Josep Grifoll
¿Hay criterios globales de calidad en el aprendizaje virtual o bien cada país ha de encontrar los suyos?
Actualmente hay unos estándares en el ámbito europeo para garantizar la calidad en la formación superior en general. Estos estándares son perfectamente aplicables en el caso del aprendizaje virtual, ahora bien, son muy generales y cuando tocas aspectos más especializados relativos a la educación en línea no entran en detalle, y esto conlleva un cierto problema. Existen iniciativas, agencias, organismos que desarrollan metodologías específicas para el aprendizaje virtual, pero diría que todavía se encuentran en fase de desarrollo por dos cuestiones: la primera, porque se trata de un tema nuevo y en constante evolución; la segunda, porque hay ciertas limitaciones contextuales o políticas en el sentido de que el aprendizaje virtual a veces compite con lo que entenderíamos como formación tradicional, que tiene unos determinados parámetros normativos en cuanto a calidad del profesorado, número de créditos que se tienen que dar. Esto a veces no encaja muy bien con estas nuevas ofertas formativas, que se basan en la flexibilidad y en la oportunidad de que los alumnos puedan elegir más. Se produce un cierto choque por la búsqueda de un mercado, que es potencialmente muy grande.
En este nuevo entorno, ¿la mentalidad de los profesores y de los estudiantes debe cambiar?
Sí, seguro. Tuve la oportunidad de estudiar en la UOC y mi percepción fue positiva porque tenía una buena relación con el tutor de la asignatura, a pesar de que en aquel momento pensé que el aprendizaje virtual daba muchas más posibilidades de las que se implementaban. Una de las cosas que recomendé es una mayor interacción entre estudiante y evaluador. Cuando te lo miras desde la óptica del profesor, aquí todavía hay mucho por hacer, porque el cambio sustancial creo que tiene lugar en la gestión de la enseñanza, no tanto en la gestión del aprendizaje. El estudiante tiene nuevas posibilidades y herramientas, pero la forma de aprender no cambia mucho, no hay que ir a la biblioteca porque puedes acceder a bibliotecas en línea, la disposición con otros estudiantes se puede llevar a cabo mediante aulas virtuales, pero lo que cambia sustancialmente es cómo se realiza la transferencia de conocimiento, lo que a menudo no está suficientemente pensado o se basa en la figura tradicional del profesor en una clase, y este entorno es diferente. Tal vez no necesitamos al profesor tradicional sino a unos gestores y transmisores del conocimiento, nuevas figuras docentes que quizás todavía no están muy bien estudiadas.
¿Qué aptitudes deben tener estos nuevos profesores o qué deben adquirir los que ya lo son?
En primer lugar tienen que ser personas que se adapten a la tecnología y que también puedan hacer propuestas de desarrollo tecnológico. En el fondo, hay una parte hard de la tecnología, pero también hay una parte soft, y por lo tanto deben ser capaces de proponer cambios en la tecnología teniendo en cuenta que también es una tecnología soft. Por otro lado, quizás no tiene que ser una persona como antes que sea enseñante y evaluador. Tal vez pueden especializarse las tareas de quien organiza el conocimiento, de quien lo transmite, de quien que promueve el debate, quien evalúa. Quizás no se ha de concentrar todo en una sola figura y puede haber un equipo y encontrar perfiles que se adapten más a esta complejidad de una nueva forma de enseñar y aprender.
¿Se produce resistencia al cambio en generaciones para las que la tecnología representa un esfuerzo?
Hay dos cosas. Es evidente que el profesorado joven está dispuesto a invertir en aprender porque considera que todo lo que hace hoy es una inversión que le será beneficiosa a lo largo de su vida. A quienes ya tienen más años esta inversión les resulta más costosa, porque el rendimiento que sacarán de ello no es tan grande. Pero, por otro lado, ¿hasta qué punto la tecnología es una barrera? Creo que tenemos que pensar que la tecnología hay que hacerla muy fácil para todo el mundo, para quienes son hábiles y para quienes lo son poco. Me parece que estamos en una primera fase, la de aprender a usarla, pero en fases subsiguientes la tecnología será mucho más fácil y adaptable a todo tipo de usuario. Esto es como aprender a escribir: al principio cuesta mucho, pero al final nos resulta muy fácil coger un bolígrafo y escribir. Tendría que ser una cosa semejante. En un primer momento la tecnología parece un poco compleja, pero quizás en el futuro será más fácil y no pediremos al profesor este esfuerzo tan grande de adaptarse a la tecnología.
Quizás porque los profesores del futuro serán nativos digitales...
Más que adaptación a la tecnología es adaptación al medio. Si tienes que usar una herramienta como las redes sociales, debes aprender unas determinadas instrucciones, pero también es necesario aprender a vivir en este medio, porque conlleva un cambio mental importante.
Respecto a la calidad, ¿el aprendizaje virtual tiene más riesgos que la enseñanza tradicional o esto no es relevante?
Depende. Para determinadas enseñanzas, hoy en día la tecnología no ofrece una buena alternativa a la tradicional, pero pienso que en el futuro quizás sí que lo tendremos. Todo el tema de juegos virtuales ha de permitir crear laboratorios virtuales en que el alumno pueda experimentar, de modo que la parte de esta práctica que ahora la tecnología todavía no permite se podrá hacer. El otro riesgo es la poca interacción con el estudiante, porque no sabes quién está detrás de la máquina y, por lo tanto, la sociedad en general tiene la tendencia a pensar que puede haber fraude. Creo que las universidades que imparten enseñanza virtual deben ser muy conscientes de que es uno de los puntos críticos en temas de calidad que hay que demostrar a la sociedad.
¿Y cómo se puede atacar este posible fraude?
Fui estudiante de la UOC y creo que era fundamental la interacción personal física en un momento dado. No hace falta que sea muchas veces, pero en ciertos momentos es importante.
Por otro lado, ¿cómo se pueden aunar los intereses privados con un producto de conocimiento como es el aprendizaje virtual?
En este sentido existe un debate muy importante. Hasta qué punto la sociedad considera que la educación y la enseñanza superior son un negocio. Si es un negocio tenemos un mercado, y la gente se sitúa buscando una cierta calidad o buscando una relación calidad-precio. Por otro lado, la enseñanza superior es algo que la sociedad valora como bien público y que debe ser accesible a todo el mundo, promovida entre amplias capas de la población. Entonces el mercado ya no funciona, porque las empresas privadas han de competir con otros proveedores que gozan del apoyo de la sociedad en general y, por lo tanto, esto tiene ventajas e inconvenientes. A veces el inconveniente es que quizás la sociedad no da incentivos para desarrollar herramientas nuevas que tal vez la iniciativa privada sí que pone en funcionamiento. Debemos buscar un cierto equilibrio, pero es complejo.
¿Qué opina de las iniciativas en el marco español y catalán en cuanto a la calidad del aprendizaje virtual?
No son suficientes. Actualmente diríamos que una universidad como la UOC tiene dos funciones: ofrecer titulaciones oficiales como una universidad presencial y proporcionar cursos que quedan fuera de la regulación oficial. La calidad la impulsan las agencias y están en el ámbito reactivo, pero esto no necesariamente ha de ser así. El hecho de que las agendas de las agencias marquen las titulaciones oficiales hace que nos olvidemos de este ámbito, en el que las universidades en línea tienen mucho campo por recorrer, que es el de la formación que no está reglada, de cursos especializados de formación continua que han quedado fuera del aseguramiento de la calidad. Creo que es un ámbito muy importante. Respecto a la enseñanza oficial, más o menos está cubierta, aunque con deficiencias porque no tratamos específicamente esta virtualidad. Aún hay mucho campo por recorrer y en colaboración con la universidad, por eso es necesario que el gobierno, las universidades y las agencias se pongan de acuerdo en que este mercado también es importante para la sociedad.
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