17/12/25 · Salud

"Los deathbots nos obligan a repensar la relación con los muertos en la era digital"

Belén Jiménez, professora dels Estudis de Psicologia i Ciències de l'Educació de la UOC

Belén Jiménez

Belén Jiménez es profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación e investigadora del grupo CareNet de la UOC. Además, es miembro del comité organizador del Festival de Vida al Final de la Vida, que busca romper tabúes sobre la muerte y que se ha celebrado recientemente. Las actividades vinculadas al Festival se seguirán llevando a cabo durante el primer semestre de 2026. En esta entrevista, la psicóloga habla de los múltiples retos que la sociedad todavía debe afrontar en lo que se refiere a cómo gestiona su vínculo con la muerte. Una tarea que, con las nuevas posibilidades que ofrece la inteligencia artificial (IA), invita a reflexionar sobre los beneficios y los riesgos de la tecnología y los límites éticos.

¿Crees que, actualmente, la manera como habla la sociedad sobre la muerte y el duelo y el modo de gestionarlos están cambiando?

Sí, creo que algo está cambiando, aunque de forma desigual. En los últimos años ha crecido la sensibilidad hacia el sufrimiento que implica una pérdida y hacia la diversidad de formas de vivir el duelo. También empezamos a reconocer duelos históricamente silenciados, como los vinculados al sida o los perinatales, que durante mucho tiempo no han sido legitimados socialmente. Aun así, el tabú sigue presente. Hablar de la muerte sigue siendo difícil y ciertos tipos de muerte —infantiles, suicidios o muertes que cuestionan lo esperable— continúan envueltos en estigma y generan soledades innecesarias. Por eso han surgido iniciativas como el Festival de Vida al Final de la Vida, en cuya organización participo, que busca crear espacios seguros y plurales para pensar el morir y el duelo desde perspectivas culturales, sociales y comunitarias. En definitiva, sí, hay un cambio, pero aún quedan muchos silencios por romper.

¿Qué consideras que cuesta más gestionar emocionalmente después de una pérdida?

Cada pérdida se vive de manera distinta. La relación con la persona fallecida, las circunstancias de la muerte o el apoyo disponible influyen en cómo atravesamos el duelo. Pero hay dificultades que suelen repetirse. Una de las más duras es hacer frente a la ausencia; comprender, poco a poco, que esa persona ya no volverá. Esta aceptación llega en oleadas y aparece en lo cotidiano: una rutina que ya no encaja, un objeto que remueve recuerdos, una imagen inesperada en el móvil. También cuesta reorganizar la vida y la propia identidad. La muerte de alguien significativo desordena roles, hábitos y seguridades, y además transforma quiénes somos, porque esa relación formaba parte de nuestra manera de estar en el mundo. El duelo puede mover creencias y prioridades, abrir preguntas sobre el sentido y sobre cómo seguir adelante. A esto se le suma la presión social, la sensación de que hay que recuperarse rápido o no mostrar demasiado dolor, lo que genera soledad. En el fondo, lo más difícil suele ser sostener ese doble movimiento: asumir el vacío y reconstruir una vida en la que esa persona ya no está.

¿Qué opinión te merece el uso de tecnologías, como los deathbots, para acompañar el duelo? ¿Cuáles son los riesgos y las oportunidades?

La aparición de los deathbots nos coloca en un terreno emocional muy delicado, ya que permiten simular la voz, la escritura o ciertos rasgos de alguien que ha muerto y eso toca directamente el deseo de seguir en contacto con quien ya no está. Para algunas personas, pueden ofrecer un alivio puntual en los primeros momentos del duelo, cuando el silencio resulta insoportable. También pueden ayudar a reunir recuerdos dispersos y darles una cierta coherencia. Pero ese mismo potencial conlleva riesgos. Si la simulación es muy fiel, puede convertirse en un refugio que dificulte afrontar la ausencia real o confundir recuerdo y ficción, sobre todo cuando el sistema genera frases que la persona nunca dijo. Además, las cuestiones éticas son enormes. ¿Quién ha consentido el uso de esos datos? ¿Hasta qué punto estamos creando una versión manipulada de alguien sin capacidad de decidir? ¿Qué responsabilidad tienen las empresas que comercializan estas herramientas? Más que preguntarnos si deberían prohibirse, quizá la cuestión central sea qué tipo de relación con nuestros muertos queremos construir en una época en la que la tecnología parece poder "imitarlos".

¿Consideras que es necesaria una regulación concreta para estas tecnologías vinculadas a la memoria de los fallecidos? ¿Por qué?

La Ley de Inteligencia Artificial de la UE (AI Act), en vigor desde el año pasado, es un buen punto de partida, pero no cubre todas las situaciones que plantean las tecnologías capaces de recrear a una persona fallecida. Aquí el problema no es solo técnico; también afecta a la memoria, la intimidad y la identidad de alguien que ya no puede decidir por sí mismo, además de generar riesgos potenciales para quienes interactúan con estos sistemas. Si se crea un deathbot sin consentimiento previo o si el sistema genera frases nuevas que parecen auténticas, ¿quién garantiza que no se está distorsionando la memoria de esa persona? ¿Quién protege a la familia ante usos poco éticos o comerciales? Sin un marco claro, el riesgo es convertir el recuerdo en un producto. Por eso es necesaria una regulación específica que aborde cuestiones como el consentimiento, el uso de datos tras la muerte, los límites para evitar imitaciones invasivas y la responsabilidad de las empresas. Regular no significa prohibir, significa reconocer que la memoria de alguien es un bien relacional que merece protección y cuidado, especialmente en un contexto en el que la tecnología puede intervenir en cómo elaboramos el duelo y mantenemos los vínculos.

Eres miembro del comité organizador del Festival de Vida al Final de la Vida. ¿Qué aporta este festival a la conversación social sobre la muerte?

El Festival de Vida al Final de la Vida nació para convertir la muerte en una conversación compartida, no en un tema oculto o incómodo. En una sociedad que suele esconder la vulnerabilidad o relegarla al ámbito privado, el Festival propone lo contrario: traerla a la luz y darle lenguaje. Su mayor aportación es crear un espacio de encuentro entre público general y profesionales de la salud, artistas, estudiantes, investigadores y personas en duelo o en el final de vida. Esa mezcla de miradas transforma la muerte en un asunto cultural y social, no solo clínico o íntimo. El Festival también ofrece otros lenguajes —cine, música, fotografía, talleres participativos— que permiten expresar lo que a veces no cabe en palabras. No busca dar respuestas, sino abrir un espacio seguro donde pensar el morir y el duelo sin prisa ni juicio. En un momento en el que muchas personas atraviesan la pérdida en soledad, ofrecer un lugar así ya es una forma de cuidado.

El pódcast de la UOC vinculado al Festival ya se ha empezado a emitir. ¿Qué temas centrales abordará y qué puede esperar el público?

Por ahora, el pódcast se organiza en cinco episodios que funcionan como un recorrido. El primero trata el tabú de la muerte en nuestra cultura y cómo hemos ido perdiendo rituales y lenguajes para despedirnos. La conversación con un antropólogo y una artista de Pallapupas invita a mirar la muerte desde un lugar menos temeroso y más humano. Los episodios siguientes se adentran en experiencias en primera persona: una hija que acompañó a su madre con Alzheimer, un joven que convive con el cáncer, una madre que perdió a su hijo y una joven que vivió un proceso de eutanasia en su familia. Sus relatos se entrelazan con reflexiones de profesionales de los cuidados, el duelo y la bioética. A lo largo de la serie emergen temas comunes; por ejemplo, cómo se vive cuando la vida se vuelve frágil, cómo se toman decisiones difíciles, cómo revela el cuidado nuestra interdependencia y cómo ayuda el arte a expresar lo que cuesta nombrar. El público no encontrará respuestas cerradas, sino un espacio para pensar y sentirse acompañado en el que las historias de otros ayudan a mirar la relación propia con el final de la vida.

Teniendo en cuenta tus investigaciones sobre el tema, ¿qué aprendizajes recientes crees que son esenciales para entender cómo vivimos el duelo hoy?

Hoy el duelo ya no se limita a los espacios tradicionales de acompañamiento, sino que transcurre también en redes sociales, teléfonos e imágenes, que se convierten en pequeños altares digitales. Estas mediaciones influyen en cómo recordamos y en cómo damos sentido a la ausencia. En las personas jóvenes aparece un duelo más expuesto; buscan apoyo, pero también sienten la presión de mostrarse bien o de narrar su pérdida de cierta manera. A esto se le suma que los restos digitales (fotos, mensajes, audios) pueden acompañar, pero también reabrir el dolor. El duelo se vuelve más continuo, más ambiguo y, a veces, más solitario si lo dejamos solo en manos de la aceleración social y de las dinámicas tecnológicas. Sin embargo, el duelo sigue siendo corporal y relacional; necesita tiempo, presencia y comunidad. Por eso, uno de los aprendizajes esenciales es repensar el duelo de forma colectiva: recuperar rituales, crear espacios compartidos de vulnerabilidad y decidir qué relación queremos mantener con nuestros muertos en un mundo en el que nunca desaparecen del todo de nuestras pantallas. Entender el duelo hoy es mirar nuestras emociones, pero también nuestras tecnologías y nuestras formas de cuidado.

¿Qué mensaje te gustaría transmitir a quienes estén atravesando un proceso de duelo?

Ante todo, sería que no existe una manera correcta de vivir el duelo. Cada relación es única, y también lo es la forma en la que duele su ausencia. El dolor puede ser intenso, irregular o aparecer sin aviso, y todo ello forma parte del proceso. El duelo tiene su propio ritmo; no necesitas ir más rápido ni compararte con nadie. Lo que sientes (tristeza, rabia, confusión, alivio, culpa) tiene un sentido en tu historia, aunque ahora no lo veas con claridad. Pedir ayuda no es una debilidad, sino una forma de cuidarte. A veces basta con hablar con alguien cercano; otras, puede ayudar un grupo de apoyo o un profesional. No tienes por qué sostenerlo todo sola o solo. Y no, el duelo no consiste en olvidar. Con el tiempo, el vínculo no desaparece, sino que se transforma y encuentra nuevas formas de estar presente. Si en algún momento la desesperanza se vuelve demasiado grande o aparecen ideas de hacerse daño, es fundamental pedir ayuda de inmediato. Hay acompañamiento posible, incluso en los tramos más oscuros.

¿Qué recursos prácticos recomiendas a familiares o profesionales que acompañan a una persona en duelo y dónde pueden encontrarlos?

Acompañar un duelo es delicado y no debería hacerse en soledad. Tanto los grupos de apoyo como la atención psicológica especializada pueden ser muy útiles, ya que ofrecen espacios seguros para compartir la experiencia, ordenar emociones y sentirse acompañado. Hay grupos generales y específicos (duelo perinatal, por suicidio, etc.) que pueden localizarse buscando "grupo apoyo duelo" junto al nombre de la ciudad o consultando en el centro de salud. La atención profesional a través de especialistas en duelo complementa este apoyo cuando el sufrimiento es más intenso. Además, existen guías y materiales elaborados por colegios profesionales, sociedades de cuidados paliativos y entidades que trabajan en memoria y pérdida. El Festival de Vida al Final de la Vida reúne recomendaciones, libros y recursos en su web, incluidos materiales de la UOC, como el vídeo sobre duelo preparado tras la DANA de 2024, que ha orientado a muchas personas en momentos de gran desconcierto. Lo esencial es no acompañar desde el aislamiento; apoyarse en redes y recursos marca una gran diferencia.

¿Cómo deberían implicarse las instituciones (servicios de salud, educativas y culturales) para mejorar la atención y la prevención en procesos de duelo?

Las instituciones tienen un papel clave a la hora de transformar cómo vivimos el duelo, y ese cambio debe hacerse de manera coordinada. En España se han propuesto avances, como ampliar los permisos por fallecimiento o por cuidados paliativos, que son medidas necesarias porque acompañar una pérdida requiere tiempo real. Los servicios de salud deberían integrar el duelo en el recorrido asistencial, con profesionales formados, protocolos claros y buena conexión con recursos comunitarios. Las instituciones educativas también son esenciales. Hablar de la muerte de forma adaptada a la edad ofrece referencias antes de la primera pérdida y formar a docentes para acompañar cuando la muerte irrumpe en un aula es una cuestión básica de cuidado. El ámbito cultural y comunitario aporta lenguajes y espacios que la clínica no siempre alcanza, y festivales, cinefórums, exposiciones o proyectos de memoria ayudan a romper el tabú. Desde los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación, con apoyo del Vicerrectorado de Alianzas, Comunidad y Cultura y del Servicio de Prevención y Salud Integral, estamos creando formaciones, materiales y actividades —como los de la Semana Saludable— para construir una universidad más sensible al duelo. Cada uno a nuestro nivel podemos contribuir a este cambio. El objetivo es avanzar hacia una cultura más compasiva en la que el duelo sea una responsabilidad compartida y no una experiencia vivida en soledad.

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