Jordi Duran
¿Con qué expectativas se presenta la próxima edición de la Fira de Tàrrega?
Hemos trabajado mucho durante todo el año para poder sacar adelante el proyecto, que pasa por muchas etapas. Lo que veremos en septiembre es la culminación de todo este proceso y trabajo en cuatro días de celebración de las artes escénicas, básicamente de espectáculos de calle, las últimas tendencias, con un apartado importante para programación invitada.
La crisis ha incidido en todos los ámbitos. ¿Cómo lo ha hecho en el vuestro?
Hay muchas maneras de atacar la crisis. Cada cual trabaja como puede. Nosotros tenemos ahora más que nunca un compromiso como servicio público. Tenemos ganas de trabajar de cerca con el sector y velamos mucho por el estímulo de las artes en la calle. Atacamos la disciplina desde 360 grados durante todo el año, hacemos formación, creamos, acogemos a doce compañías residentes que trabajan, prueban, comparten su pieza y, una vez terminada, la muestran a los ciudadanos y aprovechan para empezar a venderla.
La Fira es, pues, solo la punta de un iceberg que se extiende todo el año...
La Fira ya no tiene nada que ver con lo que era hace unos años. Es un proyecto integral, transversal y completo. Éramos una muestra de compañías de teatro de calle que enseñaban su oferta al sector, en un contexto muy concreto, en un espacio que se había convertido en una fiesta popular y fecha obligada en el calendario catalán. En este espacio tan cálido el mercado funcionaba mucho. El programador que viene a conocer a gente recibe todo el material de forma muy humana, componente que con las vitrinas / los escaparates (show cases) no tienes. Había que ir más allá en cuanto a la relación con compañías y artistas, sobre todo en una disciplina que está un poco dejada de la mano de Dios, como son las artes en la calle. En otros contextos europeos, como en el Reino Unido, ha habido políticas culturales clarísimas que han hecho que ahora sea una disciplina completamente en auge y con producciones fantásticas. Tenemos que procurar que los creadores sean potentes, estén profesionalizados, tengan una formación. Por eso trabajamos en el máster de la UOC. Con nuestros programas de residencia acompañamos a los artistas a aterrizar en este campo tan difícil que es el mercado, que hay que entender muy bien.
Si el Reino Unido es el modelo, ¿qué ha fallado aquí pues?
No, no es que falle nada. Son maneras de trabajar distintas. Nosotros existimos y tenemos dinero público, hacemos estrategia, somos institución, y realizamos esta tarea como servicio público. El 70% de financiación es de instituciones; el resto son recursos propios. Lo que hemos visto fuera es que ha habido estrategias y planes integrales que han velado por que la historia funcionara. En el Reino Unido ha sucedido porque los Juegos Olímpicos han propiciado una olimpiada cultural anterior, con mucho dinero y muchas ganas. También aquí antes del 92, aunque después todo fue hacia donde fue.
¿Qué valores destacan de las artes en la calle?
Es una forma de democratizar y garantizar un acceso a la cultura, de equiparar a todo el mundo ante el hecho cultural, de seducir. Hay muchas posibilidades, también, con los equipamientos, que en Londres se ha conseguido tener éxito y aquí todavía no. En Londres, el National Theatre, la ópera, la Tate, todos de alguna manera han acabado trabajando con las artes en la calle, con programaciones de un mes incluso. Aquí todavía estamos pendientes de encontrar todo eso.
¿Quizás porque se ven las artes en la calle más como un hecho propio de fiestas populares?
Hay muchos teatros municipales con los que trabajamos. Por ejemplo, en Viladecans llevan veinticinco años trabajando el teatro en la calle y tienen muy buena energía, presupuesto, ganas y sobre todo proyecto. Esto es primordial. Podemos tener dinero; pero, si no tenemos detrás un buen concepto, no haremos nada. Por último, en la Fira nos convertimos en los reyes de lo no convencional, de las experiencias, de un teatro que es para vivirlo, para sentirlo, que te pasa por el intelecto y que te sacude fuerte, que te entra por la piel y pone el corazón a un ritmo, que es lo que interesa, sentir que estamos vivos y conectados. Por ejemplo, la programación de la fira de este año es muy comprometida, no por decisión nuestra; nos han llegado muchas más propuestas cargadas de discurso, y esto nos encanta. En los últimos años teníamos demasiada animación y discurso blanco, demasiada cosa festiva.
¿Y este año tendrá un carácter reivindicativo?
Tenemos teatro denuncia, político, porque las artes de la calle están conectadas con la actualidad y lo que viene, más que nunca, es un ágora y espacio de debate, donde lo que nos sucede a diario está escenificado por artistas. Tenemos muchas maneras de afrontar lo que vivimos. Unos tiran al escapismo, otros lo afrontan de forma frontal y valiente, otros más pasivos y reflexivos. Pero queremos esta conexión no solo referente a contenido sino también referente a lo tecnológico. Las artes en la calle beben de todo aquello que está pasando a nivel tecnológico. Y en este terreno también habrá novedades este año.
¿Este espíritu crítico se hace compatible con la financiación pública, es decir, ligada a los políticos?
Todavía vivimos un momento en que la democracia está. Malo será el momento en que empecemos a censurarnos. Son artistas inquietos y preocupados. Como lo estamos todos. La gente que está allí arriba intentando organizar la sociedad que nosotros vivimos, y a quienes nosotros hemos votado, pienso que no lo tienen muy fácil. La crítica que veremos no es la contestación de los años setenta; es más sofisticada, diferente. La Fira es un catálogo para entender la realidad.Precisamente en este contexto de depresión la cartelera comercial opta más por el escapismo...
Vivimos en un tiempo en que la taquilla manda y la cartelera es muy conservadora. No lo critico: todos tenemos que ganarnos la vida y tenemos que buscar equilibrios.
Volviendo a la Fira, ¿cuáles son las principales patas de gestión del proyecto?
Desde el departamento artístico aportamos las líneas de filosofía artística, hacemos la selección de compañías, viajamos y enseñamos el material. Tenemos que velar por todas las compañías que participan, apoyar la creación. Actuamos como asesores, como psicólogos, para que la pieza haga el clac que necesita para llegar justa. El trabajo pasa también por otras áreas con las que trabajamos conjuntamente y en relación de simbiosis, como el área de gerencia, que se encarga de cuestiones de seguridad, recursos humanos.
Este año el país invitado será México. ¿Qué se puede aprender de Latinoamérica?
En Latinoamérica hay una valentía para salir adelante, una capacidad de reacción, de cintura, de renovación que aquí nos hace falta. Son sociedades que trabajan siempre mirando adelante, saben que cada determinado ciclo debe empezarse de nuevo porque hay una crisis y después siempre hay una latente. En este contexto, siempre están preparados para lo que pueda pasar. No puede ser que aquí todavía haya profesionales chocados o proyectos parados porque no saben cómo reaccionar.
Quizás se ha empezado a trabajar con menos recursos y diseños de proyectos más modestos, pero ¿qué hay que hacer para salir del estancamiento?
Yo creo en los buenos diseños de producción. Una buena idea, que te la creas: esto es lo que buscamos, ideas que sean factibles, que podemos asumir logísticamente y económicamente y que el mercado está preparado para asumir. En Barcelona se vive un hecho peligroso y nos echamos piedras a nuestro tejado con una cierta «reamateurización» del sector. Porque hay tantas ganas de hacer que es como ir al servicio: o vamos o nos morimos. El microteatro, por ejemplo, es una ruina; son experiencias que están bien como complemento, pero en sí como producción... ¡Tengamos cuidado! No es el camino; tenemos que hacernos valer y trabajar como sea. Lo entiendo por las generaciones que suben, y que siempre se ha hecho, pero tenemos que buscar la manera; si no, retrocederemos cuarenta años, cuando trabajábamos toda la jornada en un trabajo y por la noche íbamos a hacer teatro...
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