"Lo educativo es el campo donde se juega el presente y el futuro de lo humano"
Carlos Javier González Serrano, profesor de Filosofía y Psicología y orientador en Bachillerato
Carlos Javier González Serrano, profesor de Filosofía y Psicología y orientador en Bachillerato
Carlos Javier González Serrano es profesor de Filosofía y Psicología y orientador en Bachillerato en el Colegio San Gabriel de Madrid. Durante los días 27, 28 y 30 de octubre participará en La Semana de las Lecturas, una actividad de diálogo y pensamiento organizada por los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC. Este pensador, que propone el reaprendizaje desde una mirada alejada del ruido de la hiperestimulación del mundo digital y consumista, compartirá su visión en varias sesiones dirigidas al profesorado, al estudiantado y, finalmente, en un acto abierto al público en el que ofrecerá la conferencia Qué significa hoy enseñar y aprender en el campus de la UOC.
¿Cómo te interesaste por la educación y la filosofía? ¿Cuáles fueron los motores que te hicieron desear ser profesor?
No se puede no estar interesado en la educación. Lo educativo es el campo donde se juega el presente y el futuro de lo humano. Educar no puede ceñirse a un proceso de domesticación, de guía dogmática. El aprendizaje conlleva acompañar en el nacimiento de una mirada, de un discurso nuevo en el mundo.
Desde mi adolescencia comprendí que aprender y enseñar son procesos relacionados con resistir a la oscuridad a la que ciertos poderes (políticos, económicos, empresariales) quieren sumirnos, a la uniformidad que se quiere imponer a nuestras formas de pensar. La filosofía fue enseguida una necesidad, un imperativo, un despertar de la mirada: preguntar y no resignarme a la asunción de las respuestas dadas de antemano. Educar, por eso, consiste en transmitir el ahínco y la pasión por (querer) saber más. La docencia fue una consecuencia natural. Quien tiene algo por aprender tiene razones para vivir en la ilusión, en la esperanza. Quien aprende, vive.
Has hablado en diversas ocasiones sobre el papel transformador del pensamiento. ¿Qué o quiénes han influido más en tu manera de pensar y enseñar?
Schopenhauer y Cioran me despertaron a la lucidez y a la compasión; María Zambrano me indicó el camino hacia el claro del bosque; Nietzsche, la valentía de atreverse a pensar sin consuelo (porque el consuelo es, justamente, atreverse a pensar); los griegos, a preguntar sin miedo; Rosalía de Castro, a conmoverme. Pero también y sobre todo me han enseñado mis alumnos, que me empujan cada día a transformar el conocimiento en algo vivo. Ellos son la medida de la autenticidad, de la necesidad de tomarse en serio la docencia: lo que no conmueve, lo que no disloca, lo que no crea contratiempo, no enseña, solo uniformiza.
¿Qué lugar debería ocupar la filosofía en los planes de estudio, tanto en secundaria como en la universidad?
La filosofía, pero, en general, las humanidades deberían ser la columna central de cualquier sistema educativo. No se trata de impartir ciertas asignaturas con mayor preeminencia, sino de habitar el conocimiento de una manera determinada: con hondura, para distinguir el ruido de lo esencial, para aprender a formular preguntas y no tener prisa por acceder a las respuestas. La filosofía es antidogmática: muestra el camino para sembrar una duda alentadora, que permite horadar nuevos caminos aún no transitados o pensar sobre los ya andados.
¿Cómo ves a los adolescentes y jóvenes de hoy? ¿Son lo suficientemente críticos y reflexivos, o solo les interesa lo material y el mundo digital?
Su nota más característica es la sensibilidad, pero están desbordados, saturados, exhaustos. Necesitan al profesorado más que nunca, porque precisan figuras de referencia que les ayuden a pensar por sí mismos, pero acompañados. Existen en un contexto que no les permite la demora, la detención, donde todo acontece demasiado rápido, con mucho ruido. No es que no sean críticos, nuestros jóvenes piensan, y mucho; de lo que no disponen es del tiempo adecuado para pensar en aquello que les preocupa.
El aula les concede este silencio que necesitan tanto, ese espacio de escucha en el que sentirse significativos, relevantes. Decía Hannah Arendt que el mayor totalitarismo comienza cuando los sujetos se sienten irrelevantes. Pues bien, el aula debe ser el escenario donde tenga lugar su palabra, la palabra compartida, mediada por la pasión por conocer. La vida no cabe en una pantalla, pero sí en un aula en diálogo.
La globalización está uniformizando la cultura y los gustos de los jóvenes. ¿Cómo podemos hacer que quieran preservar su identidad, lengua y cultura, en un mundo dominado por internet que todo lo uniformiza?
Más que preservar su identidad o su cultura, deberíamos referirnos a la urgencia por formar un criterio propio. La globalización no es en sí misma el problema a combatir, sino la uniformización aséptica y acrítica de nuestros modos de vida y la homogeneización de nuestros procesos cognitivos (rapidez, inmediatez, estimulación continua, gratificación instantánea).
Solo quien desarrolla un criterio propio, quien emplea la cultura como algo vivo, puede habitar el mundo sin ser arrastrado por sus dinámicas. Por eso educar significa dotar a niños y jóvenes de las herramientas emocionales e intelectuales precisas para que puedan formarse su propia visión del mundo, y que no la planteen como algo fijo, sino que siempre esté sujeta al desengaño, que no es frustración, sino posibilidad de ver las cosas desde nuevos puntos de vista. No es el mundo el que nos uniformiza, sino el sujeto quien se deja uniformizar. El profesorado es una herramienta de lucidez contra la uniformización.
¿Cuál es tu relación con la Universitat Oberta de Catalunya? ¿Cómo vas a trabajar con los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación?
De relación y aprendizaje mutuo. Trabajaré con la UOC, en esta ocasión y espero que a más largo plazo, para plantear estrategias de enseñanza y aprendizaje centradas en la transmisión significativa del conocimiento, en el acompañamiento de los estudiantes y la recuperación de la profundidad en un contexto de superfluidad y aceleración de los procesos.
La conferencia que ofrecerás el 30 de octubre en la UOC en el marco de La Semana de las Lecturas se titula ¿Qué significa hoy enseñar y aprender?. ¿Podrías compartirnos tu visión sobre esa pregunta?
Enseñar y aprender son procesos cognitivos, pero también emocionales, relacionados con un tiempo y un espacio vinculados al pensamiento. Al pensamiento en común. Existimos bajo los goznes estructurales de la rapidez y la inmediatez, que desprecian la detención, la demora, el tiempo de la víspera, que es el propio del aprendizaje y de la madurez. Enseñar o educar no tienen que ver con embutir las cabezas de nuestros estudiantes con información, sino de hacerles significativa su relación con el conocimiento. No hay que hablar de utilidad del conocimiento, no hay lugar para su instrumentalización (competencias, destrezas, habilidades) en la educación, sino resignificar el vínculo entre alumnado y conocimiento, cuyo nexo es el profesorado. En este sentido, educar es enseñar a mirar, un reaprendizaje de la mirada para no ser indiferentes ante el mundo, ni caer en la apatía que produce la irrelevancia de lo mucho, el ruido de la hiperestimulación.
“Desterraría de la educación cualquier elemento que tienda a automatizar nuestra cognición”
¿Cuál crees que debe ser el rol del profesor en una época tan marcada por la sobreinformación y la inmediatez digital?
La labor principal del profesorado es estar. A secas. Habitar un espacio de sentido junto con sus estudiantes que esté presidido por el ahínco común por conocer, comprender e interpretar. Un docente no es un vacuo transmisor de información, sino alguien que tiene el valor de contagiar el valor del conocimiento en un mundo que permanentemente lo desprecia, polarizando nuestras opiniones y conduciéndonos a la lacra del consumismo desaforado (consumo de productos, pero también de emociones, de experiencias, de nosotros mismos). La docencia es un ejercicio de acompañamiento en la forja de un criterio propio. Una forma de amar el mundo desde el prisma intelectual. Enseñar es una forma de amar.
¿Cómo podemos contrarrestar desde el aula los mensajes de una sociedad capitalista que apuesta por la educación como una preparación para el mercado laboral, y en donde priman conceptos como productividad y optimizar el tiempo?
Hay que reivindicar el derecho a aprender, cada vez más extraviado y agotado. El derecho a la lentitud de los procesos. Hay actividades humanas que no admiten la rapidez: caminar, amar, la amistad, la lectura de un poema. La educación es practicar el desacato frente a los tiempos establecidos. Para forjar criterio propio, para elevar la sensibilidad, para pensar desde nuevos horizontes. La contemplación de los místicos es un buen ejemplo: se crea el hueco del pensar desde la detención del mundo, cortocircuitando las enfermizas redes de rapidez y estimulación permanente. Educar genera resistencia ante la progresiva colonización emocional de nuestra inteligencia.
¿Qué le dirías a un niño o niña que le dice que no le gusta leer? ¿Cómo lo convencerías para que leyera?
Estamos acostumbrados a tener que convencer de todo, a dejarse llevar en cualquier aspecto de nuestra vida por la polarización de nuestros afectos. Le diría a ese niño que leer no es una obligación. La lectura y el hábito de leer son un encuentro, y para propiciarlo hay que poner las condiciones necesarias alrededor de los chavales. Esto no significa que vaya a leer, pero sí va a sentir la posibilidad de hacerlo. Va a contar con esa posible vía de acción. Porque leer es una actividad plenamente activa, valga la redundancia. Y, sobre todo, leería con él o con ella en voz alta, compartiendo historias. Somos seres narrativos y nos gusta compartir historias (los adolescentes lo llaman ahora lore, el contexto narrativo en el que acontecen sus peripecias vitales). La lectura no puede imponerse, se contagia.
Es activo en las redes sociales, que utiliza para transmitir su pensamiento y valores relacionados con la educación. ¿Qué le aportan en su trabajo estos medios? ¿Tienen su lado positivo, incluso para la población adolescente?
En mi caso, las uso por trabajo, para difundir lo que transmito en medios de comunicación y anunciar los eventos en los que participo. Ahora bien, cuando se convierten en un modo único y, sobre todo, prescriptivo de vivir, es cuando su uso puede resultar alienante e incluso conducir a ciertos trastornos emocionales y de la conducta. Hay que habitarlas con prudencia y mucha conciencia. Sobre todo, me preocupan por el sentimiento de soledad no deseada; en muchas ocasiones, las redes sociales funcionan como un falso paliativo para aliviar la falta de relaciones significativas. Más que nunca, necesitamos recuperar nuestra condición de mamíferos: vivir en y a través del tacto, de la cercanía.
¿Cómo podemos integrar las nuevas tecnologías educativas sin perder de vista una pedagogía centrada en lo humano?
Me resulta tremendamente inocente el discurso de que "todo depende del uso que demos a la tecnología". La existencia misma de la tecnología digital implica ya una manera de acercarse al mundo: mediante una pantalla, a través de inteligencias artificiales generativas, mediante la continua exposición a imágenes frenéticas y a vídeos de rápidas cadencias. La tecnología es ya en sí misma ideológica, y esta constatación no se suele tener en cuenta. Lo que debemos pensar no es tanto el uso que le damos como el hecho de haberla convertido en un imperativo existencial.
Invito a cualquier persona (lo hago mucho con mis alumnos) a vivir una semana sin interactuar en redes sociales sin consultar el contenido "inmediato", es decir, reels, stories o tiktoks. Cuando se sale de esa incandescente y alienante rueda de estimulación, nuestro ánimo se tranquiliza, nuestra cognición comienza a trabajar de otra forma, menos sujeta a las prisas y a la aceleración. Es cuestión de querer, y por eso la educación ha de estar muy relacionada, también, con una reconquista de nuestro deseo, con recuperar un lento metabolismo de nuestra voluntad.
¿Qué oportunidades (y riesgos) ves en el uso de la inteligencia artificial en la educación?
Se habla mucho de que la inteligencia artificial nos ayuda a liberar nuestro tiempo. Pero ¿para qué se emplea ese tiempo "ganado"? ¿Sabemos acaso qué deseamos hacer con nuestro tiempo, o solo respondemos, es decir, reaccionamos a los estímulos a los que nuestra voluntad se ve sometida de continuo? Seré muy claro al respecto: desterraría de la educación cualquier elemento que tienda a automatizar nuestra cognición.
Si me permiten los lectores la expresión, el alma no se puede automatizar. Podremos aligerar nuestros tiempos, o ser más rápidos en ciertos procesos empleando las inteligencias artificiales, pero seguiremos enamorándonos como la primera vez, leyendo apasionadamente una novela, o compartiendo lo incomprensible de una mirada cómplice. La vida acontece en lo inesperado, al margen de los algoritmos.
Contacto de prensa
-
Anna Sánchez-Juárez