A toda ciencia le son inherentes unas raíces históricas que configuran su definición. Pese a todo, dada la ambigüedad de los tiempos en que vivimos, la riqueza de la psicología y el amplio marco de actuación que incluye, sería ingenuo pensar en una única definición válida. Los fundamentos de la situación actual, el desarrollo de las distintas teorías y orientaciones, y la creciente diversidad de la realidad definen su presente y futuro. Así, dada la necesidad de interdisciplinariedad, y nutriéndonos de ella, deberemos repensar los actuales y próximos ámbitos de actuación.
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| 1.
| Presentación |
Me he permitido modificar el título oficial de la conferencia ("de la psicología" en lugar "del psicólogo") para intentar escapar de los usos y abusos de los géneros lingüísticos. Pero, ni aun así, el título de la conferencia me satisface ni, honestamente, presenta el contenido de lo tratado. Tal y como se ofrece, el título presupone dos cosas que me veo obligado a aclarar de antemano que no comparto: por una parte, que la psicología tiene un papel; y, por otra, que estamos en -o nos encaminamos hacia- una sociedad del conocimiento. De la primera cuestión trataré más adelante con detalle: la dejaré en suspenso por el momento. Pero, como la segunda no es, supongo, objeto de esta conferencia, probablemente no merece más que una pequeña aclaración inicial.
La denominación sociedad del conocimiento me resulta más propia de los socialistas utópicos del siglo pasado o de cualquier político en campaña electoral que de cualquier persona sensata que se ocupe de personas y de las relaciones entre las personas. La expresión pretende caracterizar, con forma grandilocuente y positiva, una sociedad en la que la sofisticación tecnológica, en lo referente a la transmisión de información, alcanza cotas inusitadas. Porque sabemos bien que esa misma sociedad de la información global tiene sus disfunciones, que en ella se esconden bolsas de desinformación, agujeros negros de analfabetismo funcional, o, como diría Saramago, cavernas de ignorancia sin fin. Y también sabemos bien que algunas de esas disfunciones, los residuos de tanto consumo de conocimiento, tocarán a los psicólogos y nos vemos obligados a tratar esos problemas, los problemas de las personas con empacho de conocimiento, los problemas de las personas con hambre de conocimiento, etc. Porque, si esa sociedad del conocimiento no genera problemas a las personas, entonces, ¿qué haríamos los psicólogos?
Aunque, antes de comenzar a tratar de qué haríamos los psicólogos, o sea, de cuál sería nuestro papel, pienso que es importante reflexionar sobre qué hemos hecho y qué estamos haciendo. No sea que nos despertemos demasiado cansados por el esfuerzo de ir a algún lugar lejano en sueños, o, dicho de otra manera: por saber no sólo hacia dónde queremos ir, sino también si tomamos la dirección adecuada.
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| 2.
| La tierra prometida |
Desde que mi memoria alcanza a recordar, cuando estudiaba psicología en la segunda mitad de los años 70, hay dos ideas que apenas se han modificado en lo que respecta a la concepción de la psicología y que, personalmente, me resultan apasionantes desde una perspectiva histórica.
Una se resume fácilmente en la frase tópica de definición oficial de la psicología. Hace ya 25 años se decía en las aulas universitarias (aulas físicas, que entonces no había otras) que la psicología es la "ciencia que pretende explicar, predecir y controlar el comportamiento humano". La perplejidad se convierte en pasmo al comprobar que aún hoy se siguen repitiendo las mismas palabras con impunidad. Porque si algo muestra la historia de la psicología es que de explicación anda un tanto escasa, que de predicción mejor no hablar y que el asunto del control merece una consideración especial. ¿Cómo una disciplina que pretende controlar el comportamiento no ha conseguido controlarse y controlar su entorno para hacerse un hueco de reconocimiento social? Tengo el sentimiento de que la frase de Groucho Marx de que nunca pertenecería a un club que tuviera a un socio como él es bastante adecuada.
¿Qué ha hecho la psicología por sí misma en los últimos 30 años?, pues parece que bastante poca cosa. Quiero decir que somos tan obtusos que seguimos con la misma idea de que la psicología debe explicar, predecir y controlar el comportamiento, y esto es absurdo desde todo punto de vista.
Absurdo porque es evidente que ni se ha conseguido, ni es posible conseguirlo, ni sería adecuado conseguirlo aun cuando fuera posible. Apenas sabemos unas pocas cosas de cómo las personas hacen lo que hacen, piensan como piensan, hablan como hablan y sienten como sienten. Nótese que digo personas y no sujetos, que digo hacer y no conducta, etc., porque siempre he pensado que no por utilizar otros términos estamos diciendo más ni estamos diciendo mejor. Que la cuestión del saber no es una cuestión de terminología sino conceptual, y en este sentido son mucho más valiosos los conceptos de persona, de hacer, de pensar, de hablar y de sentir. En cualquier caso, lo más importante no es tanto cuánto sabemos sobre las personas y sus relaciones como cuánto podemos saber. Porque, en esa definición antigua y enmohecida de la psicología, lo más trágico es que supone que es posible conseguirlo, que algún día será posible editar el recetario de las predicciones y de los controles. Porque ése es el sustrato de la definición, un recetario, como si de cocina se tratara. Y, lamentablemente, aún podemos observar que algunas personas se acercan a la formación de psicología con esa presuposición: que aprenderán el libro que les abrirá las puertas del conocimiento sobre las personas y sus relaciones: el libro de las revelaciones, la Biblia de la ciencia humana. Lo más triste no es reconocer lo absurdo de la idea, sino que se trata de una aspiración muy pobre sobre lo humano; las personas y sus relaciones son mucho más ricas y apasionantes que lo que pudiera contenerse en un recetario.
Esa idea es absurda igualmente porque, además de enfrentarse a los hechos con una contradicción sistemática que dura casi un siglo, tampoco ha conseguido convencer a las personas que pueden conseguirlo. Me explico. Todo indica que los únicos que nos creemos la idea somos los psicólogos. Llevamos unos cuantos años divulgándola y no parece que se cotice muy al alza últimamente. Por ejemplo, cuando los economistas hacen profecías, muchas personas les creen y actúan en consecuencia: invierten o dejan de hacerlo, compran un piso o ahorran, etc. Cuando los meteorólogos mediáticos hacen previsiones, muchas personas no les creen, dicen que nunca aciertan, pero actúan en consecuencia cogiendo el paraguas si el mapa isobárico indica "chubascos en la zona mediterránea". En cambio, cuando los psicólogos hablan, me temo que pocas personas les creen, y que también muy pocas actúan en consecuencia. En resumen, lo que quiero decir es que la credibilidad de la psicología está bastante en entredicho y que, tal vez, podríamos vivir del cuento de un libro que no tenemos, pero las personas no quieren escucharlo; y no sólo es cuestión de que no exista (piénsese en los meteorólogos mediáticos), sino de que quizá no les guste el cuento. Dejaré aquí los absurdos de la explicación, la predicción y el control para volver sobre ellos más tarde.
La segunda idea que apenas se ha modificado en estos treinta últimos años es que, en algún lugar, está la tierra prometida del pueblo psicológico. Ciertamente no se manifiesta así institucionalmente, es decir, que no se expresa de esta forma en libros, artículos, clases, etc. Pero la idea es ésa: hay un espacio de actuación profesional, un espacio que es propio, que en muchos casos está ocupado por pueblos que no han sido ungidos como el nuestro. Porque en algunas de esas tierras habitan pueblos poderosos como los psiquiatras, que viven los escabrosos ámbitos de la personalidad, el diagnóstico y la patología, y en otras habitan los también poderosos economistas y abogados, en tierras siempre beligerantes pero negociadoras de las organizaciones y los recursos humanos. Los abogados, además, no nos dejan ni abonar adecuadamente las tierras jurídicas, que, como todo el mundo sabe, necesitan del genuino abono de la psicología para que pueda crecer sanamente en ellas el alimento de las leyes y su cumplimiento por parte de las personas. Hay otros pueblos menos poderosos que éstos que también ocupan nuestras tierras. A saber, los pedagogos y los psicopedagogos, que se han asentado en las tierras de la educación; también los sociólogos y los antropólogos quieren disponer de las tierras de las instituciones. Y he oído decir que no es extraño encontrar algún filólogo y que hasta filósofos han sido vistos cultivándolas.
No pretendo sugerir que mantenemos una situación conflictiva per se con otras formaciones, sino que desde hace mucho tiempo se viene planteado la cuestión de los "ámbitos del psicólogo" como una cuestión de reivindicación. El título de esta conferencia, en cierto modo (y de ahí mi segunda reserva), presupone que el psicólogo tiene un papel, que ese papel ya está escrito en un guión, y que si no somos los actores de esa película es porque algo se ha distorsionado en la secuencia de elegir al actor idóneo para la película. Quisiera desglosar brevemente esta idea porque la considero una de las fuentes clave de la panorámica de la formación y la inserción profesional de los psicólogos.
La idea del espacio profesional propio que debiera estar esperándonos cuando obtenemos el título puede expresarse en siete etapas:

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0. Hay un espacio natural para que el psicólogo desarrolle su actividad profesional.
1. Ese espacio natural tiene escaso reconocimiento institucional.
2. La falta de reglamentación profesional produce situaciones de libre competencia.
3. Como consecuencia de la libre competencia del mercado, otros profesionales, sin la preparación adecuada, ocupan partes de ese espacio.
4. Los resultados de la actividad de otros profesionales que no están preparados adecuadamente para realizar lo que nos es naturalmente propio son claramente insatisfactorios.
5. La insatisfacción social con los resultados de otros profesionales incide negativamente en el reconocimiento social que obtenemos los psicólogos.
6. El escaso reconocimiento social produce una demanda de profesionales de la psicología inferior a la necesaria.
7. Y, como conclusión: "al mundo le hace falta mucha más psicología, de la de verdad, de la de los psicólogos, pero no se da cuenta, no nos dejan y por eso debemos reivindicarlo (con lo que volvemos a la etapa 1).
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Es posible que la caricatura resulte un tanto excesiva para describir lo que se denomina intrusismo, aunque no pienso que sea forzada ni distorsionadora. En todo caso ilustra el círculo vicioso y endogámico con que, desde hace muchos años, nos nutrimos y consolamos. Un círculo que personalmente considero erróneo, que aboca a situaciones en las que no sólo la profesión se puede ver devastada por los tiempos, sino que, como en buena medida ha sucedido en Francia, puede hacer que la disciplina de la psicología se vea fuertemente maltrecha. Un círculo que, como lo que es, no conduce a ninguna parte. Y además, en última instancia, que resulta terriblemente aburrido.
He tomado hasta ahora dos ideas para intentar mostrar que arrastramos desde hace mucho tiempo la pregunta sobre el papel del psicólogo, y desearía tratar ahora algunas formas en las que esas ideas se plasman en la situación actual y cómo en cierta medida somos nosotros mismos quienes nos ponemos piedras en los zapatos.
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| 3.
| La agonía de los cultivos |
Reconozco que he ignorado deliberadamente hasta este momento dos cosas capitales en las historias de los psicólogos sobre su pasado, su presente y su futuro:

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1. La guerra de las teorías y las orientaciones.
2. La realidad del trabajo de los psicólogos.
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La guerra de las teorías y las orientaciones es tan antigua que se remonta al origen de los tiempos y, en muchas ocasiones, es vivida con una intensidad que sería merecedora de serio interés por los sociólogos de la ciencia y los etnógrafos de los saberes.
Qué orientación, qué perspectiva, qué credo, en definitiva, es el de la verdad suprema no alcanzan cotas de comportamiento formal equiparables a las de hinchas de equipos de fútbol, pero se asemejan en lo sustantivo. Y, como sucede en el fútbol, unos ven penaltis donde otros no observan nada punible, y así unos pitarían una terapia conductual y otros una psicoanalítica, cuando no apareciera quien criticara el carácter socialmente construido de la terapia y su función en el mantenimiento del orden social, así como su contribución al encarecimiento del precio del barril del petróleo.
Es posible que haya quien piense que estoy tomando a chirigota cosas que son muy serias, pero lo que de verdad me parece serio, de reflexión, es que la historia, nuestra propia historia, nos muestra lo chistoso del asunto y, en lugar de reírnos, nos enfadamos.
En alguna ocasión he descrito la historia teórica de la psicología como un cultivo de rozas. La psicología dominante de principios de siglo, con el único objetivo de alcanzar un estatus que sobrepasara el listón de lo científico, fundamentó su desarrollo en la utilización de la metodología experimental en laboratorio y, como consecuencia, se orientó al estudio de algunos fenómenos de aprendizaje. Que los fenómenos investigados y sus explicaciones no fueran complementarios, ni mucho menos acumulativos, importaba e importa poco. Lo que hacían Paulov, Guthrie, Tolman, Hall, etc., tenía muy poco en común en el objeto y menos en la explicación, pero solidificaron los cimientos de una psicología dominante porque consiguieron desterrar a quienes no profesaban la pureza de fe metodológica. Era la época en la que las personas se concebían como hacedoras de cosas, como hacedoras de cosas exclusivamente motrices porque no entraba, ni en la pureza metodológica, ni en los animales con los que se investigaba el comportamiento humano, la posibilidad de otros quehaceres.
Debieron de ser un cierto hastío e insatisfacción provocados, en cierta medida, por las bravuconadas skinnerianas de mitad de siglo los que condujeron a una situación de cierto desencanto en los años setenta. Además, en otras disciplinas como la biología había comenzado hacía tiempo una revolución que dinamitaría el piramidal edificio de las ciencias: la revolución de las ciencias de la información.
Y fue como si a los psicólogos se les presentara una aparición con un nuevo mandamiento: las personas piensan. Pueden resumirse en tres las consecuencias de este nuevo testamento: 1) que nada ni nadie pondría en tela de juicio la solidez de los cimientos metodológicos experimentales; 2) que a partir de ese momento se olvidaría que las personas hacen cosas motrices, objeto de investigación de los psicólogos del aprendizaje, y 3) que, por tanto, a partir de ese momento las personas pensaban y sólo pensaban. Había triunfado la psicología cognitiva, y la cognición sería desde entonces el principio y el fin del pensamiento y el conocimiento de las personas.
Esta situación, en la que la psicología cognitiva, fortalecida con las adiciones advenedizas del conductismo tardío, mantiene una hegemonía considerable, dura aún actualmente. Pero, por supuesto, me he olvidado de las otras psicologías: de las minoritarias, que son muchas más, de las psicologías que no han conseguido instaurar un dominio feudal sobre instituciones y publicaciones, aunque puedan tener ciertos impactos locales. Y hay dos aspectos que me parecen interesantes de esas minorías (lo digo en sentido eminentemente normativo): uno, que las psicologías mayoritarias, primero una y luego la otra, consideren que lo son por su mayor capacidad científica, por su condición de ser mejores explicadoras, predictoras y controladoras del comportamiento, y dos, que las psicologías minoritarias, desde el psicoanálisis a principios de siglo hasta las corrientes más críticas en la actualidad, en su afán por proporcionar una compresión de las personas y sus relaciones, no han mostrado otro interés ni más logro que el intento de derrocar y heredar la posición mayoritaria.
Es bien cierto que la guerra de las teorías y las orientaciones, que ha sido durante años una guerra simbólicamente sangrienta, se encuentra hoy algo más apaciguada. Aunque, como toda guerra no resuelta, si es que alguna guerra tiene solución, sus efectos permanecen. Por ejemplo, los efectos de la memoria colectiva de esa guerra continúan manifestándose. Hace poco preguntaba a mis alumnos de la UAB si se mantiene la idea de que la psicología en esta universidad es conductista, lo que sí que tiene bastante de fundamento histórico, pero que en la actualidad es mucho más que dudoso. Para ellos, más del 80 % de la orientación teórica que habían recibido tenía perspectiva conductista. Que no se hayan formado en esa orientación de forma dominante, que no hayan vivido esa época no impide que la memoria difusa de lo colectivo extienda sus redes alcanzándoles, para así hacerles comprender el mundo de la formación que reciben.
Porque ese mundo, el de la formación que se recibe en las universidades y que después se extrapola al ejercicio profesional, continúa hoy por otros derroteros que han convertido el terreno de la guerra de las teorías y las teorías en una tierra agónica.
Me refiero al mundo de las especialidades profesionales y al mundo de las áreas de conocimiento universitarias. Antes de entrar a considerar qué hacen los psicólogos actualmente, me detendré un instante en el mundo de la formación.
Ministerialmente, la psicología se divide en seis áreas de conocimiento: Básica, Psicobiología, Educación, Metodología de las Ciencias del Comportamiento, Personalidad, Evaluación y Tratamiento y Social. En las universidades públicas, estas áreas tienen tres funciones básicas, que por orden de importancia son: regular y controlar con autonomía el acceso a las plazas de profesorado, desarrollar la investigación y concretar e impartir las materias docentes en contenidos de asignaturas, al menos de las asignaturas troncales, cuyas materias están establecidas por el Ministerio de Educación.
Y hay dos fenómenos interesantes que coinciden en potenciar un mismo efecto en esta situación. Por una parte, que, con respecto a la formación impartida, es decir, a las asignaturas, a los itinerarios, etc., este esquema ministerial se reproduce hasta sus últimas consecuencias, en ocasiones lamentablemente irrisorias. En la formación no sólo cubre el espacio de la troncalidad ministerial, sino que se extiende a la obligatoriedad prescrita por cada universidad e incluso a la optatividad y su posible organización en itinerarios. No ignoro que el ministerio prescribe que toda asignatura debe tener algún área de conocimiento adscrita, lo que quiero subrayar es que esta consigna casi siempre se interpreta como un área y sólo un área, que el esquema ministerial se reproduce y atraviesa todo el espacio de la docencia y la formación. Es, en definitiva, como si, cuando compráramos un producto, nos lo vendieran por partes bien diferenciadas en función del departamento que ha participado en su producción: diciéndonos que esto es compras, que lo de más allá es ventas, que aquello es producción y lo otro marketing, pero que, sobre todo, no nos confundiéramos en su utilización. Absurdo sólo el pensarlo, ¿no es cierto?
Tampoco ignoro que este fenómeno se produce, en mayor medida, en universidades grandes que en pequeñas. Aunque mucho me temo que, si la magnitud es menor en las pequeñas, es más por falta de posibilidades prácticas que por la intención consciente de sus integrantes.
Pero aún hay un segundo fenómeno. Es el fenómeno de la especialización. Si, en el terreno de la investigación, tal vez pudiera tener sentido, en el de la formación de segundo ciclo no tiene desde luego ninguno, y cada día menos. Pero las universidades, las que pueden, se empeñan en proporcionarnos itinerarios homólogos a algunas áreas de conocimiento, sobre todo a aquellas que, teniendo una mayor cantidad de optatividad, tienen también una mayor presencia en el segundo ciclo. Muy racionalmente, esas áreas suelen considerarse las más aplicadas.
Pienso que se plantean, al menos, dos cuestiones a este respecto:

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1. ¿Por qué, para qué y con qué efectos se extiende lo que no debería dejar de ser un esquema de estructura interna de la organización en un modelo de planificación de la formación?
2. ¿Qué relación guarda ese esquema con la inserción profesional?
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De la primera cuestión desconozco el porqué y el para qué, aunque no tengo dudas acerca de que buena parte de los efectos, lejos de potenciar la capacidad reflexiva del alumnado mediante la asimilación de diferentes perspectivas de la psicología, lo que hace es contribuir a incrementar una polinesia de contenidos que, conjugada con la memoria de la guerra de las teorías, debe producir algún tipo particular de patología que estaría bien que estudiaran los psicólogos.
Sin embargo, nada de todo esto sería problemático si, después, la demanda social reprodujera el esquema universitario, porque se confirmaría que las universidades se adaptan, en la formación, a lo que la sociedad necesita y pide. Veámoslo.
Según el Colegio Oficial de Psicólogos estatal, al que pertenecen federadamente todos los colegios de las comunidades autónomas excepto el de Cataluña, y que hasta donde alcanza mi conocimiento es el único organismo que se dedica a trabajar y divulgar sus resultados sobre los perfiles profesionales del psicólogo, pueden diferenciarse ocho perfiles profesionales:

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Psicología de la Actividad Física y del Deporte
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Psicología Clínica y de la Salud
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Psicología de las Drogodependencias
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Psicología de la Educación
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Psicología de la Intervención Social
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Psicología Jurídica
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Psicología del Trabajo y de las Organizaciones
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Psicología del Tráfico y de la Seguridad
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Nos guste más o menos, éstos son los perfiles con los que se autodefinen los cerca de 27.787 psicólogos colegiados del Estado Español, exceptuando los que lo están en el Colegio de Psicólogos de Cataluña, y desde luego guarda poca relación con la clasificación de las 6 Áreas de Conocimiento.
No obstante, lo más sorprendente es la relación de estos perfiles con los datos de inserción profesional por especialidades de los psicólogos del Estado, porque entonces es cuando el desconcierto se convierte en absoluto.
Los datos más recientes son los ofrecidos por José Ramón Fernández, que es miembro de la Junta del COP y que, en diciembre de 2000, publicó dos artículos en los que recoge los resultados de la Encuesta de Actividad Profesional que el COP viene realizando en los últimos tres años.
Primer dato curioso: de los 27.787 afiliados en 2000 contestan la encuesta 6.765 personas, es decir, una cuarta parte. Para estas personas, las especialidades profesionales son:
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Tabla 1 Especialidad de los psicólogos según el COP. Tomado de José Ramón Fernández (2000).
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La primera sorpresa es que cuatro de las llamadas especialidades cubren más del 96 % de los perfiles. Además, aparecen dos nuevas especialidades no contempladas en los perfiles, como son la Académica y la Militar. O, dicho de otra manera, a un perfil como el de Psicología Jurídica se autoadscriben 78 personas de 30.000, aunque no importa, sigue siendo un perfil. Poco menos de la mitad son profesores universitarios, pero eso, obviamente, no es un perfil profesional.
Continuemos con los datos, lo que nos permite recuperar aquella guerra de las teorías de la que hablábamos antes y que, evidentemente, aún colea, porque se pregunta por ello a los colegiados.
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Tabla 2 Orientación teórica de los psicólogos según el COP. Tomado de José Ramón Fernández (2000).
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Bueno, al menos esta tabla muestra que las cosas estaban y están en el mismo lugar, que la mayoría es mayoría y que los demás no se entienden ni entre ellos.
Pero, de nuevo, la sorpresa nos asalta cuando se ofrecen los datos del tipo de centro en que trabajan los psicólogos.
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Tabla 3. Tipo de centro en que trabajan los psicólogos según el COP. Tomado de José Ramón Fernández (2000).
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Y la sorpresa no es una sino varias. La primera es que el autor del artículo nos avisa de que a esta pregunta no ha respondido el 22% de las personas que han contestado la encuesta, lo que el autor atribuye a que están "en paro, fundamentalmente". Atribución de situación que el autor no explica más.
La segunda sorpresa es que la diversidad de la tipificación e incluso lo sui generis de la tipología carece de ningún interés, porque no se puede establecer ninguna relación ni con perfiles ni menos todavía con especialidades de formación. No obstante, el autor lo hace y, en algunas ocasiones, las conclusiones rayan el esperpento, porque resulta que, de los 78 psicólogos que trabajan en la especialidad de Seguridad Vial, 71 lo hacen en Centros de reconocimiento de conductores. Es decir, una especialidad que se encuentra representada en la encuesta por menos de un 0,3% de los 30.000 colegiados, y que casi en su totalidad trabaja en un tipo de centro, constituye un perfil profesional para el COP y el autor del artículo no tiene inconveniente en afirmar, en el primer párrafo del artículo, "la fuerte implantación de la Psicología en el ámbito de la Seguridad Vial".
Para finalizar con el baile desenfrenado de datos volvamos a los perfiles. En su presentación, el Decano del COP nos indica que "España cuenta con 31.000 psicólogos colegiados, y aproximadamente 56.000 alumnos cursan la licenciatura de psicología en la actualidad". Y lo curioso de las cifras es que, teniendo en cuenta que en estos datos se incluye Cataluña, que podemos situar el éxito de titulados sobre nuevos ingresos en psicología alrededor del 70%, esto implica que un año de licenciados es equivalente a una tercera parte de todos los colegiados del estado español desde los años 70. Porque sólo en Cataluña se licencian cada año cerca de 1.000 personas, y con la entrada de la UOC, con vuestra entrada, la cifra se puede incrementar considerablemente. Entonces, ¿dónde están esos licenciados perdidos de los colegios? ¿Trabajan? ¿Tiene algo que ver lo que hacen con la psicología?
Carezco de información sólida para responder a estas preguntas, aunque me gustaría apuntar cinco ideas:

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1. Que ya va siendo hora de que formadores, alumnos, instituciones de formación y colegios profesionales nos las hagamos seriamente y nos preocupemos por responderlas.
2. Que la escasa información disponible de mediados de los años 90 indica que la ocupación inicial mayoritaria de los psicólogos era la de administrativo.
3. Que un tímido intento frustrado por responderlas con los exalumnos de la UAB sugería intuitivamente que el desempleo es menor de lo que puede suponerse y que más personas de las que imaginamos trabajan en una ocupación para la que puede haber servido la formación.
4. Que, en cualquier caso, la cantidad de alumnos que estudian psicología es excesiva e insostenible en la situación actual.
5. Que se hace necesario un cambio de rumbo importante en la concepción de las formaciones y las inserciones profesionales, puesto que, además, la edad media de los psicólogos españoles no debe pasar demasiado de los 30 años.
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Con el propósito de proporcionar cuerpo a estas ideas, y aunque no tenga más valor que el de pensar si pueden ser pensadas, para concluir me voy a permitir algunas líneas sobre el último aspecto, el del cambio de rumbo en las formaciones y las inserciones, con algunas sugerencias.
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| 4.
| Navegando sin horizonte |
He comenzado esta conferencia recordando la tierra prometida de los psicólogos. Por múltiples motivos me parece que ya va siendo hora de que abandonemos esa idea. Un primer motivo es que es una idea equivocada. No hay un espacio profesional del psicólogo, ni uno ni muchos. La sociedad y los tiempos nos han mostrado que tenemos que ganárnoslo, que tenemos que luchar por espacios de inserción, y tanto da que los pensemos propios como que no. Además, esos espacios propios, que yo preferiría denominar clásicos, deben de estar tan abarrotados de psicólogos que no debe caber ni un alfiler.
Por tanto, por qué en lugar de navegar creyendo que tenemos un horizonte, no asumimos que, efectivamente, navegar sin rumbo puede ser más productivo, que nos puede permitir el descubrimiento de nuevos espacios, de diferentes inserciones. Por qué no comenzamos a trabajar de modo que sea el viento de los tiempos el que nos conduzca a derroteros insospechados, el que nos haga admitir por fin que nos ocupamos de las personas y de sus relaciones y que ésos son los maravillosos espacios de lo infinito.
Pensar que esto desnaturaliza la psicología, que la puede conducir a océanos de diversidad tan vastos que terminen por desmembrarla y romperla, creo que es equivocado. Que bastante más desmembra y rompe una concepción de la formación ajustada a unas Áreas de Conocimiento que tienen valor estructural en la universidad pero cuya eficacia formativa se ve bastante en entredicho. Igualmente, es ilusorio reivindicar perfiles que no representan nada cuando ignoramos qué les sucede a la mayoría de los titulados.
Por otra parte, navegar sin rumbo significa abandonar las viejas y absurdas discusiones teóricas y comenzar a reconocer que palabras tan bienintencionadas como la interdisciplinariedad, etc., no son más que eso, ya que no somos muy incapaces de establecer diálogos sobre cómo debemos aproximarnos a las personas y sus relaciones, sobre qué debe ser característico y genuino como forma de aproximación, más que como sistema de explicación o modelo de concepción.
Y en ese navegar sin rumbo, pienso en aprovecharnos y adaptarnos a los tiempos sin que por ello tengamos que perder nada ni renunciar a nada. Pienso, concretamente, en iniciar tres pistas.

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1. Nada impide que continúe existiendo, desarrollándose, fortaleciéndose una psicología de la intervención. Es un viento que ha soplado y que continuará soplando. Pero esa psicología de la intervención, que atendería las actuaciones orientadas a tratar de las disfunciones de las personas y sus relaciones, no tiene sentido que sea dividida en cosas como "clínica", "social", "educativa", etc., para que luego se concluya que los problemas son complejos y multifactoriales. ¿Acaso la intervención en escuelas no es una intervención social que, en ocasiones, precisa de conocimientos clínicos, como si estos ámbitos fueran separables simplemente por los espacios físicos a los que remiten? Me parece cada día más evidente que el psicólogo de la intervención debe estar preparado no para proporcionar soluciones receta del ámbito que se autoatribuye, sino armado de estrategias para poder actuar en distintos planos de problemas de personas y sus relaciones, sea en las organizaciones o en los centros de toxicomanías provinciales.
2. Me resulta curioso cómo los psicólogos hemos ignorado casi en su totalidad el valor de la denuncia, y no me refiero a la denuncia legal, sino a la denuncia humana. Otros profesionales, como los periodistas, han hecho de la denuncia bandera y lanza y lo hacen además con una ética muy cuestionable en ocasiones. Una psicología de la denuncia podría y debería constituirse alrededor de la reflexión, del estudio, de la investigación de todo aquello que es humanamente denunciable. Al modo en que el movimiento ecologista se preocupa por las ballenas o los residuos, es extraño que los psicólogos no nos hayamos percatado de la posibilidad de una ecología humana, de una psicología que critique y denuncie lo inhumano de las personas y sus relaciones. No me refiero aquí ni a una línea de intervención ni a aguardar a que los media nos indiquen qué es humanamente alarmante. Al contrario. Me refiero a adelantarnos a los media en la investigación seria y honesta de lo humanamente denunciable.
3. En tercer lugar, una psicología de la innovación. Una psicología exploradora y aventurera, que mire hacia el futuro, sin la necesidad imperiosa de reproducir pensando en el pasado. No sé muy bien hacia dónde se puede dirigir, pero en cualquier caso sería la antítesis de más de lo mismo con otras formas. Me explico. He revisado las ponencias y comunicaciones de los dos congresos nacionales sobre Internet y Psicología y mi sorpresa ha sido la de que, mayoritariamente, se encuentra la misma psicología con el apoyo formal añadido de Internet. Son predominantes ponencias como "Efectos psicológicos de las nuevas tecnologías", o bien, "Dificultades técnicas para el desarrollo de la terapia virtual", es decir, más de lo mismo. Y no me refiero a que estas cuestiones no puedan ser de interés, pero añaden muy poca innovación a lo que Internet significa en la vida de las personas y sus relaciones, porque esa vida y esas relaciones son concebidas como alteradas por algo externo y formal. Y probablemente no se trata de eso, aunque seguro que en este campo sois más expertos y tenéis más experiencia que otros psicólogos.
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DÍAZ, R.; QUINTANILLA, L. (1992). "La identidad profesional del psicólogo en el Estado español". Papeles del Psicólogo, núm. 52, pàg. 22-74.
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HERNÁNDEZ, A. (1982a). "La situación laboral de los psicólogos" (1). Papeles del Colegio, núm. 6, pàg. 31-48.
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HERNÁNDEZ, A. (1982b). "La situación laboral de los psicólogos" (2). Papeles del Colegio, núm. 6, pàg. 43-49.
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FERNÁNDEZ, J.R. (2000). La psicología profesional en España (I). Algunos datos sobre los distintos campos de aplicación. [En línia]. RECOL, 22/12/2000.
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QUINTANILLA, I.; BERENGUER, G. (1994). "La imagen del psicólogo en el Estado español". Papeles del Psicólogo, núm. 58.
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 | La Red de los Profesionales |
| http://www.recol.es |
| Datos actuales, artículos, noticias, enlaces, congresos, recursos, etc. |
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 | FERNÁNDEZ, J.R. (2000). La psicología profesional en España (I). Algunos datos sobre los distintos campos de aplicación. [En línia]. RECOL, 22/12/2000. |
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 | International Centre on Technical and Vocational Education and Training (UNEVOC) |
| http://www.unevoc.de |
| Recoge información sobre el desarrollo y la mejora técnica y vocacional de la educación y la enseñanza de los estados miembros de la UNESCO. Se centra en el intercambio de información, trabajo en red y cooperación internacional. |
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 | Colegio Oficial de Psicólogos de España. Perfiles profesionales del psicólogo. |
| http://www.cop.es/perfiles |
| Los nuevos retos profesionales. Proceso de especialización e implantación en el mundo social de los distintos ámbitos de la psicología. |
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 | Suplemento Informativo de Papeles del Psicólogo. |
| http://www.cop.es/infocop/infocop76 |
| Diversos recursos (artículos, enlaces, etc.). |
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 | European Federation of Professional Psychologists' Associations. |
| http://www.efppa.org |
| Datos actuales, artículos, noticias, enlaces, congresos, recursos, etc., a nivel europeo. |
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[Fecha de publicación: mayo de 2001]
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