La huella psicológica de la DANA: cómo la lluvia se convirtió en una señal de miedo y cómo prevenir el trauma
Expertos de la UOC analizan cómo la DANA de Valencia ha disparado la ansiedad ante la lluvia y las alertas meteorológicas
La DANA que afectó Valencia en 2025 no solo dejó daños materiales. También ha cambiado la forma en que miles de personas miran al cielo. Lo que antes era coger el paraguas ante una alerta amarilla, hoy para muchos es motivo para cancelar planes, revisar reiteradamente las aplicaciones meteorológicas o sentir un nudo en el estómago cuando se nubla. Dos expertos de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), el catedrático de diseño del comportamiento Manuel Armayones y el neuropsicólogo clínico Juan L. García Fernández, coinciden en que este cambio es una respuesta emocional comprensible ante una experiencia de riesgo extremo.
Desde sus respectivas disciplinas, ambos expertos subrayan que la DANA recalibró nuestro sistema de alarma y que esa sensibilidad se amplifica por la sobreexposición informativa y el uso intensivo de móviles, sobre todo en colectivos vulnerables.
La psicología del trauma: del shock colectivo al miedo individual
Para el profesor de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC Manuel Armayones, investigador del Behavioural Design Lab, la clave está en cómo procesamos la información de un desastre. "Hemos estado expuestos a lo que llamamos un 'trauma vicario' a través de las pantallas. La omnipresencia de imágenes devastadoras ha generado una sensibilización extrema", explica.
Este trauma, amplificado digitalmente, altera nuestra percepción del riesgo, porque operan dos fuerzas bien conocidas en la psicología: el condicionamiento clásico y el diseño persuasivo de la tecnología. En este contexto, se asocian estímulos neutros —cielos grises, sonidos de notificación— con una respuesta de miedo. Y herramientas visuales como mapas de lluvia en rojo que pueden hacer que percibamos una amenaza mayor de la que realmente existe.
Desde la perspectiva del diseño del comportamiento, el catedrático Armayones advierte que el entorno digital actúa como un potente "amplificador de la ansiedad". Explica que la incertidumbre —en este caso, la pregunta recurrente de "¿volverá a pasar?"— funciona como el motor principal que impulsa la búsqueda compulsiva de información, canalizada a través del dispositivo móvil en un intento por recuperar la sensación de control. A este mecanismo se suma la lógica de funcionamiento de las plataformas, regida por una economía de la atención que privilegia las emociones intensas.
En este marco, los algoritmos priorizan sistemáticamente los contenidos que generan mayor engagement (participación), y el miedo es la emoción que más impulsa la interacción. "Esto crea un bucle de ansiedad anticipatoria: miramos el móvil para calmarnos, pero encontramos titulares alarmistas o fake news. Es lo que llamamos doomscrolling. La tecnología, en lugar de ser una herramienta de información, se convierte en una máquina tragaperras de ansiedad que no ayuda a regular nuestras emociones adecuadamente", sintetiza el experto.
Para contrarrestar este fenómeno, propone un modelo de consumo digital que denomina "conectarse con sentido". En este enfoque, "la clave no es la desconexión total, sino una especie de dieta informativa selectiva". Esta práctica se materializa en dos acciones principales: en primer lugar, la selección rigurosa de una única fuente oficial, como la AEMET o Protección Civil, descartando el contenido procedente de cadenas de mensajería o medios sensacionalistas; y, en segundo lugar, la reorientación del discurso doméstico, sustituyendo la narrativa catastrofista por un marco de preparación preventiva. Paralelamente, el experto aboga por una gestión activa del dispositivo, que pasa por deshabilitar las notificaciones intrusivas y establecer horarios específicos para la consulta de información. De este modo, sostiene Armayones, se puede redefinir la relación con la tecnología, que "debe ser nuestro copiloto, no nuestro secuestrador".
La neurociencia del miedo: qué pasa en el cerebro y quién es más vulnerable
El neuropsicólogo clínico García Fernández, profesor de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC e investigador del NeuroADaSLab, explica la respuesta cerebral desde una base neurocognitiva. Según su análisis, tras un evento traumático como una DANA, el cerebro establece asociaciones rápidas entre ciertos estímulos ambientales —como la lluvia intensa, los cielos oscuros o el viento fuerte— y la percepción de peligro, y los convierte en señales de alerta. En este proceso, se produce una hiperactivación de la amígdala, estructura encargada de detectar amenazas, mientras que la corteza prefrontal, responsable del control emocional y la regulación, ve dificultada su función moderadora.
Esta dinámica puede estar asociada a un cuadro de estrés postraumático, caracterizado por un mecanismo de alarma exacerbada, debido a la experiencia de un trauma o una situación vivida de manera directa o indirecta como la DANA de Valencia. En tales casos, fenómenos meteorológicos adversos pueden desencadenar una reexperimentación vívida del trauma, con reactivación de recuerdos, sensaciones y emociones asociadas al suceso original. "Por eso a veces la persona siente que 'todo vuelve', aunque racionalmente sepa que no está pasando nada grave", afirma el neuropsicólogo.
La reacción habitual, añade, combina dos componentes: por un lado, el recuerdo emocional, que provoca una respuesta automática ante condiciones climáticas similares a las del desastre, y, por el otro, el miedo anticipatorio, centrado en la posibilidad de que un evento de magnitud comparable pueda repetirse.
Respecto a la vulnerabilidad diferencial, el neuropsicólogo identifica varios colectivos de riesgo. Los niños, cuyo proceso de interpretación del mundo está en desarrollo, pueden magnificar sus emociones al observar reacciones adultas desproporcionadas. Las personas mayores con limitaciones de movilidad u otras formas de vulnerabilidad suelen experimentar una percepción acrecentada de fragilidad e incapacidad de respuesta. Asimismo, los individuos con daño cerebral adquirido o enfermedades neurodegenerativas presentan mayor dificultad para autorregularse emocionalmente y para discernir que una situación meteorológica no constituye necesariamente una amenaza inminente, por lo que estímulos como el sonido del viento o los truenos pueden ser interpretados como peligros directos. A estos grupos se unen quienes padecieron pérdidas durante la DANA o poseen traumas previos, en los cuales el sistema de alarma, ya de por sí sensibilizado, presenta una reactividad más inmediata ante cualquier indicio de tormenta.
Señales de alarma y pautas de apoyo para los más frágiles
Según García Fernández, es comprensible que tras un episodio traumático ciertos estímulos acústicos o meteorológicos susciten inquietud. La problemática emerge cuando dicha reacción traspasa los límites de la adaptación e interfiere significativamente en el funcionamiento cotidiano. El experto enumera indicadores de alarma, entre los que destacan: una respuesta de miedo desproporcionada ante fenómenos climáticos leves; conductas de evitación sistemática; un malestar persistente que se manifiesta en alteraciones del sueño, irritabilidad, sobresaltos o déficits de atención; la presencia de recuerdos intrusivos o la sensación de reviviscencia del evento, y, en personas con deterioro cognitivo, incrementos notables de agitación y desorientación. Subraya el profesor de la UOC que la variable temporal es determinante, y afirma que "si pasan varias semanas y el malestar no disminuye, o incluso va a más, el miedo deja de ser una señal puntual y se convierte en algo que limita la autonomía, afecta al bienestar o bloquea el día a día. Ahí es cuando es recomendable buscar apoyo profesional".
Para los cuidadores de personas con demencia u otras personas con alteración neurológica, el neuropsicólogo propone un protocolo de intervención basado en la simplicidad y la predictibilidad. Parte del principio de que "las técnicas deben ser muy simples, claras y repetibles, porque son las que mejor funcionan". Esto se concreta en la creación de un entorno estable mediante estímulos sensoriales moderados —luces cálidas, música suave— y en el empleo de mensajes breves y tranquilizadores.
Asimismo, recomienda el uso de elementos que faciliten la regulación sensorial, como mantas con cierto peso, que aportan una sensación de contención física. En situaciones específicas, como un corte de electricidad, aconseja generar una iluminación tenue y reconfortante (como unas velas o una linterna con un paño sobre el foco iluminando al techo o a una pared), acompañada de un discurso de compañía y una redirección inmediata de la atención hacia estímulos neutros o positivos con frases como "estamos a salvo", o "estamos juntos/juntas". En todos los casos, la actitud del cuidador —un tono de voz sereno y un ritmo pausado en las acciones— se erige como un factor corregulador esencial para reducir el nivel de alerta de la persona afectada. La planificación anticipada es fundamental en este enfoque, cuyo fin último, concluye García Fernández, "no es negar el miedo, sino ofrecer seguridad desde fuera cuando la persona tiene dificultades para generarla desde dentro".
La clave está en evitar que esa respuesta se cronifique, combinando una mejor gestión de la información digital con estrategias de apoyo emocional, especialmente para quienes ya eran más vulnerables.
Expertos UOC
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Anna Sánchez-Juárez