Número 118 (febrero 2022)

Otras maneras de habitar el mundo

Amalia Creus

En un artículo titulado «El clima de la historia: cuatro tesis», el historiador bengalí Dipesh Chakrabarty nos hace una provocadora invitación: dejemos por un momento en suspenso la lógica inmediatista desde la que solemos pensarnos en un mundo altamente tecnológico e hiperconectado.

Hagamos, en su lugar, un ejercicio de distanciamiento temporal profundo: visualicémonos más allá de nuestra dimensión biológica, más allá incluso de la línea temporal que dibuja, desde la prehistoria, nuestra evolución como especie. Y entonces, desde ese horizonte extendido a magnitudes geológicas, desde ese lugar temporal extraño donde los contornos de nuestra propia existencia se difuminan: ¿qué vemos que antes no veíamos?

 

La pregunta de Chakrabarty (2009) es una muy interesante invitación a reflexionar sobre el mundo y sobre la historia desde la perspectiva del Antropoceno, una era geológica caracterizada por transformaciones profundas provocadas por nuestra acción sobre el planeta. En su texto Chakrabarty llama la atención sobre el hecho de que durante mucho tiempo nos acostumbramos a pensar que los procesos de la naturaleza eran tan grandes y poderosos que nada de lo que hiciéramos podría cambiarlos. En efecto, desde la óptica de nuestra existencia biológica, las cronologías y actividades humanas parecieron siempre insignificantes en comparación con la inmensidad del tiempo y los procesos geológicos, y quizás así lo fueron durante mucho tiempo. Sin embargo –señala Chakrabarty–, el impacto de nuestros modos de vida sobre los ecosistemas terrestres nos ha convertido en agentes geológicos: estamos modificando los patrones atmosféricos y los ciclos geoquímicos del planeta, provocando que el nivel del mar suba, que el hielo se derrita y que el clima cambie. Dicho de otro modo, colectivamente nos hemos convertido en una fuerza geofísica capaz de determinar el curso del planeta de un modo que posiblemente ni tan solo somos capaces de comprender en su totalidad.

 

Esta mirada extendida a las consecuencias futuras de nuestra acción sobre el planeta, más allá de nuestra propia historia como especie, resulta un ejercicio muy útil para reflexionar sobre la cuestión central que queremos abordar en este texto: el problema de los residuos, algo que tiene mucho que ver con la mirada, o más precisamente, con lo que somos o no capaces de ver desde los tiempos y espacios que habitamos.

 

El problema de la producción global de residuos

 

Según un informe publicado en el año 2018 por el Banco Mundial, la producción global de residuos sobrepasa actualmente los dos mil millones de toneladas al año, y va en aumento. En efecto, según este mismo informe, si seguimos en la senda actual, la producción mundial de desechos aumentará en un 70 % hasta el año 2050. Es una previsión abrumadora, cuyos efectos son ya catastróficos para la vida en el planeta. Nuestra basura está contaminando los océanos del mundo, obstruyendo desagües, causando inundaciones, transmitiendo enfermedades, contaminando la biosfera, exterminando especies.

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California Sea Lyon Plays with Mask, primer premio instantánea individual en la categoría de medio ambiente del World Press Photo 2021

Fuente: World Press Photo

 

Es, además, fundamental recordar que muchos de los desechos que producimos tienen un efecto de larguísima duración: perdurarán milenios en el futuro, y es imposible saber qué consecuencias ello supondrá. Un retrato impactante de la dimensión de este problema se puede ver en el documental Into Eternity, sobre el depósito subterráneo de residuos nucleares de Onkalo. Excavado sobre roca sólida, Onkalo es un enorme sistema de túneles subterráneos diseñado para almacenar basura nuclear por 100.000 años. El documental, que se rodó en el momento en que este depósito geológico se estaba construyendo, nos lleva a lo más profundo de sus instalaciones, mientras nos invita a reflexionar sobre las implicaciones éticas y científicas de su construcción. Es un relato impactante, que apela sobre todo a nuestra responsabilidad hacia las generaciones futuras y hacia todas las especies con las que compartimos el planeta: ¿Cómo protegerlas del peligro que supone Onkalo, cuando no sabemos cómo será el mundo en 100.000 años?

 

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Imagen del interior del depósito subterráneo de residuos nucleares de Onkalo

Fuente: Posiva Oy

 

Un enfoque tecnocrático

 

En contraste con esta pregunta tan fundamental, es interesante notar que gran parte de los esfuerzos científicos, políticos y económicos a nivel global en relación con los residuos se han enfocado, sobre todo, en el campo de la gestión. Es decir, se ha priorizado el diseño de procesos y estrategias que buscan medir los residuos que producimos, tratarlos y transformarlos, así como regular y normativizar su producción y su consumo. Se trata de una mirada circunscrita, en gran medida, a los parámetros de la domesticación, más enfocados a la innovación tecnológica y a los sistemas de vigilancia que a un cuestionamiento profundo de nuestros modos de vida.

 

También es verdad que, frente a esta visión tecnocrática, cada vez más son las voces que reivindican la necesidad de abordar la cuestión de los residuos desde una perspectiva ontológica, sensible e intersubjetiva, que se desprenda la mirada etnocéntrica y ponga en el centro la relación entre diferentes elementos y especies, abriendo espacio al cuestionamiento de los límites del conocimiento humano. Son en ese sentido fundamentales las aportaciones del ecofeminismo, que traen a debate conceptos como la vulnerabilidad, la fragilidad, la finitud y la interconexión con la naturaleza como ejes centrales para reconstruir nuestro lugar en el mundo desde una ética del cuidado, imprescindible para la continuidad de la vida.

 

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Imagen de la obra Raíces (1943)

Fuente: Frida Kahlo

 

En ese marco está el texto de la investigadora canadiense Myra HirdKnowing Waste: Towards an Inhuman Epistemology– que nos invita a «visualizar» y «sentir» los procesos de expansión y transformación de los residuos que desechamos como una extensión de nosotros mismos; como un movimiento de modificación y metabolismo a partir del cual nuestros desechos nos conectan con el planeta más allá de lo humano, alterando los ecosistemas en los que habitamos.

 

Podríamos decir que lo que tienen en común las propuestas de Chakrabarty y de Hird es el hecho de que nos permiten mirar los procesos de degradación de los sistemas terrestres desde una posición de extrañamiento, que pone en suspenso lo humano como forma privilegiada de interpretación del mundo. En otras palabras, nos invitan a quitarnos las gafas etnocéntricas y comprender la vida más allá de nosotros. En esa misma línea, Donna Haraway (2016) nos recuerda que estamos conectados en una relación de interacción e interdependencia con una multiplicidad de fuerzas, elementos y especies, con las que compartimos la vida. Desde ese punto de vista, pone en cuestión la idea de sujeto racional, individual y autónomo, para entendernos como fruto de una constante relación de interconexión, simbiosis e interdependencia.

 

¿Es posible revertir la producción de residuos?

 

Revertir la producción de residuos requiere seguramente una reinvención radical y colectiva del mundo tal y como lo conocemos. No es seguramente una tarea fácil. Y menos para los que hemos tenido la suerte de nacer y crecer lejos de la guerra y la pobreza, a quienes el cambio radical nos cuesta. Incluso nos resulta difícil imaginarnos –a nosotros, a nuestros hijos, a nuestros nietos– en ciertos escenarios que dibujan informes recientes sobre el impacto que el Antropoceno tendrá sobre nuestras vidas en poco más de treinta años. De cierta forma, nos hemos acostumbrado a vivir en lo que el sociólogo Ulrich Beck (1986) llamó «la sociedad del riesgo». Nos lo dice la ciencia, nos lo muestran los datos, pero, aun así, todo ello nos sigue sonando como una música de fondo, abstracta, distante, para muchos incluso inverosímil.

 

Por eso es tan importante pensar la cuestión de los residuos desde una mirada ontológica, que vaya más allá de su gestión y de la perspectiva de innovación tecnológica. Como sugiere Chakrabarty, para comprender la complejidad de nuestro tiempo presente necesitamos una suerte de gafas bifocales, que nos permitan unir en una única mirada lo humano y lo no humano, la sociedad y la naturaleza, nuestra historia sociocultural reciente y la dimensión geológica de nuestra acción sobre el planeta. Necesitamos, en suma, abrir espacios a otras maneras de habitar el mundo, más allá de la superficie o de lo inmediato, más allá de lógicas aceleradas del capitalismo global que invisibilizan, bajo la seductora manta del consumo y la producción sin límites, sus miserias y sus desechos.

 

Para saber más:

BECK, Ulrich (1986). La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad. Barcelona: Paidós.

CHAKRABARTY, Dipesh (2009). «The climate of history: Four theses». En: Critical Inquiry, no. 35, p. 197-222. DOI: https://doi.org/10.1086/596640.

HARAWAY, Donna (2016). «Antropoceno, Capitaloceno, Plantacionoceno, Chthuluceno: generando relaciones de parentesco». En: Revista Latinoamericana de Estudios Críticos Animales, vol. 1(3), p. 15-26.

HIRD, Myra J. (2012). «Knowing Waste: Towards an Inhuman Epistemology». En: Social Epistemology: Journal of Knowledge, Culture and Policy, vol. 26, no. 3-4, p. 453-469. DOI: https://doi.org/10.1080/02691728.2012.727195.

KAZA, Silpa; Yao, Lisa C.; Bhada-Tata, Perinaz; Van Woerden, Frank (2018). What a Waste 2.0: A Global Snapshot of Solid Waste Management to 2050. Urban Development. Washington, DC: World Bank. Disponible a: https://openknowledge.worldbank.org/handle/10986/30317. DOI: https://doi.org/10.1596/978-1-4648-1329-0.

 

Citación recomendada

CREUS, Amalia. Otras maneras de habitar el mundo. COMeIN [en línea], febrero 2022, no. 118. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n118.2211

lifestyle género;  investigación;