Jaume Curbet
El título del libro no es muy esperanzador...
(Se ríe.) O quizás es un poco paradójico. El subtítulo, La seguridad en la sociedad del riesgo, intenta reflejar una de las paradojas contemporáneas. La sociedad históricamente más segura, por la esperanza de vida, por el acceso a los alimentos, por los avances científicos..., es justamente una de las sociedades más angustiadas por la inseguridad. Muchos sociólogos la denominan «la sociedad del riesgo».
En el prólogo señala que tanto la búsqueda individual como grupal de seguridad consiguen lo contrario de lo que pretenden: producen y hacen crónica la máxima inseguridad, tanto en el individuo como en la colectividad. En resumidas cuentas, ¿estamos perdidos, siempre nos sentiremos inseguros?
Lo estaremos si buscamos la seguridad desde una óptica individual o grupal. Falta dar el salto a una seguridad colectiva, mundicéntrica, que presupondría pretender unas condiciones de vida suficientemente seguras para el conjunto de la humanidad. Esta es la única seguridad posible, a mi entender. Como ahora no es así y vivimos en una sociedad terriblemente fragmentada y basada en la competitividad extrema, la búsqueda de seguridad empeora el problema.
¿El mejor equilibrio para una sociedad es el que se produce entre seguridad (estabilidad) y libertad (creatividad)?
Es el único. La estabilidad constante es la muerte, y la innovación constante es el caos y, por lo tanto, también la muerte. La vida es justamente el punto de equilibrio inestable entre innovación y estabilidad.
Parece muy pertinente la comparación que hace de la sociedad con alguien que sufre una enfermedad grave. Muchas veces se actúa rápidamente para paliar los síntomas sin conocer exactamente las causas.
Hay excepciones, pero en la seguridad no se procede habitualmente como en medicina. El diagnóstico no tiene la misma importancia, nos creemos mucho los prejuicios, tanto individuales como colectivos, y más que actuar reaccionamos a crisis episódicas de inseguridad desde las emociones más ancestrales, y eso complica muchísimo esta búsqueda de seguridad.
Una de sus principales tesis es que comprender la inseguridad constituye el primer paso y el más determinante en el proceso de creación de seguridad.
Es evidente. Si no sabemos qué nos hace inseguros, si no sabemos qué enfermedad sufrimos, difícilmente podremos optar por un tratamiento. Eso, que en términos médicos se entiende sin dificultades, en términos de seguridad no se comprende. Y este menosprecio por el análisis racional, por el diagnóstico, se paga muy caro. Se aplican recetas universales poco válidas. Muchas veces se tiene la sensación ?no la realidad constatada? de que crecen los delitos y enseguida queremos a más policías o endurecer las leyes. Algunas políticas de seguridad agravan el problema y no lo resuelven.
A largo plazo, qué es más importante: ¿una buena política de seguridad o una buena política de acción social?
Yo diría que una buena política de seguridad también incluye una política social, en el sentido de que la primera actúa en tres planos. El primero es la aplicación de medidas de seguridad para defender a los ciudadanos de las principales amenazas delictivas. Después, también tiene que reducir el miedo genérico a una delincuencia ideal, mítica; las instituciones democráticas están obligadas a reducir este miedo difuso. Y el tercero, en el cual están las políticas de seguridad y sociales, consiste en detectar las causas sociales y económicas que alimentan y generan todo tipo de violencias interpersonales y colectivas.
Sugiere en el libro que hay una especie de connivencia entre el poder político, empresarial y mediático para crear determinadas alertas de inseguridad, por los motivos que sean.
No hablaría de cábala, pero lo que es observable para cualquier analista es que hay intereses creados, políticos y económicos, a escala global y local. La guerra del Irak es un ejemplo; es un negocio descomunal para una serie de empresas norteamericanas. También hemos podido ver como ante el terrorismo aparecen intereses políticos para manipular este fenómeno, con el fin de extraer una rentabilidad política. Hay sectores importantísimos de la economía legal e ilegal que viven de la inseguridad, y eso hace muy difícil la resolución de cualquier conflicto, porque cuando se hacen crónicos, generan, en un lado y en el otro, corporaciones y gremios que viven de eso, y la droga es un buen ejemplo.
Como gerundense debe de estar muy familiarizado con lo que pasó hace unas semanas en Salt: un menor muerto, manifestaciones, quema de coches... ¿Qué análisis hace?
Se ha concentrado en poquísimo tiempo en un espacio muy pequeño una colectividad con diferencias religiosas, culturales e idiomáticas muy marcadas, sin que haya habido planificación sanitaria, escolar, urbanística o medidas de acogida. Tenía que estallar por algún sitio, y en Salt lo ha hecho de la peor manera. Es un episodio que nos tendría que hacer ver que se debe intervenir pronto. Se trata de mucha gente nueva en poco tiempo y con un modelo económico que la ha ido empujando a determinados barrios, con una concentración de paro entre jóvenes elevadísima. Eso crea unas condiciones terroríficas desde el punto de vista de la inseguridad: confluencia de la polarización étnica, social y generacional.
El nuevo Gobierno de Convergencia ha suprimido el código ético de los Mossos. ¿Ha sido una decisión acertada?
No me es fácil de entenderlo del todo. Tras leer las declaraciones, veo que la discrepancia no viene por determinados aspectos del código, sino por el todo. Es decir, y esta postura ya viene desde los mismos sindicatos policiales, se considera que el código es una injerencia. Y el caso es que hay una recomendación del Consejo de Europa de hace muchos años que apuesta por este tipo de normativa.
¿Le parece que el cuerpo de los Mossos d'Esquadra está lo bastante consolidado?
Es muy difícil que todo funcione a la perfección. Piense que hay pocos casos en Europa en que, en condiciones de paz, se cree un cuerpo nuevo. Eso sucede en países que acaban de salir de una guerra y en los que tiene que regenerarse un cuerpo, pero no en una situación como la que teníamos aquí. Es muy complicado. Un cuerpo policial no se improvisa en ningún sentido, necesita muchos efectivos, un bagaje policial, una penetración en el territorio, en la sociedad, y eso requiere un periodo muy largo. Todavía estamos en fase de despliegue, de asentamiento.
Parece que el de los okupas es ahora mismo uno de los colectivos criminalizados. ¿Son realmente una amenaza?
Usted mismo lo ha dicho: es un grupo criminalizado. En cada contexto histórico tiene lugar este fenómeno de unos colectivos más criminalizados que otros, lo cual no quiere decir que se correspondan con el peligro real mayor que hay para la sociedad. Pero, por alguna razón, reúnen una serie de condiciones que facilitan que la ansiedad social se canalice hacia ellos. Es el mecanismo del macho cabrío expiatorio: en cada momento y en cada situación necesitamos canalizar nuestra ansiedad hacia algún grupo diferente.
¿Era necesaria la ordenanza del civismo de Barcelona? ¿Hace falta que los municipios se doten de este instrumento?
En este país se cae mucho en la falacia normativa, en el hecho de pensar que todos los problemas se resuelven con normas. La sociedad civil, con una facilidad enorme, pide ante determinados problemas más leyes y, si es posible, más duras. El código penal español debe de haber batido récords de reformas. Algo no va bien. Los códigos penales no se van reformando cada tres días. Las ordenanzas pueden funcionar, pero cuando salen como setas algo no funciona.
¿Es partidario de legalizar las drogas?
La pregunta, formulada así... Creo que el debate entre los partidarios y los detractores es estéril. El problema de la droga ha ido evolucionando. Existen muchos aspectos que hay que tener en cuenta, por ejemplo, la libertad individual de poder consumir dichas sustancias. Pero, al respecto, se han sobrepuesto varias capas: la apropiación por el crimen organizado, que da una dimensión que nos ha llevado a lo que sucede en Colombia y ahora en México. Por no haber enfocado el problema debidamente, ha ido empeorando. La economía de la droga vía blanqueo es de unas proporciones brutales y condiciona el sistema financiero y la economía mundial. Nos tenemos que preguntar si la guerra global contra la droga ha obtenido los resultados que queríamos o si ha agravado el problema y, por lo tanto, si tiene sentido continuar con la misma estrategia. Después de dos décadas de lucha, la producción no ha bajado.
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