La jubilación y la soledad aumentan el riesgo de depresión en gente mayor
Bruce Springsteen acaba de cumplir 67 años y ha publicado sus memorias, Born to run, en las que confiesa su lucha contra la depresión. Ha tardado años en hacerlo público porque pese a ser una de las enfermedades más extendidas del mundo, con unos 350 millones de afectados, todavía está muy estigmatizada. Entre los trastornos mentales, la depresión es considerada una de las principales causas de discapacidad. De hecho, ocupa el cuarto lugar entre las primeras causas de enfermedad y se prevé que en 2020 estará en segundo lugar. Pero, ¿cómo afecta la depresión en personas mayores de 65 años? ¿La gente mayor tiene más tendencia a padecerla? ¿Se diagnostica lo suficiente?La profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC Eulàlia Hernàndez asegura que es un trastorno psicológico muy común entre la gente mayor. Según el Eurodep, uno de los últimos estudios europeos más rigurosos, la depresión afecta al 12,3 % de las personas mayores, aunque los expertos dicen que es muy difícil saber exactamente en qué medida la sufren porque es muy probable que esté infradiagnosticada, ya que mucha gente no consulta al médico y algunos de sus síntomas se confunden y se asocian al mismo envejecimiento.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que dos terceras partes de los afectados por un trastorno mental no llegan nunca a pedir ayuda a un profesional sanitario, a pesar de que se prevé que uno de cada cuatro habitantes del planeta sufrirá alguna forma de trastorno mental o neurológico a lo largo de su vida.
La importancia de saber adaptarse
La población de más edad no es más susceptible de sufrir depresión que otros colectivos y tampoco hay grandes diferencias de prevalencia entre hombres y mujeres, solo en los casos más leves es ligeramente superior en mujeres.
Lo que sí marca la diferencia es vivir en comunidad o estar institucionalizado ‒es decir, estar en residencias u hospitales‒, explica la doctora en psicología y también profesora de la UOC Montserrat Lacalle. Y es que el hecho de estar institucionalizados por sí mismo ya es un factor de riesgo de sufrir trastornos afectivos, sobre todo justo después del ingreso.
Entre los principales factores de riesgo, añade Lacalle, también están la soledad, especialmente en edades más avanzadas, y entre los 65 y 75 años, el hecho de jubilarse, es decir, pasar de tener un rol activo profesionalmente hablando a no tener ninguna obligación laboral. «Una persona que durante 40 o 50 años ha dado mucha importancia a su vida laboral y, de repente, ve truncada esa vida, requiere unos procesos de reequilibrio importantes», explica la psicóloga, que condiciona el riesgo de sufrir una depresión a la capacidad de adaptación a la nueva situación que tiene cada cual. «Las personas envejecen tal como han vivido el resto de su vida», remarca. Una persona que siempre ha tenido una buena salud mental, que ha sabido afrontar los problemas, superar dificultades, adaptarse a los cambios, alguien que ha tenido tolerancia a la frustración y una buena aceptación de sí mismo ‒denominadores todos ellos de una buena salud psicológica‒, esa persona llega al envejecimiento y tiene más herramientas para hacerle frente.
La gente que tiene ganas de jubilarse normalmente es porque está pensando en la lista de temas pendientes, pero hay que ir con mucho cuidado, avisa la profesora Lacalle, «que la lista no se acabe demasiado pronto y que nuestra ilusión esté focalizada en proyectos realistas, porque a veces las expectativas son demasiado altas».
La jubilación se tiene que ver y entender como un luto, un proceso psicológico que se experimenta después de cualquier pérdida, no solo ante la muerte de un ser querido. Para prevenir que se convierta en un descalabro, según Hernàndez, es bueno potenciar los factores de protección y las estrategias de enfrentamiento de la persona: apoyo social, relaciones familiares, autonomía física y mental...
El peso del apoyo social
Las profesoras Eulàlia Hernàndez y Montserrat Lacalle coinciden en que el hecho de no tener pareja y de vivir solo es un factor de mal pronóstico en las personas mayores: «La soledad no es una buena compañera». Por el contrario, los hijos y los nietos son factores protectores, son motivos para continuar estando activo y si se sufre un trastorno depresivo, son motivos para continuar luchando. De hecho, cuando aparecen ideas suicidas, algunos enfermos reconocen que no lo hacen por la familia, un argumento en que se suelen apoyar los psicólogos durante la terapia. Lacalle remarca que por mucho que no se oiga hablar mucho de ello, el suicidio en gente mayor es una realidad.
Para Lacalle sería muy interesante hacer una transición menos repentina, ir reduciendo progresivamente el ritmo de trabajo para que la rotura no sea tan brusca ni aparezca de repente un escenario nuevo que desestabilice nuestra seguridad emocional. Además, constata Lacalle, «eliminar a una persona que tiene 40 años de experiencia es una pérdida para la sociedad». Es importante, pues, promover la participación social en lo que sea significativo para la persona porque «es uno de los elementos que parecen proporcionar sentimiento de utilidad y pertenencia». Y esto genera salud emocional, concluye Eulàlia Hernàndez.
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