4/8/22 · Estudios de Artes y Humanidades

«Cataluña es tierra de acogida, me siento una más»

Oksana Andriyevska: «Quiero que este sufrimiento termine: el mal no puede vencer»

Oksana Andriyevska: «Quiero que este sufrimiento termine: el mal no puede vencer»

Oksana Andriyevska , estudiante ucraniana de los estudios de Traducción, Interpretación y Lenguas Aplicadas de la UOC

 

Cada día, Oksana Andriyevska vive dos vidas. Una en Terrassa, con su marido catalán, sus hijos, su trabajo, el mercado, las clases, los paseos de los sábados… Una vida como la nuestra. La otra, pendiente de un hilo, pasa en Kiev, donde su padre hace de chófer voluntario de médicos que visitan las poblaciones de las afueras que se han quedado sin hospitales. A su madre fue a buscarla el 5 de marzo en la frontera con Eslovaquia para traerla a Cataluña, lejos de los bombardeos. Oksana, ucraniana nacida en la Unión Soviética, estudiaba castellano en la escuela. Gracias a un programa de intercambio, en 2000 llegó a la capital del Vallès Occidental, acogida por una familia. Tenía catorce años y, ni de lejos, podía imaginar que esta acabaría siendo su casa. Oksana, que trabaja como auxiliar de contabilidad y habla seis idiomas, sueña con ser traductora y se prepara en la UOC, donde cursa los estudios de Traducción, Interpretación y Lenguas Aplicadas, mientras cada día vive dos vidas con el corazón metido en un puño. "El mal no puede vencer", dice con un tono que tiene tanto de deseo como de súplica o de afirmación valiente.

 

Cada día, Oksana Andriyevska vive dos vidas. Una en Terrassa, con su marido catalán, sus hijos, su trabajo, el mercado, las clases, los paseos de los sábados… Una vida como la nuestra. La otra, pendiente de un hilo, pasa en Kiev, donde su padre hace de chófer voluntario de médicos que visitan las poblaciones de las afueras que se han quedado sin hospitales. A su madre fue a buscarla el 5 de marzo en la frontera con Eslovaquia para traerla a Cataluña, lejos de los bombardeos. Oksana, ucraniana nacida en la Unión Soviética, estudiaba castellano en la escuela. Gracias a un programa de intercambio, en 2000 llegó a la capital del Vallès Occidental, acogida por una familia. Tenía catorce años y, ni de lejos, podía imaginar que esta acabaría siendo su casa. Oksana, que trabaja como auxiliar de contabilidad y habla seis idiomas, sueña con ser traductora y se prepara en la UOC, donde cursa los estudios de Traducción, Interpretación y Lenguas Aplicadas, mientras cada día vive dos vidas con el corazón metido en un puño. "El mal no puede vencer", dice con un tono que tiene tanto de deseo como de súplica o de afirmación valiente.

Cuando estudiabas secundaria, viniste a Terrassa. ¿Cómo recuerdas este primer aterrizaje?

Me vacuné de los estereotipos para toda la vida. Pensaba que aquí todos erais morenos, hablabais castellano y bailabais flamenco. Llegué a una familia que hablaba catalán y en la que la mitad tenían los ojos azules y eran rubios. ¿Te lo imaginas? Aparte de esto, me impactaron cosas como poder tener mar y montaña tan cerca, que la gente fuera tan guapa… De verdad, ¡cualquiera! Y que los adolescentes fueran tan cariñosos entre ellos, se abrazaran y se dieran besos. ¡Yo venía de la Unión Soviética! Salíamos de la caída de los noventa y allí no teníamos nada. Vivíamos una situación económica muy difícil. Esta es una tierra de acogida con una gente maravillosa que me trataba como una más. Fue un verano…, ¡pero volví dos años después!

Más tarde, empezaste la universidad en Kiev...

Sí, estudié Económicas, pero hice un máster de Periodismo. Empecé a trabajar como editora de televisión y encontré trabajo en Lyon, en el equipo de Euronews ucraniano. Fueron unos cuantos años, hasta que en 2015 me reencontré con un amigo catalán y, por amor, volví a Terrassa. Ahora somos padres de dos niños.

Y Cataluña se convirtió en tu hogar. La integración debe de ser diferente siendo una estudiante de intercambio o una adulta profesional.

Yo hablaba castellano, pero tan pronto como llegué me apunté al Centro de Normalización Lingüística. En 2021 me saqué el C2. Lo que es complicado para mí no es la lengua ni las personas... Lo complicado es encontrar trabajo, aunque entiendo que lo es seas o no extranjero, en estos tiempos. He hecho muchas cosas: durante la invasión de Crimea, trabajé como freelance para muchas cadenas ucranianas. Entonces se hacían muchas comparaciones entre la situación que vivían allí y la que vivían aquí los catalanes, a pesar de que para mí no hay comparación. Siempre de forma temporal, he trabajado en un restaurante, como administrativa... Ahora soy auxiliar de contabilidad y la verdad es que estoy contenta. Pero de lo que me siento muy orgullosa es de la traducción de dos libros infantiles de Josep Lluís Badal del catalán al ucraniano. ¡Me encanta el tema de los libros! Me llamaron desde una editorial de mi país y, como yo podía hacer la traducción directamente desde la lengua en la que había escrito el autor, me hicieron el encargo.

Fue el nacimiento de una vocación...

Hablo ucraniano, ruso, castellano, catalán, inglés y un poco de francés. Me gustan las lenguas y me gustaría trabajar como traductora. Conocí la UOC y me matriculé. Mi experiencia es muy buena. La tutora me ayudó mucho... Ya puedes imaginarlo, con dos niños pequeños y trabajando... Los profesores eran muy atentos y, a pesar de que yo soy de libro de papel, de olerlo, gracias a la UOC puedo estudiar a mi ritmo y, tardaré más o menos, pero al final tendré el título. ¡Seré traductora aunque tenga cincuenta años! ¿Y qué puedo decir de mis compañeros? A veces, es difícil trabajar en grupo, pero en la UOC hay gente que quiere estudiar, que lo hace por elección propia y que es muy responsable, así que he aprendido cosas nuevas de mis compañeros. 

Entonces llegó la guerra...

Sí, y ahora no me concentro, tengo la cabeza en otras cosas. Este curso lo he dejado, aunque lo echo de menos. Aquel día, cuando estalló la guerra, hacía semanas que se hablaba de ello. Nosotros nos levantábamos a las cinco de la madrugada y allí todo empezaba: mis padres viven en un edificio nuevo, no tienen un sótano para esconderse de los bombardeos, y se refugiaban en las despensas de la gente. Piensa que ahora que ha sido la verbena San Juan yo no la he disfrutado: cualquier ruido me recuerda tanto lo que hemos pasado como lo que están pasando ahora. Piensa que en mi primer curso de universidad estalló la Revolución Naranja y conseguimos hacer cambios cantando y bailando. ¡Qué maravilla! Pero en febrero de 2014 empezaron a disparar a la gente porque queríamos acercarnos a la Unión Europea. Yo me marché a Francia y estalló la guerra en el Dombás y Crimea. Tengo muchos amigos periodistas en el Este. Todo esto fue el principio y ahora...

Sentirse lejos cuando tu familia, tus colegas y tus amigos sufren no debe de ser fácil.

Yo he establecido aquí mi vida, pero no dejo de preguntarme cómo puedo ayudar. Tengo un amigo periodista que puso en marcha hace años una ONG para ayudar a los niños de la guerra, Las Voces de los Niños. Tienen una web en la que ofrecen información y piden ayuda para poder recoger materiales, buscar apoyo psicológico para los niños… Y yo contribuyo traduciendo los textos. Y es que tú estás lejos de tu país, en guerra y donde la gente sufre, y sientes esta culpa tan extraña. No quiero ser de esas personas que no viven la realidad del día a día de Ucrania y cree que sabe mejor que nadie lo que ocurre, pero quiero prestar mi apoyo.

A todos nos han impactado los niños y las mujeres saliendo del país.

Nosotros nos fuimos todos a recoger a mi madre: cruzamos nueve países en dos días hasta llegar a la frontera con Eslovaquia. Mi hija estaba tan angustiada que no la podía dejar en la escuela. ¿Sabes qué me dijo? Que estaba cansada, que el abuelo se había quedado allí, que ella sabía que los malos cada vez tienen más armas y que ganarán. Yo le explico que intentaremos hacerles frente, que el mundo nos ayuda... Les digo a los ciudadanos rusos que uno puede cambiar el presidente y el gobierno saliendo a la calle, que no podemos rendirnos ni creernos toda la propaganda. Nosotros lo sabemos muy bien, sabemos luchar por nuestra existencia. Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando mi abuelo era pequeño, mi bisabuelo fue enviado a Siberia. Los nazis lo fusilaron.

Un deseo en estos tiempos difíciles...

Sufro y seguramente sufro más porque soy madre. Me imagino a las mujeres que no pueden sacar a sus hijos del sótano, no pueden llevarlos al colegio o a jugar, que no pueden darles de comer... Quiero que este sufrimiento termine: el mal no puede vencer.

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