1/8/19 · Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación

De ciudades turísticas a ciudades inhabitables: los riesgos que conlleva el verano

Los gestores públicos tienen el reto de buscar el equilibrio entre la llegada masiva de turistas y la preservación del bienestar de los ciudadanos
Foto: Anastasiia Tarasova  / Unsplash

Foto: Anastasiia Tarasova / Unsplash

La afluencia de turistas en algunas ciudades las transforma prácticamente por completo durante el verano. Los residentes se ven obligados a convivir con miles de visitantes que, en ocasiones, generan conflictos. La situación obliga a gestionar todos los días nuevos retos, y en verano se multiplican y complican porque es el momento del año más representativo de la lógica de los ciclos estacionales, cuando «cambia la intensidad del uso de ciertos ámbitos que por varias razones se vuelven más atractivos», en palabras de Miguel Y. Mayorga, profesor colaborador del máster universitario de Ciudad y Urbanismo de la UOC. «La población residente se multiplica y esta sobreocupación, que puede aportar beneficios económicos, también conlleva impactos y una sobrecarga para el territorio», subraya.

En el caso de Barcelona, ciudad que recibe ocho millones de turistas al año —concentrados en los meses más cálidos—, la presencia intensiva de turistas, recuerda Mirela Fiori, directora del máster universitario de Ciudad y Urbanismo de la UOC, tiene un impacto no solo en la ocupación de los espacios públicos, sino también en el medio ambiente, el comercio, los servicios públicos o el mercado de la vivienda. En los últimos quince años, la capital catalana prácticamente ha duplicado la recepción de turistas. «Aunque el número de pernoctaciones no llega a tres noches, la ciudad tiene esta población flotante, que representa cada mes el 40 % de la población residente», advierte Fiori.

«¿Para quién estamos haciendo la ciudad?»

A pesar de los beneficios evidentes del turismo para la economía, el conjunto de problemas que puede generar no puede ser obviado en las políticas públicas. Fiori opina que «los programas y proyectos para la ciudad deben tener en cuenta esta presión porque pone en riesgo la calidad de vida de los residentes». Aquí entra en juego la importancia y la ética del urbanismo, admite la directora del programa de Ciudad y Urbanismo: «¿Para quién estamos haciendo la ciudad? No se puede permitir que se vuelque exclusivamente al turismo en beneficio de las grandes operadoras globales». Por su parte, Mayorga advierte que «los impactos sociales, económicos y ambientales deben ser objeto de seguimiento y revisión». En este sentido, y poniendo el foco sobre Barcelona, el profesor piensa que la apuesta debería ser por «un modelo turístico sostenible que compatibilice las necesidades y los derechos de los visitantes con la vida cotidiana de los ciudadanos residentes».

Para Fiori, una de las cuestiones centrales es que «en todos los barrios se debe garantizar el acceso a la vivienda y al espacio público para todos los ciudadanos, el comercio de proximidad o la diversidad de equipamientos». Y por eso, avisa, «más que ideas muy originales, se debe tener voluntad política en sus diferentes niveles». Aunque es evidente que «a simple vista el espacio público es sin duda donde más se percibe la presión del turismo, esta es multidimensional», por lo que «no se puede actuar en el espacio público sin tener en cuenta todo lo demás», subraya la directora del programa de Ciudad y Urbanismo de la UOC. Así pues, la recomendación es que la cuestión se aborde «de manera integral y transversal».

Cuando los residentes pagan los platos rotos

El profesor de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC Pep Vivas señala los riesgos para la ciudad asociados al comportamiento de los turistas. No todos tienen un comportamiento similar en cuanto al cuidado que merece la ciudad. Según explica, algunos visitantes se comportan de manera diferente a como lo harían en sus lugares de origen porque «no tienen tiempo de apropiarse de la ciudad que visitan y de identificarse con ella». Este hecho deriva en comportamientos poco sostenibles. El coste de todo ello lo acaban asumiendo los residentes, que también tienen que convivir con otro efecto: el aumento del valor de los productos. El impacto en el nivel de vida de los residentes, pues, está claro, según Vivas: «Las personas que viven habitualmente en la ciudad están cada vez más empobrecidas, las ciudades turísticas alcanzan indicadores económicos deseados, pero por otra parte cada vez tienen más problemáticas sociales».

La saturación del espacio público o de las infraestructuras también se convierte en un generador de malestar. Los residentes tienen la sensación de que la ciudad está gentrificada en muchos sentidos y aspectos. «La gentrificación turística —apunta Vivas— pone de manifiesto la problemática y el malestar ciudadano actualmente, lo que provoca reacciones de movilización de la ciudadanía o desafecciones de las personas que han vivido toda la vida en una ciudad concreta.» Una solución sería «detener la sensación de invasión turística que hace que algunos colectivos y residentes de Barcelona reivindiquen sus derechos, con toda la razón del mundo», como podría ser la limitación de la llegada de cruceros.

Esta necesidad de regulación la defiende también el profesor Miguel Y. Mayorga, que incide en el hecho de que las regulaciones «deben trabajar por pactos sociales que permitan avanzar en el establecimiento de cambios de tendencia a la búsqueda de equilibrios sociales, económicos y ambientales». El reto es que las ciudades que resultan atractivas para el turismo no se conviertan en infiernos sociales para sus habitantes. Y eso, como manifiesta Mayorga, exige «mucho trabajo político y técnico, y concienciación social».

Expertos UOC

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