Número 76 (abril de 2018)

Let's get Lost. Crónicas de una retratista en la intimidad ajena

Sandra Martorell

Eran cerca las once de la noche cuando sonó el teléfono. Hacía días que no lo apagaba ni para ir a dormir por si tenía que levantarme de la cama y salir corriendo. «Ven —me decía— no sé si es este el momento, pero necesito que estés aquí». Me puse la chaqueta, cogí el coche y me fui directa para allá. Las contracciones eran dolorosas y a menudo teníamos que pausar la conversación y esperar a que pasaran. Mientras tanto él calculaba el tiempo entre una y otra. 

Hacía muchos años que nos conocíamos, hemos pasado media vida juntas, y aún así todavía hay cosas que no sabemos una de la otra. No me explico cómo ha podido pasar. El caso es que aquella noche, de forma casual, descubrimos los tres nuestra admiración por quien consideramos que es uno de los mejores músicos de jazz de la historia: Chet Baker. Qué sorpresa. Y empezamos a hablar de Baker, Count Basie, Nina Simone y Charlie Parker. En esto (y ávidos de cine y buena música) que él recordó tener en algún rincón de la estantería el documental de Baker, Let's Get Lost (Bruce Weber, 1988). 
 


Con el sonido de su trompeta y la vida de vicios que lo llevaron a la ruina pasamos parte de la noche entre contracción y contracción. La mañana siguiente me fui y nos despedimos hasta pronto. Dos días más tarde una nueva llamada. «Ahora sí, acabo de romper aguas».
 
Mi misión incluía varias tareas: por un lado, documentar el momento. Por otro, estar de apoyo en el parto por si hubiera cualquier problema e iniciar un protocolo de actuación, permitiendo de esta forma que él se quedara a su lado y no se viera sola en ningún momento. Ella lo había decidido así.
 
Habíamos hablado tiempo atrás de las fotos. Si en algún punto del proceso ella decidía parar la toma fotográfica así lo haríamos, respetando su decisión. Pero a no ser que lo indicara, yo permanecería en la sala, discreta y silenciosa, dejando las cosas acontecer, mientras iría capturando momentos.
 
 
Las horas siguientes fueron duras. El dolor de las contracciones era cada vez más agudo. Las matronas murmuraban entre ellas que iba todo muy despacio, sabíamos que se alargaría, y el ocaso del sol rebajaba la luz cada vez más.
 
Le sugerí poner en marcha una luz tenue pero la respuesta fue negativa, cosa que me hizo tomar consciencia de la complejidad de la toma fotográfica, teniendo en cuenta que el uso del flash yo misma lo había descartado rotundamente desde el inicio.
 
La casa se iba desordenando a medida que pasaban las horas. Tenía como aliadas dos velas que se encontraban en aquella mesa del comedor repleta de utensilios, y a la que había ido a parar el DVD de hacía dos noches.
 
 
Los gritos hacían retumbar la casa en medio del silencio que con respeto procurábamos guardar mientras sentíamos la enorme impotencia de no poder repartirnos entre el resto de presentes aquellas punzadas que la desmontaban a intervalos cada vez más cortos.
 
 
 
 
 
Llegó un punto en que me arriesgué a encender una luz muy sutil. En aquel momento ella ya no estaba para atender tales cuestiones. Con precaución le sumé otro; estos, en combinación con la luz que conferían las velas me daban algo más de margen para hacer una toma medianamente digna para cuando llegara el momento. El MOMENTO.
 
La poca potencia lumínica me obligó también a trabajar con un objetivo más luminoso pero más corto y por lo tanto había que estar más cerca. Estar cerca, pero desde la distancia. Permanecer allí pero sin evidenciar la presencia. Disparar pero sin interferir lo más mínimo en aquel ambiente de intimidad.
 
 
 
Las imágenes que salieron eran de una exacerbada belleza. Tan bellas, tan humanas, tan reales, que han sido censuradas en más de una ocasión en sitios web, salas expositivas y redes sociales. Y es que en la actualidad solo nos nutrimos la vista de aquello prefabricado, pulido, inocuo, aséptico. Me perdonaréis por considerar la documentación de un parto una rebelión contra la pulcritud de una sociedad enferma y fingida. Por considerarlo vida. Por ayudar a redescubrirnos y hacernos sentir cosas que nunca antes habíamos vivido.
 
 
Se hizo el momento de salir de escena. Más de diez horas dieron mucho de sí. Cambiaron el mundo.
 
Poco a poco me fui alejando, era el momento de perderse. Yo, en algún lugar donde tumbarme bajo las estrellas de aquella noche tan intensa; ellos, en una nueva vida que apenas empezaba. 
 
Let's get lost.

 

Cita recomendada

MARTORELL, Sandra. Let's get Lost. Crónicas de una retratista en la intimidad ajena. COMeIN [en línea], abril 2018, núm. 76. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n76.1823

fotografía;  arte;  creatividad;  música; 
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