22/12/16

«Solo un 25 % de los estudiantes universitarios argentinos finaliza sus estudios»

Santiago Barrera ,

El 9 de noviembre la Cátedra UNESCO de Educación y Tecnología para el Cambio Social organizó en la UOC el taller «La colaboración entre las iniciativas públicas y privadas en la educación en línea: ¿Generadora de mayor equidad para la educación superior?» dentro del seminario internacional Efectos Económicos e Impacto Social de la Educación en Línea. Uno de los ponentes invitados fue Santiago de la Barrera, secretario permanente del Consejo Nacional de Educación, Trabajo y Producción (CoNETyP) y miembro de la Fundación Oficios en Argentina. Santiago tiene una amplia trayectoria y experiencia en el diseño de programas que participan de la financiación público-privada en el ámbito educativo de la formación profesional. Hablamos del estado de la educación en Argentina y del futuro de la educación en línea en el país suramericano.

El 9 de noviembre la Cátedra UNESCO de Educación y Tecnología para el Cambio Social organizó en la UOC el taller «La colaboración entre las iniciativas públicas y privadas en la educación en línea: ¿Generadora de mayor equidad para la educación superior?» dentro del seminario internacional Efectos Económicos e Impacto Social de la Educación en Línea. Uno de los ponentes invitados fue Santiago de la Barrera, secretario permanente del Consejo Nacional de Educación, Trabajo y Producción (CoNETyP) y miembro de la Fundación Oficios en Argentina. Santiago tiene una amplia trayectoria y experiencia en el diseño de programas que participan de la financiación público-privada en el ámbito educativo de la formación profesional. Hablamos del estado de la educación en Argentina y del futuro de la educación en línea en el país suramericano.

Usted ha titulado su ponencia «Público-privado en educación: las bases de un dilema». ¿En qué consiste ese dilema?

Es un dilema que quiero subrayar que se da en Argentina, que es el país de donde vengo y donde trabajo. En mi país, la educación privada nunca puede ser un negocio. Toda la iniciativa privada en educación se forma en el marco de una asociación civil o una fundación sin ánimo de lucro. De hecho, está mal visto que sea un negocio que reparta dividendos. Por otro lado, el sistema público, a cargo del Estado, es gratuito a todos los niveles: primario, secundario, terciario, universitario y de formación profesional. El sector público mira con recelo, desconfianza y malos ojos el privado.

El dilema entonces se da cuando el Estado debe financiar esa iniciativa privada.

Exacto. El Estado financia parte de esa educación privada y eso sucede cuando financia la oferta porque la institución atiende a gente con pocos recursos, por poner un ejemplo. En muchos casos, esa institución es la Iglesia. Otro ejemplo son las entidades privadas cuyos alumnos no podrían pagar la educación que ofrecen y el Estado tiene que colaborar. Pese a estos ejemplos, no hay una colaboración real. El reto es lograr que colaboren dos instituciones que parece que operen con lógicas distintas cuando en realidad hay muchos vasos comunicantes entre estudiantes y profesores. Ahora que la convergencia es necesaria para encontrar una solución de fondo, nos damos cuenta de que estamos muy lejos.

¿Quién llama más a la puerta de quién: el Estado a la iniciativa privada o viceversa?

Hay un consenso, diría que internacional, según el cual los grandes problemas y desafíos de la educación no se pueden resolver con una única mirada. Sí o sí tenemos que ir a esquemas donde se encuentren soluciones que vengan de los dos ámbitos. Por más que el sector privado tome la iniciativa, si el Estado no quiere, no hay nada que hacer. Si ahora se están produciendo iniciativas conjuntas es porque el Gobierno las está atendiendo.

Un ejemplo de esta iniciativa privada de la que me hablaba es la Fundación Oficios, en cuyo diseño usted participó activamente. ¿Me puede explicar esta experiencia?

Oficios es un ejemplo de la intervención privada en la educación y la formación profesional. Es un modelo financiado por una empresa que decide que su responsabilidad social corporativa se destine a educación y, en particular, a formar en oficios a gente con pocos recursos. Es una iniciativa de una empresa mediana; yo diseñé el proyecto y está funcionando de forma exitosa desde hace ya diez años. La gente que formamos son alumnos del Gran Buenos Aires que no han acabado la primaria o no han completado la secundaria y se les enseñan oficios pero con una óptica muy integral, con mucho refuerzo de las competencias socioemocionales. Es gente que viene de sectores muy castigados. Considera que en estos momentos tenemos un 32 % de pobreza. El modelo se ha replicado en otras dos ciudades.

Otro modelo exitoso pero a otra escala es el de la Fundación Forge, en cuyo diseño usted también colaboró.

Sí, Forge arranca de la iniciativa de un empresario socio de una empresa multinacional. Forma en oficios a alumnos de secundaria (hasta los 17 años) y los pone en contacto con empresas para que hagan prácticas allí. Es un esquema que se ha replicado en otros países latinoamericanos. A diferencia de Oficios, forma a estudiantes con más base formativa y con más recursos. Es una formación más técnica y orienta más a los alumnos a servicios. La escala es mucho mayor.

¿Cómo persuaden a estos jóvenes de que deben estudiar y labrarse un futuro? ¿Son además conscientes de la importancia de la digitalización?

Desgraciadamente y desde hace ya muchos años, en Argentina terminar unos estudios no garantiza ascenso social ni éxito laboral. El incentivo para terminar los estudios es bajo, si bien siempre se piden los certificados de estudios siempre en cualquier trabajo. Hay muy poca motivación. Cómo motivarlos es algo que no está resuelto. Lo que es evidente es que tenemos que modificar la manera en que estamos enseñando. Hay que enseñar de una forma más atractiva, utilizar otros métodos. No puede ser que sigamos con la presencialidad obligatoria, con el aula física como centro de todo. El docente, además, ha perdido autoridad. El alumno no puede repetir un año porque es malo para las estadísticas. Tenemos que demostrar que los estudios sirven para algo, debemos hacer el sistema más atractivo, y virtualizarlo es una buena fórmula a explorar. Como podrás entender, visto el panorama, la virtualización sería otro estadio.

Usted es experto en educación técnica de nivel secundario, terciario y de formación profesional y ha llegado a asesorar al ministro de Educación en esta materia. ¿Qué traslación hay al mercado laboral desde los estudios técnicos en su país?

Muchas veces nos encontramos que se enseñan carreras que no tienen ningún tipo de impacto en la salida profesional de la gente, pero se mantienen porque hay una cantidad de docentes que están empleados y su trabajo depende de su existencia. Si desaparecieran perderían su empleo y no está bien que pierdan su trabajo, pero hay que pensar en estrategias para revertir esta situación. En el ámbito presencial, hay ciudades pequeñas que ofrecen determinados estudios que ya no son relevantes, son lugares en los que esas profesiones están saturadas de oferta de ese tipo de perfiles. A veces el foco está más puesto en mantener el cargo del funcionario que en los propios estudiantes.

En España se habla mucho de la FP dual.

Sí, es un modelo que viene de Alemania, donde hay una industria muy potente. Nosotros por el momento estamos impulsando lo que llamamos «prácticas profesionalizantes», que consisten en que los alumnos vayan 200 horas a empresas a desarrollar su actividad. Algo similar a la FP dual se ha ensayado en el pasado, pero solo ha funcionado con empresas que tienen una escuela dentro y son de origen alemán. Es difícil encontrar empresas que no piensen que las personas que hacen prácticas son mano de obra barata.

En Argentina, ¿el mercado laboral se enfoca a los estudiantes universitarios o a los estudiantes formados en disciplinas técnicas?

Hay una cuestión cultural que se remonta al siglo pasado: lo valioso es el título universitario. Pero, paradójicamente, tenemos un tasa de abandono universitario del 75 %. Solo un 25 % de los estudiantes universitarios finaliza su carrera y este fenómeno es multicausal: la gente necesita empezar a trabajar, no tiene vocación, les faltan recursos aunque sea gratis… Los técnicos estaban muy bien preparados, conseguían trabajo y estaban muy bien vistos en el sistema productivo. Pero el sistema educativo se ha quedado desfasado en el tipo de formación que daba a esos técnicos, y no me refiero solo a la tecnología, sino a la manera de enseñar competencias globales o de trabajo en equipo, saber trabajar en ámbitos flexibles... En muchos casos dejó de ser prestigioso y ya no es el perfil que muchas empresas buscan.

¿Qué percepción existe de los estudios en línea en la sociedad argentina?

La educación virtual en Argentina está bastante retrasada respecto a otros lugares del mundo. Tenemos muy pocas carreras virtuales, andamos en un 8 %, cuando en otros lugares van por un 25 % o un 30 %. En general, la percepción es que la calidad no es la misma, y esto ha sucedido porque ha habido muchas iniciativas que dejaban mucho que desear en calidad de estudios. Considero que se está preparando bien el terreno para iniciativas futuras, pero el gran reto será que lo virtual se esfuerce en la calidad para competir con la educación presencial. Dicho lo cual, también hay que considerar que tenemos muchos lugares en el territorio donde no tenemos conectividad. Y también creo fundamental el hecho de que no tenemos sistemas de evaluación y medición de los resultados de lo que se hace y sería fundamental crearlos para el mundo virtual.

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