Número 24 (julio de 2013)

El grifo de la música

Anna Ibañez Cantí

Con la llegada del CD comenzó el proceso de la digitalización de la música, y con ello un cambio en cómo la distribuimos y la consumimos. Este rápido proceso de cambio ha sacudido las industrias discográficas, que se han visto amenazadas y han reaccionado asustando a todos aquellos que aman la música al decir –suavemente– que sin ventas de CD la música se acabaría porque los artistas no podrían vivir de ella: como si las discográficas se hubieran preocupado alguna vez por los músicos.

Por el contrario, algunos estudios afirman que el negocio de la música está más vivo que nunca, que se consume más música ahora que nunca antes en la historia y que la disminución de la venta de grabaciones no es ninguna amenaza, sino una consecuencia más del cambio de paradigma que estamos viviendo. Y es que recientemente la música ha pasado de ser un producto a ser un servicio dentro del contexto de la cultura de compartir y del no poseer.

 

Ya no necesitamos tener la música en propiedad porque es siempre accesible. Otra cosa es si realmente la grabación nos aporta algún valor añadido por el que valga la pena pagar, como por ejemplo un libro impreso o algunas frecuencias extras gracias a la mejor calidad de un CD audio frente al mp3 o disco de vinilo, cuyo uso parece estar expandiéndose entre los más melómanos.

 

Bajarse música por Internet (sea gratuitamente o pagando un precio muy reducido) no significa cargarse la industria. Se trata, simplemente, de otra manera de concebir el negocio de la música, que debe adaptarse a los tiempos que corren igual que muchas otras industrias (particularmente, las industrias creativas y culturales). Una analogía bastante inspiradora sobre la distribución y el consumo de la música la he encontrado en el libro The future of music (2005), de David Kusek y Gerd Leonhard, donde se compara el negocio de la música con el negocio del agua.

 

El agua pasó de ser vendida como producto (cierta cantidad dentro de una botella) a convertirse en un servicio (el agua corriente a cambio de una mensualidad). Igualmente la música se puede vender empaquetada (grabaciones en CD) o como servicio (por ejemplo, con Spotify Premium, que por unos 10 euros al mes te da acceso a toda la música). Es cierto que el agua que actualmente se vende embotellada tendrá una calidad mejor que el agua del grifo, al igual que un vinilo suena mejor que un mp3. Pero, siguiendo con los ejemplos de este libro, ¿quien llenaría una piscina con agua Evian? La relación calidad-precio puede ser razonable en el agua corriente y el agua embotellada pero, al final, sale a cuenta reducir un poco la calidad para reducir muy considerablemente el precio. ¿O acaso no ha sido mejor negocio el de distribuir agua corriente que el de distribuir agua embotellada?

 

Y a todo esto, ¿dónde quedan los músicos? Los que tiemblan más son las industrias discográficas y el pequeño porcentaje de músicos-producto que viven, o al menos vivían, del aproximadamente 10% de beneficio de la venta de sus CD. Pero la gran mayoría de los músicos vive de las actuaciones en directo, sea en bares, en fiestas privadas, en festivales y grabando en el estudio, todo ello compaginado habitualmente con la docencia. Con las posibilidades que ofrece Internet para distribuir la música gratuitamente, el músico convencional tiene muchas más opciones de llegar a su público, de ser escuchado, de autopromocionarse sin hacer grandes inversiones y de tener una relación directa con sus seguidores, los cuales podrán colaborar en esta tarea de llegar a más gente compartiendo la música que les gusta. Al fin y al cabo, lo que el músico quiere, salvo alguna excepción, es tocar en público y hacer música para su audiencia: llenar la sala y compartir experiencias y no cerrarse a grabar pistas y vender cuatro CD después del bolo.

 

Por lo tanto, no se puede negar que el negocio de la música está más vivo que nunca y que, tal como nos recuerdan Kusek y Leonhard, este nuevo paradigma ofrece más diversidad, más opciones, nuevos nichos de mercado, y más oportunidades para los artistas, para los autores y para los mercaderes de la música. De músicos hay unos cuantos y no están representados por los pocos que encabezan las listas de éxito más conocidas y fácilmente manipulables por los más poderosos. Que el grifo no se cierre y que corra más música. Esto promete.


Para saber más:

 

Kusek, D.;  Leonhard, G. (2005). The future of music: Manifesto for the digital music revolution. Boston: Berklee Press.

 

Cita recomendada

IBÁÑEZ, Anna. El grifo de la música. COMeIN [en línea], julio 2013, núm. 24. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n24.1352

cultura digital;  entretenimiento;  música; 
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