Convivencia escolar en el centro de la educación: ¿cómo entienden las políticas los actores educativos en Chile?
Según la UNESCO, los profesores también sufren directamente las consecuencias de la violencia escolar, ya que tres de cada cinco docentes afirmaron que la violencia en las aulas afectaba a su trabajo diario"Las escuelas deben escuchar a sus estudiantes, detectar sus necesidades y las formas a través de las cuales pueden aprender, así como enseñar otro tipo de aspectos relacionados con lo emocional o lo relacional para lograr una sociedad con unas condiciones mínimas de dignidad y de educación? (Enrique Baleriola)
La lucha contra el acoso escolar, también conocido como bullying, es un problema social y educativo que afecta a niños, niñas y adolescentes en todo el mundo. En el estudio “Más allá de los números: Poner fin a la violencia y el acoso en el ámbito escolar” de la UNESCO se reveló que, en 144 países, uno de cada tres alumnos dijo haber sido víctima de acoso escolar al menos una vez en el transcurso de solo un mes.
Estos niveles han alcanzado cifras preocupantes, como la mencionada en el libro Juventud: realidades y retos para un desarrollo con igualdad, de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). En dicho libro las autoras señalan que el 30 % del estudiantado de América Latina y el Caribe afirma haber sido víctima de violencia escolar en cualquiera de sus dimensiones, por ejemplo, físicas y psicológicas.
Para el caso puntual de Chile, un reciente estudio del Observatorio de Ciudadanía, Convivencia y Bienestar Escolar (PCCBE), de la Universidad de La Frontera, reveló que entre el segundo trimestre de 2019 y el mismo periodo de 2022 hubo un alza del 27,7 % en el total de denuncias por violencia escolar en el país. Estas cifras son respaldadas por la organización Bullying Sin Fronteras, quienes indican que entre 2020 y 2022 se registraron 5.934 casos graves en Chile.
Este fenómeno pone en peligro el aprendizaje e incluso la vida y el futuro de quienes lo padecen, por lo que el gobierno ha intentado frenar la situación con la implementación de políticas de convivencia escolar que apoyen la formación de un ambiente educativo seguro, respetuoso y propicio para el aprendizaje y el desarrollo integral de los estudiantes.
Enrique Baleriola, profesor de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y experto en tecnologías de internet e inteligencia artificial, salud digital, educación y TIC, explica que "hemos fallado como sociedad y hemos permitido las situaciones de violencia escolar al no visibilizar lo que hay detrás de estas, por ejemplo, el entorno que rodea a cada niño o las situaciones que vive en su familia". ¿Qué podemos hacer entonces para no fallar y que esto no vuelva a ocurrir? De acuerdo con esto, el experto ha participado en el desarrollo de la investigación denominada "Traducciones heterogéneas de la(s) política(s) de convivencia escolar en Chile", a través de la cual analizaron el enfoque y la implementación de las políticas de convivencia escolar en Chile desde una perspectiva heterogénea, en la cual tuvieron en cuenta a los diferentes actores del sistema educativo y cómo ellos traducen y comprenden estas políticas, para luego aplicarlas en sus instituciones.
La investigación, que fue realizada por la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, la Universidad Andrés Bello y la Universidad de las Américas, evidenció discrepancias en la forma en la cual las políticas de convivencia son interpretadas e implementadas. Estas diferencias pueden deberse a factores como la capacitación de los profesores, el contexto socioeconómico de las escuelas, las expectativas de los padres y la percepción de los estudiantes sobre el ambiente escolar.
Los resultados también sugieren que los espacios de negociación de las definiciones y acciones esperadas en torno a la convivencia escolar pueden ser la experiencia de transformación necesaria para permitir un flujo de poder más diverso y heterogéneo entre los actores educativos. De allí, la importancia de la participación activa de la comunidad a través del diálogo constante y una comprensión compartida entre todos los involucrados.
Por otro lado, los investigadores han encontrado dos enfoques de gestión de la convivencia escolar: el formativo, que busca resolver los conflictos mediante el diálogo y las acciones de formación y de reparación; y otro de carácter punitivo, que busca identificar y castigar a los agresores, además de castigar a las escuelas vía multas y amenazas de cierre. Este último, según afirma el profesor Baleriola, tiene unos efectos colaterales evidentemente negativos, ya que está centrado en la política educativa neoliberal de evaluar los centros educativos a través de modelos estandarizados y fuera del contexto social, lo que genera mayor exclusión y competencia entre la comunidad. "Lo que se ha visto es que el modo en que estas políticas de convivencia se implementan tiene que ver con el visibilizar casi de manera exclusiva los elementos que hemos denominado punitivos. ¿Qué quiere decir esto? Que lo que se resalta son aquellos elementos negativos, es decir, la violencia y la forma más rápida y fulminante posible de eliminarla, por ejemplo, expulsando al estudiante que ha pegado a otro o que ha causado una disrupción en el aula", afirma el investigador. Esto, al final, asegura, de alguna manera, una etiqueta de persona violenta y, por tanto, la reproducción y marginación social de quienes han sido castigados por este enfoque.
Frente a esto, la investigación sugiere que es necesario considerar la convivencia como un proceso complejo que requiere de un enfoque pedagógico-formativo, de la participación de dispositivos como el manual de convivencia escolar y otros que favorezcan la traducción de las políticas a través de mayores espacios de negociación y, por supuesto, la actuación de los profesores, directivos, estudiantes, padres de familia y de las entidades gubernamentales.
Para el profesor Baleriola, en la actualidad, lo único que pueden hacer las escuelas es garantizar que sus estudiantes tengan un buen resultado en las pruebas estandarizadas; de lo contrario, podrían perder el financiamiento y tener que cerrar sus instalaciones. "Por tanto, es una escuela que no puede perder tiempo en escuchar a sus estudiantes, detectar sus necesidades, detectar los modos en que pueden aprender bien, qué carencias de afecto, de emociones, de lenguaje, de inteligencia emocional tienen y, por ende, no pueden centrarse en enseñar otro tipo de aspectos que sean más relacionales, emocionales, de autoconocimiento o en definitiva, más de convivencia, como la colaboración, la expresión emocional, el compartir, es decir, valores que, si bien escapan efectivamente a la rendición de cuentas estandarizada y escapan a lo que es aprender lenguaje, matemáticas y ciencias sociales, son competencias y habilidades básicas para la convivencia y el civismo, así como para tener, el día de mañana, una sociedad con unos ciudadanos responsables y que puedan tener unas condiciones mínimas de dignidad y de educación", comenta el experto.
Para finalizar, los investigadores recomiendan ampliar los espacios de participación, mejorar la conexión entre convivencia y aprendizaje, consensuar con mayor fuerza democrática lo que se entenderá por convivencia escolar y prestar mayor atención al uso de los dispositivos sociotécnicos para negociar espacios de traducción más pedagógicos.
Artículo de referencia:
López V, Valdés R, Ramírez-Casas del Valle L y Baleriola E (2023) Traducciones heterogéneas de la(s) política(s) de convivencia escolar en Chile. Rev. Bras. Educ. 28. https://doi.org/10.1590/S1413-24782023280058
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