José Manuel Robles
¿Qué es la brecha digital?
No hay una respuesta unívoca a esa pregunta. Los primeros estudios parten de finales del siglo pasado, con lo que aún estamos en un proceso de definición y recopilación de datos para armar un concepto con una base sólida. Pero en términos generales entendemos brecha digital como la diferencia que se produce entre aquellos ciudadanos que acceden a las tecnologías y las usan y aquellos que no lo hacen. Y aquí, por tecnologías, nos referimos principalmente a las de la información y de la comunicación.
Básicamente internet.
Efectivamente. La aportación principal de nuestro grupo de investigación es que consideramos que lo fundamental de la brecha digital no radica tanto en las desigualdades que existen en el acceso o el uso de internet, sino en aquellas que se producen como consecuencia de los usos que algunos hacen de internet, y otros, por el contrario, no.
No estoy seguro de seguirle.
El primer acercamiento al concepto de brecha digital fue en función del acceso, o sea, de si se disponía o no de conexión a internet. ¿Cómo se soluciona esta primera dimensión de la brecha?
Con infraestructura, supongo.
Exacto. Luego quedó claro que con eso solo no bastaba. Porque de nada sirve que alguien disponga de internet en casa si no percibe la utilidad de este servicio. Y esa es la segunda dimensión: el uso. Una vez establecidas estas dos dimensiones es cuando nosotros nos preguntamos: ¿qué implica que algunos no utilicen ciertos servicios de internet que otros sí usan? Que unos carecen de algunas ventajas, y otros no. Y que, en consecuencia, puede producirse un aumento de las desigualdades y de la exclusión social.
Es lo que usted llama la tercera dimensión de la brecha digital.
Sí. Implica que las desigualdades de un país se trasladan al ámbito digital. Y como el ámbito digital abre unas posibilidades que nunca habíamos tenido hasta ahora, esto supone un gran riesgo. Mañana presentamos, aquí en la UOC, un artículo en que analizamos el perfil de los usuarios de la administración electrónica pública en España. A grandes rasgos, hemos hallado que las dos variables que más inciden sobre el uso son el nivel de estudios y el nivel de ingresos, lo cual resulta paradójico, porque, si hay alguien que necesita las ayudas económicas que ofrecen las instituciones públicas, son precisamente las personas con menor nivel educativo y con recursos económicos más limitados.
Se crea un círculo vicioso.
Es un ejemplo paradigmático de la tercera dimensión de la brecha digital: el apoyo que ofrece el Estado es más fácilmente accesible para aquellos con una mayor formación y nivel económico, cuando en realidad debería ocurrir justamente lo contrario.
¿Podría dar algún otro ejemplo?
Cada vez es más frecuente que los diputados o los senadores tengan un blog y que los ciudadanos podamos interaccionar con ellos, lo que estrecha la relación entre representante y representado. Esto implica una mayor calidad democrática, una mayor libertad?, que, sin embargo, está limitada sólo a quienes acceden al blog. Otro ejemplo: las ofertas de empleo. Algunas ya sólo se anuncian en internet, por lo que quienes no acceden a ellas tienen menos posibilidades de conseguir trabajo.
¿Cuál es la fórmula para afrontar este reto?
No es una tarea fácil. Lo que sugiere nuestro estudio es que la tercera dimensión de la brecha digital no se cerrará si no se eliminan primero las desigualdades sociales. Y los sociólogos sabemos que la desigualdad es una constante en todas las sociedades: no conocemos sociedades sin desigualdad. Por tanto, de lo que hemos de preocuparnos es de paliar sus efectos de manera que internet no polarice las diferencias sociales. Eso, a su vez, plantea otro reto, porque ya entramos en el ámbito ideológico.
¿A qué se refiere?
A que, si pretendemos que las personas utilicen las prestaciones más ventajosas de Internet, lo primero que habrá que hacer es, precisamente, decidir cuáles son los usos socialmente más relevantes. Y luego incentivarlos, protegerlos y convencer a las personas de que los utilicen?
Dicho de otra manera: decirle a la gente lo que le conviene hacer en internet.
Y claro, ¿quién tiene potestad para definir qué es bueno y qué no? Si no podemos aplicar principios tan objetivos como los de la primera y la segunda dimensión -o sea, infraestructura y formación-, difícilmente podremos poner remedio a la tercera. Porque, retomando el ejemplo de los blogs, algunos creerán que mantener una relación más estrecha con sus representantes democráticos está muy bien, pero habrá otros a los que, por su ideología, les parecerá menos relevante.
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