6/11/18

Entre el diagnóstico final y los primeros síntomas de la dislexia pueden transcurrir cinco años

Los primeros síntomas de la dislexia aparecen a los tres o cuatro años
Foto:  Ben White / Unsplash (CC)

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Si bien muchos niños con dislexia no son diagnosticados hasta que tienen ocho años, los primeros síntomas de este trastorno, que se caracteriza por una dificultad significativa en el aprendizaje de la lectura y la escritura, aparecen mucho antes. Los síntomas más claros surgen a los cinco o seis años, cuando el niño aprende a leer y escribir, pero los expertos afirman que incluso a edades más tempranas, a los tres o cuatro años, ya pueden detectarse algunas señales de sospecha. Andrea Palacio y María Garau, neuropsicólogas y profesoras colaboradoras del máster universitario de Dificultades del Aprendizaje y Trastornos del Lenguaje de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), consideran vital «una intervención precoz» para paliar un trastorno crónico y con un alto componente hereditario que se estima que afecta entre el 5 % y el 17 % de la población. El 8 de noviembre se conmemora el Día Mundial de la Dislexia.

Dificultades para identificar los colores y para aprender los días de la semana, los números o las canciones son algunos de los síntomas que se dan en la etapa preescolar, si bien la mayoría de veces pasan desapercibidos y se asocian a que el niño tiene un ritmo de aprendizaje más lento. De hecho, en muchas ocasiones son consecuencia de un retraso o una alteración, pero en otras pueden ser los primeros indicios de dislexia. Las sospechas se refuerzan en el primer ciclo de primaria, cuando se observa que al niño le cuesta leer y escribir y cuando se detecta que su nivel lector está por debajo del nivel del grupo clase. «A esas edades el niño tiene dificultades en la lectura mecánica, tiene problemas para identificar el fonema (el sonido) y la grafía (letra), y dificultades en la ortografía natural, es decir, cuando escribe junta las palabras», explica Garau. Más adelante, predominarán otros síntomas, como una velocidad lectora lenta y muchas faltas de ortografía. También presentarándificultades para aprender las tablas de multiplicar, los meses del año y el abecedario, en definitiva, todo aquello que son secuencias verbales automáticas.

La profesora Palacio explica que estas dificultades para adquirir estas secuencias verbales automáticas tienen una explicación «anatómica», ya que una parte del cerebro que se dedica a la lectoescritura se ubica justo al lado de la parte donde se adquieren datos automáticos. «Es por eso que cuando un niño tiene alterada la capacidad de leer y escribir, también tiene alterada esta otra capacidad, porque son áreas colindantes», explica Palacio.

Tanto Palacio como Garau, vinculadas a la Unidad de Trastornos del Aprendizaje Escolar (UTAE) del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, afirman que cuanto antes se trata la dislexia, mejores son los pronósticos del niño, si bien recuerdan que es un trastorno crónico que no tiene cura. «Se nace con dislexia y se muere con dislexia, se puede mejorar la sintomatología, pero nunca se podrá eliminar del todo», afirma Garau. «Se ha comprobado que cuando se realiza una intervención precoz, mejora la sintomatología y los patrones de activación cerebral pueden cambiar, ya sea porque se activan aquellas áreas del cerebro que antes de la intervención no se activaban, o bien se activan otras áreas que permiten compensar las dificultades del niño», explica Garau.

Varios estudios demuestran que hay mejoras significativas en la organización cerebral cuando el niño disléxico ha sido sometido a una intervención intensiva. Es el caso, por ejemplo, del estudioDyslexia-specific brain activation profile becomes normal following successful remedial training, que demuestra las mejoras, después de 80 horas de intervención, en niños de entre siete y diecisiete años que presentaban graves dificultades en el reconocimiento de palabras y en el procesamiento fonológico. El estudio demostró que, antes de la intervención, en todos los niños había poca o nula activación del área del cerebro que participa en esta tarea. En cambio, después de la intervención se vio que estos niños mejoraban en las habilidades lectoras.

Hacer juegos y ejercicios que permitan al niño identificar los sonidos que constituyen las palabras —lo que los expertos llaman conciencia fonológica— formaría parte del tratamiento que hay que seguir. Por ejemplo, un niño, cuando empieza a aprender a leer, lee las palabras fonema por fonema, o sea, sonido por sonido. Los niños disléxicos tienen dificultades para asociar la grafía al fonema, es decir, la letra al sonido. Por eso, en casa o en el aula hay que trabajar oralmente ejercicios encaminados a fomentar este aprendizaje. Por ejemplo, se les puede pedir que busquen palabras que empiezan por la letra p, que averigüen qué palabra sale si a puerta se le quita el último sonido, qué ocurre si a puerta le cambiamos el primer sonido por una m...

Explica Palacio que cuando esto se trabaja en pruebas de neuroimagen, se ve que se activa un área cerebral que tienen alterada los niños disléxicos. «Es como hacer una gimnasia de un músculo que tienen atrofiado», ejemplifica la experta.


Alto componente hereditario

Los hijos de padres con dislexia tienen entre el 30 % y el 40 % más de riesgo de presentar el mismo trastorno que sus progenitores, y el hermano de un niño disléxico tendrá el 50 % más de probabilidades de serlo. En ocasiones, muchos padres descubren que también sufren este trastorno cuando su hijo es diagnosticado.

Las expertas explican que estructuralmente no existen diferencias entre el cerebro de un niño disléxico y el de un niño que no lo es, pero sí las hay en el aspecto funcional. Los investigadoresSally y Kenneth Shaywitz, autores de referencia en el campo de la dislexia, han demostrado que durante la actividad lectora el funcionamiento cerebral es diferente entre los disléxicos y los no disléxicos. Al leer, se activan áreas del hemisferio cerebral izquierdo, especialmente las más posteriores. Los disléxicos, en cambio, presentan menos actividad de estas áreas y, además, posiblemente para compensarlo, activan áreas del hemisferio cerebral derecho que no se usan en condiciones normales durante la lectura. Las dos estructuras afectadas son el giro angular y el giro fusiforme. Esto se ve claramente al hacer una resonancia magnética funcional. Cuando un niño no disléxico lee y escribe, estas áreas del cerebro se activan más que en un niño disléxico. «Estas estructuras son las que permiten hacer la correspondencia entre grafema y fonema, las que permiten hacer una lectura global y darte cuenta de que has hecho una falta de ortografía», explica Garau.


Tratamiento en la escuela, en casa o en centros privados

Tanto Palacio como Garau explican que cada vez más las escuelas tienen herramientas para detectar a niños con dislexia. Protocolos de detección como Prodiscat Prodislex ayudan al maestro a averiguar si el niño tiene un riesgo alto, moderado o bajo de sufrir este trastorno, que debe ser diagnosticado por un profesional con formación específica de trastornos del aprendizaje, como puede ser un psicólogo, un neuropsicólogo, un logopeda, un pedagogo o un psicopedagogo, entre otros. Palacio afirma que la intervención se puede llevar a cabo en el aula, en casa con los padres o en centros que trabajan los trastornos del lenguaje. En el colegio, por ejemplo, se aconseja que el niño no lea en público, ya que mostrar una baja habilidad lectora delante de toda la clase puede avergonzarlo y hacer que pierda seguridad y autoestima; también se considera positivo contar con audiolibros no penalizar la ortografía. «Del mismo modo que un miope es justo que tenga unas gafas, también lo es que un disléxico tenga adaptaciones en el aula», afirma Garau.

Expertos UOC

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