2/7/25 · Comunicación

"La comunicación no es sólo una herramienta para explicar el mundo, sino también para transformarlo"

Jordi Sánchez Navarro, director de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC y coordinador del grupo de investigación GAME

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Jordi Sánchez Navarro es el director de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) desde 2015 y coordinador del grupo de investigación GAME (Grupo de investigación en Aprendizajes, Medios y Entretenimiento) (Investigación UOC). Con una sólida trayectoria académica, es experto en cultura visual, cine, animación, cómico y cultura digital. Ha dirigido y participado en numerosos proyectos de investigación competitivos sobre cultura visual, estética del cine y del audiovisual contemporáneo, y cultura digital. Además, ha estado vinculado a acontecimientos culturales destacados, como director del Salón Internacional del Cómico de Barcelona (1997-2000) y subdirector del Sitges - Festival Internacional de Cine Fantástico de Cataluña (2001-2004), donde continúa colaborando como programador y responsable de la sección de animación Anima't.

Este año, los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación celebran 25 años en un momento de grandes transformaciones sociales y tecnológicas. Mirando hacia atrás y hacia adelante, ¿cuáles son, para ti, los grandes retos y las grandes oportunidades que tiene la comunicación hoy?

Mirando hacia atrás, vemos cómo la comunicación digital ha pasado de ser una promesa emergente a convertirse en el tejido central de nuestras vidas sociales, culturales y profesionales. En la UOC, hemos acompañado este proceso desde el primer día, entendiendo la comunicación no solo como una herramienta para transmitir información, sino como una práctica que construye realidades, identidades y vínculos. Sin embargo, hoy el reto ya no es solo adaptarse a los entornos digitales, sino entender y responder a los efectos complejos que estos entornos generan: la algoritmia, la plataformización de la cultura, la crisis de confianza en los medios, la precarización del trabajo comunicativo o el impacto de la inteligencia artificial en la producción y la circulación de contenidos. Son desafíos que interpelan tanto a la academia como al sector profesional.

¿Cómo ha influido la evolución digital en la manera en que enseñamos e investigamos la comunicación en la universidad?

Hay oportunidades enormes. La comunicación puede tener un papel clave —y debe tenerlo— en la construcción de sociedades más justas, transparentes e inclusivas. Puede ser motor de creatividad, de innovación social y de pensamiento crítico. Y esto solo será posible si la formación y la investigación que hacemos desde la universidad mantienen una mirada abierta, interdisciplinaria y comprometida con su tiempo.

Creo que el futuro de la comunicación pasa por volver a poner a las personas en el centro, apostar por la calidad y entender la tecnología como una aliada —no como un fin en sí mismo— para transformar la sociedad. Y en esto, los Estudios tenemos la responsabilidad —y la ilusión— de continuar siendo referentes.

Vivimos inmersos en una crisis global de la verdad, con desinformación, fake news y polarización. Desde tu perspectiva como experto en comunicación y cultura digital, ¿cómo está afectando este fenómeno al periodismo y a los medios? Y ¿hacia dónde crees que debería ir la profesión para recuperar la confianza social?

Vivimos, efectivamente, en una crisis de la verdad que es a la vez tecnológica, social y cultural. La desinformación y la polarización no son fenómenos nuevos, pero su alcance y su velocidad se han amplificado con el ecosistema digital actual. Los algoritmos, pensados para maximizar la atención y el compromiso, han favorecido la circulación de contenidos emocionales, a menudo simplificados o directamente falsos, en detrimento del rigor informativo. Esto ha erosionado la confianza en los medios y ha hecho mucho más difícil discernir qué es verdaderamente relevante o cierto.

El periodismo y la comunicación en general, como profesión, se encuentran en una encrucijada. Por un lado, tienen que luchar contra la lógica de la inmediatez y del clic fácil; por el otro, tienen que recuperar su papel como agentes sociales clave para garantizar una esfera pública informada, plural y crítica. Esto quiere decir apostar decididamente por la verificación, por el contexto, por la transparencia y por una ética profesional adaptada al mundo digital.

¿Qué papel pueden tener las plataformas digitales y las redes sociales en la regeneración del debate público y la lucha contra la desinformación?

Hay que entender que la confianza no se recupera solo con buenos contenidos, sino con relaciones. Los medios y las plataformas deben estar dispuestos a escuchar, a rendir cuentas y a abrirse a sus audiencias de una manera más participativa y horizontal. En este sentido, la cultura digital nos ofrece también herramientas valiosas para repensar la relación entre la ciudadanía y la información.

En la universidad, tenemos el reto de educar no solo a futuros periodistas competentes, sino también a ciudadanos críticos capaces de navegar esta complejidad. Porque la verdad, hoy, no es solo una cuestión de datos, sino también de responsabilidad colectiva.

La inteligencia artificial está transformando sectores como el periodismo, el marketing o la creación de contenidos. ¿Cómo ves el impacto de la IA en el futuro del periodismo y la comunicación?

La inteligencia artificial ya no es una promesa de futuro, sino una realidad que está reconfigurando de manera profunda la práctica comunicativa. En ámbitos como el periodismo, el marketing o la creación de contenidos, la IA puede automatizar tareas, generar textos, personalizar mensajes o analizar datos masivos con una velocidad y una eficiencia impensables hace solo unos años. Esto abre oportunidades enormes, pero también nos obliga a hacernos preguntas fundamentales.

El impacto más inmediato es productivo: los sistemas automatizados pueden ayudar a optimizar procesos y a generar contenidos a escala. Pero también puede haber una banalización de la comunicación si dejamos que la IA produzca sin criterio humano. Por eso, creo que el reto no es tanto tecnológico como cultural y ético.

¿Cuáles crees que son los principales retos éticos y profesionales que plantea?

El primer gran reto es la transparencia: hay que saber cuándo un contenido ha sido generado por una IA y con qué criterios. El segundo es la responsabilidad: ¿quién responde cuando un sistema automatizado desinforma o discrimina? El tercero, que no es menor, es la pérdida de valor del trabajo creativo si se prioriza la automatización por encima de la calidad o la singularidad.

Pero no podemos caer en el catastrofismo. Como cualquier tecnología, la IA no es buena ni mala en sí misma: su impacto dependerá de cómo la integremos en las prácticas profesionales, en la formación y en la ética de la comunicación. Desde los Estudios, nuestro compromiso debe ser formar profesionales capaces no solo de usar estas herramientas, sino también de cuestionarlas, de ponerlas al servicio de la sociedad y de garantizar que la innovación vaya acompañada de sentido crítico.

Te diría que es necesario que la IA sea una aliada del pensamiento, no una sustituta del criterio profesional. Esto quiere decir repensar roles, competencias y modelos, pero también reivindicar lo que la máquina todavía no puede hacer: la creatividad, la empatía y la capacidad de comprender el mundo con matices.

Sostenibilidad, equidad e inclusión son valores centrales en la agenda global. ¿Cómo puede la comunicación contribuir a avanzar hacia una sociedad más justa y sostenible?

La comunicación no es solo una herramienta para explicar el mundo, sino también una herramienta poderosa para transformarlo. Y esto quiere decir que tiene un papel fundamental a la hora de impulsar valores como la sostenibilidad, la equidad y la inclusión. Estas no son solo palabras de moda, sino compromisos éticos y sociales que deben atravesar todo lo que hacemos —desde cómo informamos hasta cómo educamos, creamos contenidos o planificamos estrategias comunicativas—.

¿Qué ejemplos destacarías de prácticas comunicativas que ya estén trabajando en esta línea transformadora?

La comunicación puede contribuir a una sociedad más justa, primero, visibilizando realidades a menudo silenciadas o invisibilizadas: colectivos marginados, desigualdades estructurales, emergencias ecológicas. Puede ofrecer relatos alternativos que cuestionen los discursos dominantes y ayuden a generar empatía y conciencia crítica.

Pero también puede tener un papel clave en la promoción de un consumo más responsable, de una cultura más participativa y de unas instituciones más transparentes y que rindan cuentas. Esto exige un periodismo comprometido, una publicidad ética y una comunicación corporativa que vaya más allá del greenwashing o del feminism washing.

Desde la universidad, y especialmente desde nuestros Estudios, tenemos la responsabilidad de formar profesionales que entiendan la comunicación como un servicio público y como una herramienta de cambio. Esto quiere decir integrar estos valores de manera transversal en la docencia, la investigación y la transferencia de conocimiento.

Hemos visto que las redes sociales pueden ser a la vez herramientas poderosas de activismo y espacios de cancelación y polarización. Desde tu perspectiva como investigador de la cultura digital, ¿cómo interpretas estas tensiones?

Las redes sociales son a la vez espejo y amplificador de las tensiones que atraviesan la sociedad contemporánea. Desde la investigación en cultura digital, hemos constatado que estos entornos han abierto posibilidades inéditas para el activismo, la participación ciudadana y la creación de comunidades más allá de los circuitos tradicionales de poder. Sin embargo, también se han convertido en escenarios de confrontación, tribalización y violencia simbólica.

Su arquitectura algorítmica tiende a privilegiar los contenidos que generan reacciones inmediatas, a menudo asociadas al conflicto o a la emoción negativa. Este mecanismo dificulta el diálogo matizado, refuerza las cámaras de eco y penaliza la discrepancia constructiva.

Con todo, no podemos caer en un determinismo tecnológico. Las redes sociales no son buenas ni malas en sí mismas: son infraestructuras que podemos habitar críticamente, transformar y reapropiarnos de ellas. Por eso es fundamental fomentar una cultura digital más consciente, más ética y más corresponsable. Y aquí la formación en comunicación tiene un papel clave.

¿Crees que las redes seguirán siendo espacios de transformación social o cada vez más de enfrentamiento?

El futuro de las redes sociales dependerá, en gran medida, del tipo de cultura digital que seamos capaces de construir colectivamente. Si queremos que continúen siendo espacios de transformación social, habrá que educar en valores como la ética digital, la participación activa y el respeto. Esto implica también exigir responsabilidad a las plataformas tecnológicas, que no pueden eludir su papel en la garantía de derechos y libertades.

La tecnología no es neutra, pero tampoco determinante: son las prácticas sociales y culturales que se desarrollan a su alrededor las que acaban modulando el impacto. En este escenario, la academia, el tejido profesional y la ciudadanía deben tener un papel activo y propositivo.

En un mundo donde la cultura popular —desde la música hasta los videojuegos— tiene tanta influencia en la construcción de imaginarios sociales, ¿qué papel deben tener los Estudios en el análisis y la creación de estos nuevos relatos?

La cultura popular contemporánea —expresada a través de la música, las series, los videojuegos o los memes— no es solo entretenimiento: es también una forma de relato, una herramienta para construir identidades, valores y visiones del mundo.

Desde los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación, asumimos la responsabilidad de situarnos en el centro de este debate. Lo hacemos a través de una investigación crítica, de una docencia rigurosa y de una voluntad clara de generar conocimiento con impacto transformador.

Esta tarea tiene dos dimensiones complementarias. Por un lado, hay que analizar la cultura popular con herramientas teóricas y metodológicas solventes —desde la perspectiva de género, el análisis del discurso, los estudios de recepción o la crítica ideológica— para entender qué dicen estos relatos, cómo funcionan y qué voces incluyen o excluyen.

Por el otro, hay que formar profesionales capaces de participar activamente en la producción de nuevos imaginarios más diversos, inclusivos y conectados con la realidad social. Esto exige una formación que combine la reflexión crítica con las competencias creativas y tecnológicas.

Los formatos inmersivos, la realidad virtual y las nuevas materialidades del consumo cultural están cambiando la manera como experimentamos los contenidos. ¿Qué nuevos perfiles profesionales o competencias crees que habrá que potenciar para este futuro? Los formatos inmersivos, la realidad virtual, la realidad aumentada y las narrativas interactivas no solo cambian los canales de comunicación, sino también la misma naturaleza de la experiencia cultural. Y esto exige repensar también los perfiles profesionales vinculados a la comunicación y a la cultura.

Para este futuro que ya es presente, hay que potenciar perfiles híbridos, creativos y tecnológicamente solventes, capaces de moverse con comodidad entre la narrativa, la programación y el diseño de experiencias. Hablamos de perfiles que entiendan tanto los lenguajes audiovisuales como las dinámicas de interacción propias de los videojuegos, los entornos inmersivos o la inteligencia artificial generativa.

¿Qué ámbitos o sectores crees que están liderando esta transformación, y cómo pueden inspirar el mundo académico y profesional?

Algunos de los sectores más innovadores —como el de los videojuegos, las industrias creativas digitales o la creación artística en entornos inmersivos— están marcando tendencias que transforman tanto la producción como el consumo cultural.

Desde los Estudios, entendemos que el ámbito académico no puede quedar al margen de estas transformaciones. Al contrario: tiene que anticiparlas, analizarlas y, si hace falta, intervenir críticamente.

Por eso impulsamos una formación que combine el conocimiento humanístico con el dominio de las tecnologías emergentes, fomentando la capacidad de crear formatos innovadores con sentido cultural y social. No se trata solo de formar técnicos, sino de formar agentes de cambio.

La creatividad y la innovación son clave para transformar la sociedad. ¿Cómo trabajan los Estudios esta relación entre creatividad, cultura y cambio social?

La creatividad y la innovación no son solo motores económicos: son también herramientas poderosas de transformación social y cultural. En los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC entendemos que la formación universitaria no puede limitarse a transmitir conocimiento técnico o académico, sino que debe fomentar una actitud crítica, creativa y comprometida con el mundo que nos rodea.

También apostamos por una investigación que entiende la cultura como un espacio de cambio y de intervención. Muchas de las líneas de investigación que promovemos —ya sea en comunicación digital, cultura popular, prácticas creativas o medios emergentes— tienen una clara vocación de lectura crítica de la realidad y de propuesta transformadora.

Además, promovemos una transferencia activa del conocimiento hacia la sociedad, colaborando con instituciones, colectivos e iniciativas que trabajan desde el activismo, el arte o la educación para construir imaginarios más justos, diversos y sostenibles.

En los Estudios entendemos la creatividad como una manera de pensar y de estar en el mundo, y la educación como un espacio privilegiado para ponerla al servicio del bien común. Esta es una de nuestras grandes fortalezas y también una de nuestras responsabilidades como universidad.

¿Qué importancia tiene la investigación dentro de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación?

La investigación es una pieza fundamental de nuestra identidad como estudios y como universidad. No es solo un complemento a la docencia: es una actividad central que nos permite estar conectados con los debates más relevantes de nuestro tiempo, generar conocimiento crítico y aportar valor a la sociedad.

En los últimos años hemos consolidado una actividad investigadora diversa, interdisciplinaria y con vocación internacional, que cubre ámbitos como la comunicación digital, los imaginarios mediáticos, la cultura audiovisual, las prácticas creativas, el periodismo, la comunicación corporativa o la innovación educativa, entre muchos otros.

¿Cómo trabajáis para transferir este conocimiento académico a la sociedad?

Nuestra investigación se concreta en publicaciones, congresos, proyectos competitivos y colaboraciones con agentes sociales, pero también en una apuesta clara por la divulgación y la transferencia. Nos interesa que el conocimiento que generamos tenga impacto real y contribuya a repensar las prácticas profesionales, las políticas públicas o la cultura popular.

Además, entendemos la investigación como un espacio de crecimiento colectivo, en que el profesorado y el personal investigador pueden desarrollar sus trayectorias en un entorno que favorece la libertad, la colaboración y la experimentación.

Hacer investigación desde los Estudios es, en definitiva, una manera de participar activamente en la transformación del mundo. Y lo hacemos desde el rigor académico, pero también desde la pasión por el conocimiento y el compromiso social.

¿Qué valor le das a la investigación, no solo para la comunidad universitaria, sino también como herramienta para aportar conocimiento y soluciones a los retos sociales y culturales actuales?

La investigación no es solo un motor para el progreso académico, sino una herramienta esencial para entender y transformar la sociedad. En un contexto marcado por cambios tecnológicos vertiginosos, crisis ambientales, desigualdades estructurales y mutaciones culturales profundas, la investigación en comunicación, cultura y medios es más relevante que nunca.

Desde los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC, entendemos la investigación como una forma de responsabilidad social. No investigamos solo para publicar, sino para contribuir a la comprensión crítica del mundo que habitamos y generar conocimiento útil, situado y con impacto.

¿Cómo podemos asegurar que esta investigación comprometida no pierda fuerza ante las lógicas de competitividad y productividad que a menudo imperan en el ámbito académico?

Hay que trabajar en red con otras instituciones, pero también con colectivos sociales, medios, instituciones culturales y profesionales que afrontan retos reales en ámbitos como la desinformación, la brecha digital, la sostenibilidad mediática, la equidad en la representación o la transformación de las prácticas comunicativas.

Apostamos por una investigación interdisciplinaria, abierta y comprometida, capaz de generar narrativas alternativas, de poner en cuestión lo que se da por supuesto y de imaginar nuevos escenarios posibles. Y también creemos en la importancia de la divulgación científica, porque el conocimiento que no se comparte, no transforma.

Por todo ello, el valor que damos a la investigación es doble: como motor de calidad académica, pero también como instrumento de cambio cultural y social. Es una investigación que escucha, que dialoga y que interviene. Y esto forma parte de nuestra manera de entender la universidad y su papel en el mundo contemporáneo.

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