Número 113 (septiembre 2021)

Hacia un nuevo Tratado de Utrecht o el valor de la inercia en la comunicación científica

Alexandre López-Borrull

 A pesar del recuerdo funesto que este histórico tratado representa para los catalanes, se me hace difícil no emplear el juego de palabras en relación a lo que ha sucedido en la Universidad de Utrecht, y cómo puede afectar al ecosistema científico. Y de rebote, a la ciencia (o no). Para aquellos que no lo recuerden, este tratado de 1713 son de hecho (me corrige la Wikipedia) toda una serie de tratados de paz bilaterales que se firmaron entre los diferentes contendientes de la Guerra de Sucesión española. Un tratado puede entenderse como una negociación entre dos visiones o naciones enfrentadas que acuerdan un equilibrio para continuar sus misiones.

Algo parecido podría tener lugar en la comunicación científica. En este caso, recordamos que, todavía ahora, el poder (de la evaluación científica) está en el factor de impacto. Así como la guerra de sucesión tuvo lugar para evitar que Francia acumulara aún más poder en la geopolítica europea de principios del siglo XVIII, en este caso el dilema radica en cuál es el poder que se quiere seguir dando al factor de impacto a la hora de la evaluación de la investigación y los investigadores, por supuesto.
 
Así pues, ¿qué ha hecho la Universidad de Utrecht y, sobre todo, que implica lo que ha decidido? Tal como se recoge en este artículo publicado en Nature a finales de junio, la Universidad de Utrecht ha dado un paso adelante en su reconversión hacia una plena ciencia abierta y a partir de ahora el factor de impacto de las revistas donde han publicado los autores no será el principal elemento para evaluar su personal académico ni las nuevas contrataciones. Tan fácil de decir, tan difícil de hacer. El sueño de muchos investigadores y universidades. ¿Dónde está, pues, el problema y la discusión? Para hacerlo tendremos en cuenta varios aspectos:
 
1. El factor de impacto es sencillo de entender y aún más sencillo de manejar.
 
Tengámoslo en cuenta, porque ha sido siempre el principal motivo para utilizarlo; el dólar del mundo académico. Creado como sistema para poder comparar las revistas a la hora de hacer adquisiciones por parte de las bibliotecas, el Science Citation Index de Eugene Garfield partía de una premisa básica. Cuantas más citas tiene una revista, más impacto tiene. Esto sigue teniendo una gran lógica y, por tanto, tiene sentido. El problema radica cuando se utiliza un zoom demasiado amplio para comparar investigadores, grupos de investigación, universidades, naciones y continentes. Y se emplea a pesar de los sesgos y las críticas conocidas, estudiadas (¡y muy citadas!) porque cualquier otro sistema en papel era inabordable antes de Internet desde un punto de vista tecnológico y económico. Hace años que el ámbito tecnológico está resuelto, sólo hay que ver cómo se actualizan las citaciones de los perfiles de Google Scholar Citations, tan rápido como el artículo está publicado.
 
¿Por qué evaluamos, pues, datos de revistas para comparar artículos concretos y su autoría? Este es el gran problema desde mi punto de vista, porque las métricas diferenciadas por disciplinas y otros criterios parecen más sencillas de normalizar. Pero emplear un número medio donde pueden haber artículos muy citados y otros sin ninguna cita parece sesgar tu posición. Siempre es más rentable publicar un artículo no citado en una "buena" revista que uno muy citado en una revista "media". Y en momentos en los que todos buscamos en bases de datos cada vez más exhaustivas (ahora ISI ya incluye los artículos de ESCI en el paquete de la Web of Science dentro de las búsquedas, por ejemplo) y tenemos grandes paquetes editoriales, todos los artículos salen en igualdad de condiciones en la línea de salida. Y más aún cuando todos estén en acceso abierto, y no dependan del filtro de las instituciones a la hora de adquirirlo.
 
2. Hay que ser atrevido para resolver problemas enquistados, pero teniendo en cuenta a todo el mundo.
 
El movimiento de la Universidad de Utrecht es valiente. Sobre todo porque cambia las reglas de juego internamente, pero también externamente, como dice la carta abierta firmada por más de un centenar de investigadores en contra de la decisión. Porque, como en muchas otras cosas más que independientes, los sistemas son interdependientes, y lo que decida una universidad afecta a un estado y sus métricas. Pero sobre todo es valiente porque alguien lo tiene que hacer.
 
Llevamos demasiados años criticando el sistema actual y, a pesar de haber varias opciones sobre la mesa, nunca parece ser el mejor momento para hacer la transición. Porque sí, hay que reconocer que, en esta reconversión académica, habrá un coste. Y algunos esperan que el coste sea mínimo, pero el tiempo no parece una variable que le haga mínimo, porque siempre habrá unos beneficiados y unos perjudicados. Desde el momento en que se toma esta decisión (y se mantiene en el tiempo, sobre todo) habrá una generación que creció con unas reglas de juego y otra que empieza a crecer sabiendo las reglas de juego nuevas. Y posiblemente competirán por las mismas plazas y durante un tiempo habrá unos de perjudicados. Y se entiende que estos puedan sublevarse, y habrá que evaluar también cómo se compensan (como quien compensa el cierre de una mina).
 
3. Cualquier movimiento imparable generará una reacción contraria.
 
Tal como vimos en el caso del Plan S, a menudo los académicos no quieren grandes cambios ni nuevas políticas de información sino rutinas que no burocratizen su investigación. Así, siempre hemos visto que cada nuevo movimiento atrevido de las instituciones europeas genera cartas de científicos que expresan dudas sobre su conveniencia. No les faltan razones y hay que saber leer qué dice cada carta más allá del literal. A menudo expresan, creo, reticencias que son resistencias, donde se resaltan los lógicos puntos débiles de las decisiones olvidando a menudo los graves problemas del sistema actual.
 
Aunque puedas trampear una realidad sesgada no la hace más justa, sino que estás mejor adaptado. Y da miedo no estar adaptado a la nueva situación. Darwin podría haber hecho sus estudios mirando el actual ecosistema de la comunicación científica. Lo que también hay que tener en cuenta y debemos asumir, también en casa (la UOC es uno de los firmantes), es que firmar DORA implica hacer cambios, no solo firmar tu apoyo teórico, también hay que describir cómo se aplica en la práctica. Si no, pasa a ser un espejo donde nos queremos ver mejor reflejados de lo que somos.
 
4. ¿Dónde estamos los profesionales de la información en este escenario?
 
Siempre he interpretado y defendido que, en términos de propiedad intelectual, los profesionales de la información estamos en medio entre los creadores de contenidos y los usuarios que quieren acceder al máximo número de contenidos de la forma más gratuita posible. En el caso de la ciencia abierta, creo que debe haber una defensa clara del nuevo paradigma por las ventajas que conllevan para el intercambio libre y gratuito de la información científica, pero que también hay que ser conscientes de los cambios en los ecosistemas. Defender la ciencia abierta no se puede ceñir a una lucha contra las grandes editoriales, que las editoriales quizás siempre estarán al final del camino, con productos compatibles con la ciencia abierta de gran calidad y que utilizaremos mientras no tengamos alternativas públicas de verdad y calidad (y de ahí llora la criatura). Hay que entender, pues, al conjunto de nuestros usuarios, y sobre todo saber eliminar las resistencias y ganarse el colectivo académico para que salten con nosotros en un nuevo espacio. Salir de la zona de confort es muy difícil para investigadores que a menudo han sudado sangre y sufrimiento para alcanzar sus plazas en entornos hipercompetitivos y en forma de embudo.
 
5. ¿Por qué habría un nuevo tratado de Utrecht?
 
El camino iniciado por la Universidad de Utrecht no puede ser un camino sólo para economías que lo pueden pagar, sino que deben formar parte de un plan ambicioso y constante, que pivote sobre las nuevas generaciones y sus valores pero que no deje fuera aquellos que han consolidado los ecosistemas en los últimos años. Ellos han crecido con unas reglas de juego y son los usuarios que han consolidado las revistas publicando, citando y generando aquella vieja premisa de Garfield. Como conclusión, mientras no tengamos un consenso claro entre las diversas velocidades para implantar la ciencia abierta, nos tocará estar en dos caminos. Además, con la dificultad añadida de definir lo que es impacto. Garfield hizo una respuesta sencilla y eso la hizo tan ganadora. Mientras no tengamos esta definición, nos sentiremos como el poeta Bécquer, que nos preguntaría qué es impacto y de momento sólo podríamos responder así: "Y tú me preguntas qué es impacto? Impacto eres tú".
 

Cita recomendada

LÓPEZ-BORRULL, Alexandre. «Hacia un nuevo Tratado de Utrecht o el valor de la inercia en la comunicación científica». COMeIN [en línea], septiembre 2021, no. 113. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n113.2158

comunicación científica;  gestión del conocimiento;