28/11/17 · Estudios de Ciencias de la Salud

Los expertos aconsejan hacer comidas en familia para prevenir trastornos alimentarios

Foto: <a href="https://www.flickr.com/photos/s4n7y/3063941395/" target="_blank">Santiago Alvarez / Flickr</a>

Un entorno familiar excesivamente preocupado por la dieta o el peso es alguno de los factores que pueden predisponer a la aparición de trastornos de conducta alimentaria (TCA) como la anorexia o la bulimia en el seno familiar. Se calcula que estas patologías afectan al 5 % de jóvenes y adolescentes de entre 12 y 21 años, aunque el 11 % de esta población diana tiene riesgo de sufrir alguno de estos trastornos. Los expertos aconsejan hacer al menos una comida al día en familia como medida preventiva y evitar realizar preguntas sobre la comida o comentarios sobre el físico cuando se está en pleno tratamiento.

Los últimos estudios apuntan a un componente genético y hereditario de los trastornos alimentarios, pero según la psicóloga y profesora de los Estudios de Ciencias de la Salud de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) Andrea Arroyo, estas patologías no se pueden explicar solo por una causa, sino que son fruto de un conjunto de distintos factores: genéticos, pero también biológicos, personales, psicológicos, socioculturales y familiares.

La experta apunta que algunas conductas familiares pueden actuar como factores que aumentan el riesgo. «Si existe una preocupación por el peso y la figura, esto puede repercutir en una mayor insatisfacción corporal y en una baja autoestima, lo que actúa como factor precipitante del TCA en un futuro», explica. Añade que aquellas familias que valoran excesivamente el cuerpo y la apariencia, y asocian el éxito social al aspecto físico y al hecho de estar delgado, tienen una mayor probabilidad de que alguno de sus miembros sufra un TCA.

La psicóloga y máster en Psicología y Deporte Beatriz Galilea, miembro de la Mesa de Diálogo por los Trastornos Alimentarios, coordinada por la Agencia Catalana de Consumo, explica que hay familias que se comportan como modelos. «A veces son las primeras que dan instrucciones del tipo “no comas tanto pan que engorda”, o que confunden la morfología corporal de las adolescentes que depositan más grasa en algunas partes del cuerpo con la obesidad», explica. Unas conductas de riesgo, junto con el hecho de pesar muy a menudo a un niño, que pueden terminar desencadenando un trastorno alimentario en el futuro. La experta insta a los padres a estar muy alerta durante la adolescencia y los últimos años de infancia, ya que apunta a que estos trastornos alimentarios cada vez tienen lugar a una edad más temprana.

La profesora Arroyo explica que la familia tiene a su alcance varias herramientas para actuar preventivamente antes de que aparezcan los síntomas. Por ejemplo, la sobreprotección, el control excesivo o exigirle resultados al niño o adolescente por encima de sus posibilidades no ayuda. Tampoco lo hace encasillar a los hijos por su carácter o su forma de ser. En este sentido, insta a valorar a los hijos por su persona y no por su aspecto físico, y a promover su autoestima, reforzando todo lo que hacen bien y haciéndoles aceptar que nadie es perfecto. También insta a los padres a ayudarles a ser críticos ante los ideales de belleza y a combatir los mensajes que reciben de las redes sociales o los medios de comunicación con la idea de que estar delgado no te hace ser más feliz. Arroyo también aboga por hacer al menos una comida al día en familia y hacer partícipes a los hijos en las preparaciones alimenticias. «Esto resulta una ayuda para que aprendan a hacer con criterio propio elecciones saludables», explica.

Marga Serra, experta en educación nutricional y trastornos del comportamiento alimentario y profesora de la UOC, se posiciona en la misma línea. «Hay que trabajar la autoaceptación y la autoestima desde pequeños. Es importante que los niños no se vean solo como una talla o un número en la báscula», explica Serra, que cifra en un 50 % las adolescentes que no se sienten bien con su cuerpo. Añade que también es importante que sean críticos con los anuncios y las dietas estrictas, y que en el seno familiar se fomente la alimentación mediterránea, el ejercicio físico saludable y el descanso.

Una vez el problema ha aparecido, el apoyo familiar sigue siendo básico en la recuperación de la persona afectada. «La familia es el apoyo esencial en la recuperación», destaca. La aceptación por parte del entorno familiar es el primer paso. A partir de ahí, los padres deben acompañar al hijo, participando y colaborando activamente en el tratamiento. El miedo o no saber cómo actuar ante el nuevo escenario son algunas de las sensaciones frecuentes que pueden sufrir los progenitores. Ante estas situaciones, Arroyo aconseja participar en asociaciones de apoyo a la familia para llevar de la mejor manera posible la situación, o en sesiones de terapia de forma periódica, ya que el desgaste que sufren los familiares es importante. El informe de Cruz Roja apunta que la situación puede desencadenar la separación de los padres que antes de que apareciera el trastorno alimentario estaban en crisis, puede provocar que las enfermedades de los padres se agraven o, en caso de que existan otros hermanos, puede hacer que estos se emancipen antes de hora, lo que suele pasar, puesto que viven la situación como insostenible. 

La profesora Galilea explica también que es importante que la familia instaure cinco comidas al día y que pueda hacer el máximo número de ellas en familia, alrededor de una mesa y lejos de las tabletas y los móviles. Asimismo aconseja no hablar de la estética y valorar otras cualidades como la inteligencia o la generosidad de las personas.


Familias con un patrón común

La profesora Arroyo explica que, a grandes rasgos, las familias que tienen algún miembro con TCA tienen antecedentes por depresión, ansiedad u otras psicopatologías entre sus miembros. En el caso de la anorexia nerviosa, por ejemplo, se identifican mayoritariamente familias más rígidas y poco comunicativas, sobreprotectoras o hipercontroladoras. En la bulimia nerviosa, en cambio, hay más familias conflictivas y poco aglutinadoras, con poca capacidad para adaptarse a situaciones de cambio o a dificultades. La tesis doctoral La familia y los trastornos de la conducta alimentaria: estructura familiar y riesgo, del estudiante de la Universidad de Burgos Manuel Mateos Agut, explica también que en las familias con algún miembro con TCA hay peor organización de las comidas familiares y los padres muestran desinterés por saber cómo comen sus hijos. 


¿Cómo afrontar los momentos críticos?

Desde que se inicia el tratamiento hasta que el paciente recibe el alta pueden pasar años. Durante este tiempo, la familia tendrá que abordar situaciones críticas. Las comidas son uno de esos momentos en los que se pueden generar momentos de tensión. «Es bueno no presionar, ni forzar, ni obligar a comer, ni tampoco realizar ningún comentario o pregunta en torno a la comida o las preferencias.» En las primeras fases del tratamiento, el o la paciente no puede elegir lo que come, sino que le es impuesto. Arroyo comenta que durante las comidas es preferible que el enfermo esté acompañado y que no coma alimentos distintos de los que toma el resto de la familia.

Otro momento peligroso para los padres son las recaídas, que también forman parte del proceso de recuperación. «Deben estar preparados, ser realistas y pensar que la curación es compleja y tendrá momentos malos, y no deben culpabilizar ni juzgar al enfermo, puesto que los enfermos no eligen recaer en la enfermedad», afirma la profesora Arroyo.

La agresividad es una de las consecuencias de la enfermedad. Ante situaciones de sufrimiento o de rabia del enfermo, Arroyo afirma que la familia tiene que mostrarse empática y evitar el castigo o el rencor.


Señales de alerta

Trocear en exceso la comida, restringir cantidades, ir al baño a menudo justo después de las comidas para provocarse el vómito, saltarse los postres o tirar alimentos son algunos de los comportamientos a los que, según Arroyo, tienen que estar alerta los padres, los familiares cercanos, los amigos o los cuidadores. El deseo de empezar una dieta de forma injustificada para adelgazar, consumir productos dietéticos como infusiones diuréticas, prohibirse determinados alimentos, mostrarse excesivamente preocupado por el cuerpo, la comida o el peso, comparar el físico con el de las amigas o el deseo de hacer mucho ejercicio o estar muy activado, son otras de las conductas de riesgo. La profesora Arroyo explica que un trastorno alimentario detectado a tiempo y de forma precoz tendrá un mejor pronóstico.

La profesora Beatriz Galilea añade también que ciertos comentarios del chico o chica, como «estoy gordita», «mamá, esto no me lo pongas que engorda» o «no quiero comer pan», también deben hacer sospechar al entorno familiar. Ante cualquier señal de este tipo, Galilea insta a visitar al pediatra. La experta considera que las dietas que algunas chicas empiezan a hacer cuando se aproximan a la adolescencia sin ningún tipo de control médico «son precursoras y acaban siendo mantenedoras de una malnutrición, que es un factor de riesgo». Un informe de Cruz Roja estima que el 80 % de los casos de anorexia comienza con una dieta para perder peso.

Más allá de la evidente pérdida de peso y desnutrición, la anorexia o la bulimia conllevan una serie de cambios físicos: desaparición de la regla, trastornos digestivos, problemas cardiacos, déficits nutricionales, desajustes hormonales, osteoporosis...


Ser mujer, otro factor de riesgo

Los trastornos alimentarios afectan mayoritariamente a las mujeres (la prevalencia es de nueve mujeres por cada hombre, según la Asociación contra la Anorexia y la Bulimia), sobre todo las que tienen una edad comprendida entre 13 y 23 años. La profesora Marga Serra lo atribuye a la «fuerte presión social» que recibe el colectivo femenino para conseguir un estereotipo de belleza impuesto por la sociedad, que aboga por la delgadez. «Las niñas desde muy pequeñas reciben muchos mensajes subliminales sobre el cuerpo extremadamente delgado», explica. Y pone como ejemplo las muñecas o los personajes de muchos dibujos animados, cuyos protagonistas tienen cuerpos totalmente irreales. Serra explica que, al llegar a la adolescencia, muchas chicas no se sienten a gusto con su cuerpo porque en esta etapa se ensanchan las caderas y aumenta el pecho, y estos cambios físicos, sumados a los psicológicos y los mensajes que reciben en anuncios o programas de televisión sobre el ideal de cuerpo, provocan una disminución de la autoestima. «Este prototipo de belleza de cuerpos extremadamente delgados impuesto por la sociedad y la moda no corresponde a la mayoría de mujeres y esto provoca frustración, y esta frustración afecta a la autoestima», afirma Serra. Añade que el uso constante de redes sociales hace que sean más vulnerables, y pone como ejemplo las influenciadoras (influencers) o las páginas web que promueven los TCA como un estilo de vida.

Expertos UOC

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