Rápido, rápido. No hay tiempo que perder
Joan Cornet Prat

Consejero de Política Social de la Comisión Europea
Consultor de la UOC
jcornetp@campus.uoc.es


Resumen: En un mundo en cambio permanente, urge la necesidad de orientarse y de tener la información adecuada. Existen numerosas fuentes de información acerca de las nuevas tecnologías, la evolución de la economía, el seguimiento de las bolsas, etc. Como humanos, quizá no podemos relegar lo más valioso que tenemos, es decir, nosotros mismos y los demás. Es una lástima que sepamos más acerca de los valores en bolsa que de nuestras emociones o de cómo nos comunicamos. No se trata de oponerse al progreso y al aporte de las nuevas tecnologías. Al contrario, se trata de tener en cuenta el impacto de estas tecnologías y saberlas utilizar para conseguir un mundo más humano. En este artículo sobre el tiempo, el primero de una serie, se analiza el concepto del tiempo, su evolución histórica y una aproximación al impacto que ha producido en la humanidad de hoy.

1. Una sociedad en cambio permanente

Es un tópico hablar de una sociedad en cambio permanente y de la velocidad de estos cambios. Lo cierto es que cada vez tenemos más información y disponemos de valiosos instrumentos para ampliar nuestros conocimientos. Con los avances en el dominio de la genética y de la biotecnología se abren unas perspectivas inauditas para la humanidad. En un mundo cada vez más pequeño, no podemos escapar de la llamada globalidad. Hay cientos de análisis sobre el impacto que los cambios que vivimos producen en distintos ámbitos: económicos, productivos, políticos, sociales, etc. Quizá sea necesario que nos ocupemos también del impacto que estos cambios provocan en nosotros, pobres seres mortales; cómo vivimos en nuestra carne lo que pasa en nuestro entorno y cómo vamos a enfrentarnos al futuro que cada día es más presente. [1]

¿Cómo hacer frente a un mundo en cambio que, al tiempo, es cada vez más exigente y en cierta medida más cruel? ¿Cómo puedo aceptar ser espectador de todo y ser actor de nada? ¿Qué pinto yo en un mundo donde hoy somos 6.000 millones y en el que, en el año 2015, según se prevé, seremos 7.000? Hay muchas preguntas y seguramente pocas respuestas. Una vez más, recurriendo a Sócrates, sólo podemos decir que "sólo sé que no sé nada". Pero, quizá, como en Sócrates, el secreto está en las preguntas.

Como afirma James Hillman, "hemos de recuperar el alma". No se trata de volver a las beaterías o de practicar espiritismo. Platón sabía mucho del alma, y, muy a su pesar, con los años se ha deformado, encasquillado y casi matado el concepto que él tenía del alma. John Keats, en una carta a su hermano George, le dice: "Llama al mundo, te lo ruego, valle de hacer alma. Descubrirás entonces su utilidad…".

2. Ante los nuevos retos, hay que abrir espacios de reflexión

Con este espíritu abrimos este espacio de reflexión y debate, sin ninguna otra pretensión que la de recordarnos que somos seres humanos y que es nuestra responsabilidad la de continuar siéndolo.

Nuestro punto de partida es la psicología (la palabra psicología hace su aparición en la historia, a mediados del siglo XVI, a raíz de unas lecciones impartidas por Melanchthon (1497-1560), es decir, coincidiendo con la Reforma); la psicología recuperada de las manos de mercaderes y manipuladores; la psicología tal como significa en griego: conocimiento del alma. Pero sería absurdo y pretensioso tratar de elaborar una visión del ser humano en el siglo XXI sólo desde la psicología. Hay otros ámbitos desde los cuales se puede y se debe hablar del hombre (en el sentido genérico) y, con ellos, crear un espacio intersticial en el que podamos preguntarnos y quizá encontrar respuestas. Heráclito nos lo recuerda: "No encontrarás los confines de la psyché por más que viajes en cualquier dirección, tal es la profundidad de su lógos".

Aunque se habla menos de ello, hay un notable avance en lo que podríamos denominar ciencias del hombre; básicamente, las relacionadas con su salud mental y física (si es que es posible separarlas), como en el campo de la bioquímica, de la psicobiología, de la neurología, de la genética, etc. Algo está sucediendo. Nuestro propósito es seguir estos avances de cerca. Nos preocupa lo que es humano…

3. Deprisa, deprisa

Uno de los factores que nos afectan más hoy en día es el tiempo. La mayoría de cambios tecnológicos nos ofrece rapidez (véase la velocidad en los ordenadores), los e-mail son prácticamente instantáneos, los móviles evitan que nos desplacemos a una cabina, los coches son cada vez más rápidos, etc. (para pasarnos luego horas en atascos). Al mismo tiempo, la ciencia trata desesperadamente de alejarnos de la vejez; poder vivir más tiempo es uno de los objetivos prioritarios en muchos laboratorios de investigación. La puesta de largo del mapa genético del hombre ya ha lanzado su consigna: vivir más tiempo.

Por otra parte, la mayoría de nosotros vive contra el tiempo, no tenemos tiempo para nada… La enfermedad de moda es el estrés, el cual tiene mucho que ver con el tiempo. Las empresas nos mandan hacer cursos de time management una y otra vez; compramos cosas rápidas; no soportamos esperar o hacer cola: estamos en una cruzada contra el tiempo.

Lo cierto es que, leyendo en el avión el Herald Tribune, me impresionó un artículo de primera plana:
INSTANT EVERYTHING: Making the Fast Lane Faster. New products for People with no Time to Spare

Aunque el artículo es un reflejo de la sociedad americana, creo que es aplicable también a la nuestra. Se trata del fenómeno de la aparición de productos cuya misión es la de no hacernos perder tiempo: desde un té que no hace falta hervir (se mezcla con hielo directamente), pasta dentífrica que combina varias funciones, una secadora que lo hace todo en 30 minutos, un horno super rápido, un bronceador que sólo tarda 30 minutos en hacer efecto, bocadillos congelados..., hasta el fenómeno de que, en ciertas gasolineras, no hay que introducir la tarjeta de crédito o la tarjeta monedero; con sólo pasarla por un escáner, la operación se realiza en segundos.

El artículo cita a Erik Gordon, director de MBA de la University of Florida's Warrington College of Business, el cual afirma que no es que los americanos no tengan tiempo, sino que "es porque pensamos que no tenemos tiempo, estamos condicionados a todo en el instante. Los televisores antes tenían un tubo catódico que tenía que calentarse. Los teléfonos funcionaban con discos de dial. Ahora tienen números memorizados. Las páginas web, al principio, eran como un milagro; ahora, cuando tardan 10 segundos en bajar, las abandonamos…".

Es cierto que uno de los fenómenos que nos afecta más es el uso del tiempo. Quizá sea uno de los factores que han hecho más mella en nuestra conducta en las dos últimas décadas.

4. Un poco de historia

Es difícil imaginar una época en la que no había calendarios ni, por supuesto, relojes. Además, no existía un tiempo universal. Cada país tenía su propio tiempo, incluso podía haber más de un tiempo en un mismo país. Hasta 1912 no podemos hablar de un tiempo sincrónico mundial.

Los egipcios ya poseían una larga trayectoria en la observación de los astros y la confección de calendarios. Siguiendo los movimientos de la Luna y del Sol, establecieron un año de doce meses de treinta días, con cinco días suplementarios para adecuarse al año solar.

No obstante, fue Julio César quien, retomando la sabiduría egipcia (nombró al matemático egipcio Sosígenes como consejero), estableció un calendario 46 años antes de Jesucristo. Este calendario fue la base de todos los siguientes. Con ocasión de la Reforma de 1852, la Iglesia romana estableció de hecho el calendario tal como lo conocemos hoy en día.

Hoy en día, poca gente puede seguir el calendario por las lunas y el Sol, y tampoco puede dormir de sol a sol. El descubrimiento de la electricidad y el transporte, entre otros, han ido modificando nuestra percepción del tiempo. Noche y día ya no son lo que eran. Los after, locales que abren sus puertas cuando cierran las discotecas, son una muestra de ello. Hay ciudades como New York en las que se puede comprar tanto de día como de noche.

Sería largo y prolijo hacer una historia del "tiempo" y su impacto en el hombre. Quizá pueda ayudarnos destacar una serie de acontecimientos relacionados con el tiempo que han contribuido a que seamos lo que somos actualmente.

El hombre arcaico vivía el tiempo según la mitología. Había un pasado lleno de mitos y de historias que le obligaban a una vida circular, es decir, el futuro no tenía demasiada importancia sin relacionarlo con el pasado y sus dioses. Vivía de lleno las estaciones y las variaciones climáticas, la transmisión oral de los saberes y de acuerdo a las secuencias que organizaban su vida cultural y social. Tenía un ritmo de vida rígido y apegado a las tradiciones. Su vida estaba alejada del tiempo orientado: pasado, presente y futuro o el tiempo acumulativo basado en la experiencia. De hecho, el pasado era el porvenir del hombre arcaico. Todo tenía su sentido en función del pasado.

Podemos afirmar que es en el siglo XV, con el descubrimiento de la perspectiva, a la cual hay que asociar el nacimiento del humanismo, cuando se desarrolla un importante cambio en la percepción de la realidad y, con ella, del tiempo.

Ya con los griegos se dibuja progresivamente la emancipación del hombre de la aceptación pura y simple del mundo tal cual es. Empieza a buscar las formas en las que puede ejercer su libertad. Cronos, dios del tiempo, aparece como una divinidad propia al lado de Zeus. La creación deviene un producto del tiempo. Se pasa del tiempo del mito al tiempo de la Historia.

Es con la revelación monoteísta cuando, sin que desaparezcan los elementos míticos, el hombre empieza a comprender la perspectiva de su fin último. Este hombre busca el infinito no ya en el espacio, sino en el tiempo.
Los profetas no hablan ni del tiempo originario mítico, ni del tiempo cósmico. Ellos están inspirados por la visión del tiempo futuro. El futuro, y no el pasado ni el presente, deviene la verdadera revelación de Dios.

L' École de Marbourg , Paris: Cerf, 1998 p. 197, RICOEUR, P.
En el mesianismo judío, esta aspiración del futuro conduce a una negación y a una oposición a toda realidad presente. En el cristianismo, el tiempo es para Dios el medio del cual se sirve para revelar la acción de su gracia. Jesucristo sólo pudo asegurar que recibiríamos el Espíritu Santo al final de los tiempos. Se llega hasta el punto de que, en el seno del cristianismo primitivo, la soberanía de Dios sobre el tiempo es tan fuerte que el cálculo de las horas y de los días se considera un sacrilegio.

San Agustín trata de conciliar el tiempo de la revelación con el tiempo del hombre. Intenta medir el tiempo sabiendo que el pasado ya no está y que el futuro no está todavía aquí. Para San Agustín, sólo el alma puede religar las tres dimensiones del tiempo. El presente del alma es como una tensa espera de lo que aún no está aquí y que al mismo tiempo no es un recuerdo. Entre la ciudad terrestre y la Ciudad de Dios hay una tensión temporal. La tensión y la marcha hacia la Ciudad de Dios es para San Agustín el sentido profundo de la Historia. Este pensamiento prevalecerá a lo largo de la Edad Media hasta el descubrimiento de la perspectiva, a principios del Renacimiento.

5. La perspectiva, un elemento clave

Lo cierto es que esta visión escatológica da poco margen para un deseo de transformar el mundo o de incentivar una potencia productiva. El cambio se va a dar con el descubrimiento de la perspectiva, que, a pesar de ser una técnica arquitectural, se transformó en una forma simbólica en la que se basarán las ideas decisivas de profundidad, de proyecto o de espera. Esta etapa se inicia en el Quattrocento y el Renacimiento y culmina con el Siglo de las Luces, en el XVII.

A principios del siglo XV, un genial arquitecto italiano, Brunelleschi, afirma que la construcción es, ante todo, una cuestión de punto de vista y que la unidad de la construcción pasa por la unidad del punto de vista. El concepto es una cuestión previa a la realización; el proyecto, una condición de la construcción. Es una forma de decir que la razón precede a la acción. Brunelleschi no sólo elaboraba teorías, sino que las aplicaba; muestra de ello es la construcción del dôme de la Catedral de Florencia.

Parece inaudito que les costase tanto tiempo a los humanos observar la profundidad donde hasta la fecha sólo había una percepción unidimensional. Estamos ante la perspectiva, que se convirtió en figura emblemática del Renacimiento. En realidad, el que destacó el valor de este descubrimiento fue Alberti, en su tratado Della Pittura, en 1436. Para él, un cuadro es una intersección plana de la pirámide visual. Esto permite romper con la visión aristotélica de un cosmos encuadrado por el límite absoluto del cielo. El cuadro deviene historia, mejor dicho, una ventana abierta sobre la Historia: "Mi primer acto, escribe, cuando quiero pintar una superficie es el de trazar un rectángulo que se concierte en una suerte de ventana por la que yo pueda ver la historia". Esta "historia" no sólo tiene un valor pictórico, sino también un valor narrativo y moral.

El cuadro que representa la Ciudad Ideal es una de las creaciones fundadoras más emblemáticas del perspectivismo del Quattrocento. Por un tiempo atribuido a Piero della Francesca, más tarde se ha considerado de autor anónimo. Pero lo importante es el hecho de que se tome al hombre como la medida de todas las cosas y que este hombre ya no exista sólo para contemplar sino para dotarse de una perspectiva moral y racional. La perspectiva se convierte a la vez en una técnica y un enunciado, una manera de hacer y una manera de ser. Maquiavelo y Leonardo da Vinci van más lejos todavía, este último de una manera decisiva, elevando la perspectiva al rango de filosofía de la naturaleza.

6. Cuando hablamos, ¿de dónde lo hacemos?

Pascal, en sus Pensées..., se pregunta: ¿cuando hablamos, de dónde lo hacemos? Está fascinado por la tensión de lo demasiado cercano o lo demasiado distante. "¿Una cosa no tiene la misma identidad cuando está tomada como una parte que como un todo mayor?" ¿Dónde hay que situarse para ver? Es Descartes, sin embargo, quien nos lega la idea de proyecto, su filosofía como proyecto y su realización como tarea. Todo proyecto pasa por un punto de partida, por un proyecto inicial y por una ruptura con el pasado, pues no se puede hacer lo nuevo con lo viejo. Aun así, Descartes no se plantea la cuestión del tiempo. Para él, la visión es ante todo pensamiento, no sólo sensorialidad. La visión está ligada a los juicios, a las representaciones y a las maneras de ser (quizá el management moderno nació en Descartes…).

A la perspectiva le debemos la capacidad de saltar, affranchir el espacio y una apertura al infinito. El mundo se amplía. Además, la perspectiva se convierte en el medio de proyectarse en el tiempo y no sólo de contemplar su paso. Además, la perspectiva inventa la noción del punto de vista adecuado, del lugar desde donde hay que observar el cuadro (la historia).

Las cosas no podían quedar así. Una vez que la perspectiva hizo sus estragos, un filósofo italiano, Gianbattista Vico, inventó la filosofía de la historia. Historia, cuadro y punto de vista hacen equipo. Bossuet va mas lejos y denuncia la discordancia creciente entre historia profana e historia santa o sagrada. Después llega Turgot con la creencia de que existe un punto de vista en el que podemos ver orden detrás de la apariencia de desorden. Para pasar de uno a otro ya no nos basta el punto de vista de Dios, hay que añadir una variable esencial: la del progreso generalizado. Es el progreso que permite comprender los estadios por los que pasa el espíritu humano. Condorcet no se queda corto y, en su Esquisse..., separa radicalmente la idea de progreso de la de religión. Con todo, aún no hemos llegado a pensar el mundo como proyecto histórico. La idea de tiempo se hace escurridiza.

A finales del siglo XVIII (entre 1770-1789) es cuando empieza una verdadera transformación. Ricardo, Cuvier y Hegel, cada cual a su modo, contribuyen a que el tiempo no sólo sea historiado sino dinámico, valorizado y, sobre todo, orientado al avenir. El cuadro ayudaba a darse cuenta; el proyecto ayuda a actuar. Pasamos del cuadro (dónde estamos) al proyecto (adónde vamos).

7. El proyecto, génesis de un gran cambio en la humanidad

El proyecto está impregnado de perspectiva e íntimamente ligado a las nociones de horizonte, intencionalidad y finalidad. Estos tres conceptos convergen en un punto esencial: el de la acción orientada hacia un "sentido" que hay que inscribir forzosamente en el tiempo.

Desde mediados del siglo XIX hasta el siglo XX, el proyecto se consolida y lleva consigo la idea de esperanza en un esfuerzo por contrarrestar las inquietudes humanas. A la metafísica le nace competencia. En adelante, el proyecto formará parte de la acción, sea ésta cultural o política, filosófica o ética, social o estética.

El proyecto lleva consigo el concepto de acontecimiento, el cual ya no comporta sólo espectadores sino que, progresivamente, éstos se transforman a su vez en actores: seducción mutua de actores y espectadores. Ellos generan campos de conocimientos comunes que, a su vez, generan reglas y pasiones. Nace el mercado. El actor y el espectador se necesitan mutuamente. Ya no se podrán alejar el uno del otro. El actor tiene que actuar teniendo en cuenta el punto de vista del espectador.

Mientras, no podemos olvidar a Hegel, para quien la Historia se identifica con el tiempo. El tiempo en sí mismo es porvenir, nacimiento y desaparición. El tiempo hegeliano es el del hombre que trabaja y experimenta; un hombre que no sólo se pregunta "¿quién soy yo?", sino, fundamentalmente, "¿adónde voy?". Las cosas han cambiado mucho desde el hombre arcaico; el tiempo ya no viene del pasado sino del avenir.

Pensar en la primacía del futuro es pensar que el tiempo no tiene fin para el hombre, un cambio notable que aprovecha Marx. La Historia es desvelar el presente con vistas a fines determinados en el futuro. Hay que saber adónde vamos y cómo. Utopía e ideología van de la mano. Marx muere con la caída del muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989.

Lo cierto es que, a lo largo del último siglo, se consolida la idea de que sólo la gestión del tiempo permite a los hombres no sentirse juguetes del destino. Tiempo y política se convierten en inseparables. Adam Smith concluye que la inscripción de la acción del hombre en el tiempo lo condena al intercambio, y con esto se aleja más del animal, que es indiferente al tiempo. Para Ortega y Gasset, la realidad es, ante todo, una perspectiva sobre el mundo.

El presente deja de ser una brecha entre el pasado y el futuro. Obtiene su propia personalidad, se convierte en autosuficiente. Arrendé habla del presente como de un paralelogramo de fuerzas. Ella se muestra preocupada por la "fragilidad de los asuntos humanos", que pueden obligar al hombre a alejarse del objetivo "de hacer obra", cayendo en la repetición y el consumo, lo que podríamos llamar la destemporalización del hombre.

8. El presente, nuestro amo

El presente, en su emancipación, se empeña en abolir el pasado y querer anticipar el futuro, controlarlo, asimilarlo. La contingencia inmediata es tan poderosa que no da pie a la intencionalidad; una exigencia de lo inmediato en la desesperada batalla de negar la muerte. Si consigo controlar el futuro, si lo puedo negar haciéndolo presente, puedo neutralizar la muerte.

Se trata de acortar distancias entre la experiencia y la espera, entre intención y acción, aquí y ahora; anular el tiempo. Tiempo cero es la consigna. Empieza la sociedad de la satisfacción inmediata (Schülze).

En este presente, nuestros deseos condicionales habrán arrebatado los deseos categóricos, no solamente porque el sentimiento de precariedad se habrá generalizado socialmente, sino básicamente porque la pérdida de confianza en nuestra capacidad de "hacer obra" nos conduce a un paseo vertiginoso de un instante al otro. (André Masson). L' actualisation du Futur. Paris: Seouil, 2000)

Ya nada será como antes. Fukuyama se atreve a hablar del fin de la Historia. Seguramente no es cierto, pero sí que estamos ante el fin de algo, el fin de las utopías. Huimos del determinismo histórico para caer en el determinismo del mercado (con sus leyes mundiales), en el determinismo del cuerpo (con los avances en genética). Mercado e identidad se configuran como las dos coordenadas de la vida social. El espacio público entra en crisis. El mercado construye cada vez más nuestras identidades. La identidad es pensada según el modo del imaginario del mercado. Si, a principios del siglo XX, asistimos al descubrimiento de los fenómenos de masas, a principios del XXI todas las formas del "nosotros" están en cuestión. Ya no hablamos de transformación de la sociedad; en un futuro podremos transformar genéticamente a los individuos, pero renunciamos a pensar en la transformación de su lugar en la sociedad.

Ya no hay significados comunes. El siglo XIX dio a la luz la previsión; el XX, la prevención; el XXI asimilará el riesgo a la precaución. La sociedad, que tiene como objetivo evitar los riesgos, se muestra incapaz de pensar como totalidad social. Ello se debe, seguramente, a que nuestras sociedades no quieren pensarse a partir de principios indiscutibles o transcendentales, a que el objetivo no es la consecución del "bien" sino la prevención de lo "peor". Giddens habla del fin de la naturaleza. El cambio climático, la crisis de las "vacas locas", el SIDA, las drogas etc., se inscriben en la precaución, no en las causas y los fenómenos que provocan estos fenómenos. A falta de proyecto hay que instaurar precaución.

De la ciudadanía basada en principios estables y compartidos en su mayoría pasamos a la ciudadanía utilitaria. Ésta es fruto de una mayor diferenciación entre las situaciones individuales, la erosión de la lógica de estatus, la importancia cada vez mayor de los factores relacionales en la definición de los jobs y la individualización de las performances.

9. ¿Individuos o meros consumidores?

La alianza de la tecnología, de la genética y el mercado empujan cada vez más a una individualización tanto de situaciones como de comportamientos. En realidad, en casi todos los campos, la ciudadanía se mide por sus valores de uso, ya sea en cuanto a la seguridad o a la identidad. Todo ello se traduce fácilmente en la expresión "poder de compra" (pouvoir d'achat); esta ciudadanía más que orientarse hacia objetivos se convierte en un simple movimiento. El ciudadano se convierte, dentro de un espacio dado, en un explorador de su propio YO presente, cuya interacción con los otros YO toma una forma temporal e intercambiable. (Charles Taylor La malaise de la Modernité)

Estamos lejos de la noción de proyecto, tal como nació en el Siglo de las Luces, basado en tres principios: arrancar al hombre de la naturaleza, poniendo ésta a su servicio, engrandecer la centralidad del hombre respecto al animal y dotarse de nuevas formas de transcendencia una vez alejados de la tutela de la religión.

Para Paul Ricoeur, la Historia es una serie de acontecimientos, unos más relevantes que otros. Estos acontecimientos, sin embargo, necesitan ser contados, explicados. Hace falta una narración en la que la sociedad pueda reconocerse, descubrir de dónde procede y hacia dónde va. Acontecimiento y narración (récit) son indispensables. Para Ricoeur, la capacidad de las sociedades modernas de "explicarse historias", de pensarse a partir de los acontecimientos fundadores está erosionada por un tiempo mundial en el que la trama no es la narración (récit) sino la red. "Todo opone la red a la narración".

El "tiempo mundial" es indiscutiblemente portador de una nueva medida del tiempo, la de la inmediatez, la de la instantaneidad y la urgencia. El tiempo mundial es el presente único que reemplaza el pasado y el futuro. La dinámica del tiempo mundial no es otra que la de destruir el tiempo, comprimirlo. La narración (récit) buscaba vencer la aporía del tiempo "inventando una historia"; el tiempo mundial quiere vencerla destruyendo el tiempo.

Aferrados al presente, sólo podemos asegurar la supervivencia. Extendiéndonos a un número creciente de "nudos de conexión", la red se convierte en una metáfora viva de las sociedades que rechazan la idea de un final y, en consecuencia, la idea de la muerte. Castells afirma que una red es un conjunto de nudos interconectados. Las bolsas y el tráfico de droga son ejemplos de ello. Dentro de la red, la noción de bien común desaparece, y es más bien la idea de "cálculo" común la que prevalece. El hombre red está atrapado en un flujo que él no puede iniciar ni acabar. La red quiere, a cualquier precio, confundir el pasado con el presente y el presente con el futuro jugando con la compresión del tiempo y la instantaneidad de las transmisiones. Es una forma de conseguir la inmortalidad, ya que su objetivo es hacer que el presente, el pasado y el futuro sean equivalentes.

10. Si quitamos la utopía, ¿qué nos queda?

Queda lejos Tomás Moro y su Utopía de 1516. Retomando a Platón y su República, Tomás Moro nos muestra la utopía como la aspiración a una realidad distinta de la realidad existente. Ella busca un mundo mejor. Por el contrario, la adaptación cada vez más fuerte a la realidad hace desaparecer la utopía. La utopía de hoy en día no es la de un mundo mejor, sino la de un presente eterno: abolir el tiempo. Hemos privatizado la utopía. El nuevo hombre es un hombre genéticamente perfecto, sano y fuerte, que puede vivir lo más posible. Ya no hay utopía en el espacio público, ella se ha ido a la intimidad del cuerpo.

Sin utopía en el espacio público, es el mercado el que reina. Mercado que tiene sus profetas y sus apóstoles, desde Adam Smith a Hayek; para éste, el mercado es una institución que escapa a cualquier evaluación moral y, por ello, a toda crítica de sus efectos sobre los ciudadanos en nombre de la justicia. No se queda corto Paine al afirmar, en Los derechos del hombre, de 1791: "A partir del momento en que el gobierno formal es abolido, la sociedad comienza a funcionar".

La voz en el desierto es la voz de Hans Jonas en el Principio de la Responsabilidad, quien, retomando a Kant, afirma: "Actúa de forma que los efectos de tus acciones sean compatibles con la permanencia de una vida auténticamente humana en la Tierra".

Pero el reino del presente no sería poderoso sin la ayuda de la urgencia. Nuestra sociedad se fundamenta dentro del registro de la urgencia. Frente a la muerte, la urgencia llega con la voluntad loca de anularla. La urgencia es la violencia del tiempo. Como las cosas van muy deprisa se trata de actuar aún más deprisa. La urgencia lo invade todo. Es como una de las plagas de Egipto. Nada se escapa de ella. Nos vamos convirtiendo en el conejillo de Alicia en el país de las maravillas, de Carroll; sólo podemos movernos de una parte a otra diciendo una y otra vez: "no tengo tiempo", "tengo algo urgente …".

Con las nuevas tecnologías, con la alianza entre informática y telecomunicaciones, estamos ante una revolución del tiempo real; asistimos al nacimiento de un espacio de simultaneidad planetaria. Se trata de acelerar la circulación, de reducir los costes de transmisión de la información y de facilitar la transferencia de datos. Pero, paradójicamente, reducimos cada vez más nuestra capacidad de captar e interpretar la información y, a su vez, la acción pública se convierte en reacción pública. El actor público ya no actúa, sólo reacciona.

El hombre se ha convertido en inmediato a sí mismo, privado de la mediación del tiempo que le ayudaba a pensar y éprouver el mundo. Es un hombre que ha perdido "el punto de vista", pues está privado de la distancia simbólica entre su ser y el mundo. Esta situación de extrañamiento le provoca ansiedad. Ya no se siente parte del todo. No hay horizontes comunes. No hay perspectiva. La falta de reconocimiento de ser "parte" del proyecto no hace más que aumentar su sentimiento de aislamiento, que a la vez alimenta su "fobia", sus miedos, que lo propulsan a una conducta compulsiva de "evitar" riesgos.

Este hombre sin "punto de vista" y, por lo tanto, sin perspectiva es una presa ideal para el mercado de Hayek. La utopía se convierte en la consecución de un mundo en el que todos vendan y todos compren, en el que la inmediatez evite la reflexión y la instantaneidad borre el futuro. Muerte a la muerte.

11. Después de la orgía de la individualidad y la resaca del disfrute instantáneo, quizá estemos ante un nuevo "Renacimiento"

Parecería que estamos en un callejón sin salida, pero, si tenemos en cuenta que el impacto del tiempo en la historia del hombre ha ido variando, lo más probable es que nos encontremos en una situación de paso. Van a surgir nuevos mecanismos de supervivencia del hombre. En un mundo sin fronteras va a surgir un "punto de vista" mundial; en una sociedad más inteligente, con una difusión sin precedentes de los conocimientos, se va a desarrollar una humanidad más solidaria. El hombre va a necesitar un "proyecto" en común, cosa impensable actualmente. Después de la orgía de la individualidad y de la resaca del disfrute instantáneo va a surgir un nuevo "Renacimiento" que, seguramente, podrá conciliar los intereses del individuo y de la sociedad desde el ámbito local al mundial.

Lejos de condenar las nuevas tecnologías por "acelerar" nuestro mundo o culparlas de nuestros sinsabores, quizá desde la perspectiva histórica habrán servido para prepararnos para una nueva Era. Si hubo que esperar al siglo XV para que Brunelleschi descubriera la técnica de la perspectiva, que fue un motor de cambio individual y social, probablemente las nuevas tecnologías y los avances científicos sean sólo un punto de partida.

"El verdadero destino del hombre es el de ser planetario, participando activamente de la inteligencia colectiva de su especie", afirma Pierre Lévy en World Philosophie, y más adelante: "Hace falta que veamos el mundo de hoy con los ojos del mundo del mañana, no con los del mundo de ayer. Y los ojos del mañana son planetarios. Las fronteras son unas ruinas, todavía en pie, de un mundo revuelto".

Sófocles nos echa un cable con Edipo Rey. Cuando Edipo sale ileso de un naufragio, el coro, aludiendo al destino que le ha salvado, dice: "El tiempo, que lo cuida todo, ha dado con la solución a pesar de ti". Quizá nosotros, náufragos, tengamos que confiar en que el tiempo "que lo cuida todo", una vez más, nos rescate de la tragedia.


Bibliografía:

ELIAS, N. (1984). Du temps. Fayard Pocket.

LÉVY, P. (2000). World Philosophie. Éditions Odile Jacob.

LAÏDI, Z. (2000). Le sacre du présent. Flammarion.

L'Inactuel. Emplois du temps. Núm. 2. (1994). Calmann-Lévy.

HILLMAN, J. (1992). The Myth of Analysis. New York.

[Fecha de publicación: mayo de 2001]


SUMARIO
1.Una sociedad en cambio permanente
2.Ante los nuevos retos, hay que abrir espacios de reflexión
3.Deprisa, deprisa
4.Un poco de historia
5.La perspectiva, un elemento clave
6.Cuando hablamos, ¿de dónde lo hacemos?
7.El proyecto, génesis de un gran cambio en la humanidad
8.El presente, nuestro amo
9.¿Individuos o meros consumidores?
10.Si quitamos la utopía, ¿qué nos queda?
11.Después de la orgía de la individualidad y la resaca del disfrute instantáneo, quizá estemos ante un nuevo Renacimiento


Nota1:

El autor se propone dar a conocer una serie de artículos relacionados con el comportamiento humano, el impacto de la sociedad en nuestra conducta y el alcance de las nuevas tecnologías en nuestra vida (el próximo será sobre LAS EMOCIONES). Si los temas son de interés, el objetivo es abrir un "observatorio-forum" sobre el hombre y la sociedad. Los comentarios y opiniones serán útiles para estudiar la viabilidad de este observatorio.