Mar García Puig (Barcelona, 1977) es filóloga, escritora, editora y traductora. Autora de La historia de los vertebrados (Premio Ciudad de Barcelona, Premio Nollegiu y Premio Vanity Fair a autora revelación) y del reciente Esto tan tenebroso, ha colaborado en medios como El País, La Vanguardia, El Periódico, El Diario o Público, e imparte talleres y conferencias sobre literatura, género y locura. García Puig participa en la III Jornada sobre curas, vulnerabilidad, humanidades y salud, organizada por la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), donde reflexiona sobre la relación entre la escritura, el malestar y la experiencia compartida. En esta entrevista conversamos con ella sobre el papel de las humanidades en la salud mental, el concepto del "yo transpersonal", la dimensión política de las curas y la capacidad de la literatura para transformar el dolor.
¿Cómo pueden las humanidades y la literatura contribuir a repensar el concepto de salud y enfermedad más allá de la mirada médica tradicional?
Me gusta mucho un libro de Anne Boyer, que ganó el Pulitzer, que se llama Desmorir. Ella parte de un diagnóstico muy duro, un cáncer de mama, y reflexiona sobre la posibilidad de morir. Tiene una cita muy bonita que recuperé hace poco, donde dice que esto de decir que el dolor es incomunicable no es verdad, porque hay una pulsión constante de quererlo comunicar. Lo que pasa es que siempre se ha escuchado un tipo de dolor y unos determinados portavoces de este dolor.
Muchas veces tenemos la sensación de que la medicina (en mi caso, hablo mucho de salud mental) es una ciencia absolutamente racional, exacta, precisa y que no se deja influir por el contexto social o la ideología. Y creo que el arte y la cultura pueden dialogar con el dolor, pero también con quien acompaña este dolor: la ciencia, la medicina, la familia, el entorno, la sociedad. Las artes pueden establecer un diálogo que va más allá de unos discursos que a menudo parecen muy inamovibles, como los de la psiquiatría o la medicina.
¿Qué significa para ti "politizar el malestar"?
En cuanto al dolor, disponemos de unos datos muy reveladores: las mujeres sufren muchos más malestares psíquicos y reciben muchos más diagnósticos. De cada diez psicofármacos que se recetan en el Estado español, ocho van a mujeres. Esto no tiene una base biológica demostrada. Lo que sí está demostrado es que estadísticamente las mujeres cuidan mucho más que los hombres, no solo a niños, sino también a personas mayores y a personas con discapacidad. Las curas recaen enormemente sobre nosotras. Esto nos acerca mucho más a las cosas duras de la vida, a la muerte, a la vulnerabilidad, a los "estresores" de la salud mental. El feminismo pone en el centro estas curas. Politizar las curas es politizar el malestar: mostrar cómo lo que nos hace humanos es cuidar y ser cuidados, pero también cómo esto nos hace vulnerables.
A veces, cuando hablamos de política, sobre todo en el sector cultural, la gente se asusta como si habláramos de partidos. Pero politizar el malestar va mucho más allá de la política institucional. Es reivindicar la vulnerabilidad y lo que nos hace humanos.
“Politizar las curas es politizar el malestar: mostrar cómo lo que nos hace humanos es cuidar y ser cuidados, pero también cómo esto nos hace vulnerables”
¿Qué papel crees que deberían tener las instituciones educativas en el acompañamiento del malestar?
Hay proyectos de acompañamiento que antes eran impensables. Por ejemplo, en la Universidad Complutense de Madrid han creado espacios de psicólogos y grupos de apoyo mutuo dentro del ámbito educativo. Esto es muy útil, y cuando yo era estudiante no existía.
También es fundamental la perspectiva de género, que no es solo una cuestión para las mujeres, sino que se dirige a toda la sociedad. En salud mental, por ejemplo, nos diagnostican más y nos dan más medicación, pero, en cambio, las cifras de suicidios son mucho mayores entre los hombres. Esto tiene mucho que ver con las masculinidades, con la incapacidad de expresar emociones o de buscar ayuda. La perspectiva de género contribuye al bienestar psíquico de todo el mundo. Herramientas comunicativas, diálogos más abiertos, marcos asamblearios… todo esto también son espacios de curas y de aprendizaje emocional.
Hablas del "yo transpersonal", un concepto que Annie Ernaux reivindica para transcender el yo individual. ¿Cómo se articula este "yo" colectivo o compartido en la literatura de la locura?
En un momento en que la literatura del yo está muy denostada (precisamente cuando las mujeres hacemos más uso de ella), el concepto de Annie Ernaux del "yo transpersonal" me interesa mucho. Ella dice: "Parto de mi experiencia porque es la que tengo, pero esta experiencia se vuelve transparente y construye algo colectivo." Al final, toda la literatura es un diálogo. Incluso si alguien escribe "para una misma", el lenguaje siempre implica un tú. Escritura y lectura no se entienden la una sin la otra. Y en la literatura de la locura, en la que a menudo se dice que el malestar es incomunicable (porque ¿cómo explicas que escuchas voces o que sientes cosas que no ve nadie más?), la literatura puede acercar estas experiencias tan individuales a vivencias colectivas y establecer un diálogo, aunque sea implícito. La psicoterapia también funciona así: Mediante el diálogo aligeras el dolor. La literatura puede hacer algo similar.
Por tanto, ¿crees que la literatura puede tener una función reparadora o terapéutica?
Esta es una polémica constante. Hay críticos, quizás más clásicos, que dicen que si es terapia no es literatura. Pero la creación, históricamente, siempre ha buscado el consuelo y la catarsis. Las cosas no son tan blancas o negras.
Pongo un ejemplo personal: un día encontré una libreta de mi hija cuando era pequeña, tanto que todavía no sabía escribir muy bien, en la que explicaba que se había puesto muy nerviosa porque había mucha gente en casa y todo estaba desordenado. Ya había una pulsión de explicarse, aunque solo fuera para ella. Es un instinto buscar una manera de transformar el malestar. Pienso que todos, de adolescentes, hemos escrito poesía como forma de consuelo. Después ponemos teorías a ello: si es autoayuda, si es literatura… pero en el fondo muchas cosas son más instintivas. Yo también he escrito porque, aunque era doloroso, veía una luz. Y seguramente he buscado lecturas que, de alguna manera, me han ayudado, aunque yo piense que no soy lectora de autoayuda.
¿Cómo ha evolucionado tu forma de escribir sobre el sufrimiento y la fragilidad?
Solo tengo dos libros, así que no sé si ha habido una evolución clara. Pero sí que me gusta establecer un diálogo explícito con otras personas que han sufrido diagnósticos o malestares. Ahora estoy trabajando en un tercer libro y vuelvo a los archivos psiquiátricos e históricos, como hice en el primero.
La mirada hacia el sufrimiento es muy fragmentaria y calidoscópica. Necesito recurrir a otras experiencias porque iluminan la mía y me permiten construir ese yo transpersonal. Y como soy editora, creo que mis libros también tienen esa parte de ir a buscar en la literatura de los demás y darles espacio. Es como me siento cómoda ahora: explícitamente acompañada de otras locas y locos.
¿Qué voces literarias han contribuido a cambiar la mirada sobre la locura y el luto?
El estigma hacia la depresión o la ansiedad se ha roto muchísimo. Pero en lo que se considera trastorno mental grave (esquizofrenia, trastorno bipolar) existe todavía un estigma muy bestia. Mucha gente dice "he tenido ansiedad" o "he tenido una depresión". Pero, si oyes voces o te han diagnosticado trastorno bipolar, esto crea mucho más miedo. Se me ocurren muchos libros que han roto el estigma en depresión o ansiedad, pero me cuesta mucho más encontrar libros sobre trastornos mentales graves. Hay, por supuesto, pero creo que todavía es una asignatura pendiente.
Si tuvieras que resumir en una sola frase qué puede hacer la literatura frente al dolor, ¿qué dirías?
Los psicólogos explican que escribir te permite tomar distancia, reconstruir la vida, darle una dirección. En La historia de los vertebrados, que parte de una experiencia personal, yo tenía conflictos con personas de mi entorno que en ese momento no me comprendieron. Cuando las convertí en personajes y me puse en su piel, entendí cosas que nunca había entendido.
En Misery, Stephen King escribe que la realidad es muy desordenada y que la ficción le pone orden. La literatura puede dar cierto orden a lo que vivimos como un caos. Y puede transformar aquella soledad absoluta del "yo" frente al "vosotros" y un "nosotros". La literatura es lenguaje y el lenguaje comunica; cuando escribimos o leemos, establecemos un diálogo que puede sacarnos de esa soledad.
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Anna Torres Garrote