
 
Y la tercera es no poner límites o no intervenir cuando la reacción emocional del hijo puede poner en peligro su salud o la de otro niño, por ejemplo, si pega al hermano. «Los niños necesitan límites para saber hasta dónde pueden llegar. Estas pautas les dan seguridad y un contexto y les enseñan mucho sobre lo que pueden hacer y lo que no, y lo que está bien y lo que no», concluye la directora del máster universitario de Psicología Infantil y Juvenil de la UOC.
 

Expertos UOC

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