30/3/17 · Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación

«Sentimos vergüenza, rabia y tristeza al ver cómo se trataba a los refugiados»

Irene Savio y Leticia Álvarez , periodistas y autoras de <em>Mi nombre es refugiado</em>

 

Un encuentro en un tren soviético ucraniano. Una profesión común, la de corresponsal. Una preocupación compartida por una Europa en tensión, sus fronteras, y todas las personas que llegan hasta ellas buscando un futuro que hoy se les niega donde nacieron. La italiana Irene Savio, criada en Argentina, y la valenciana Leticia Álvarez han recorrido nuestro continente cubriendo una crisis humana sin precedentes. Miles, millones de personas huyen de la guerra, del hambre, del miedo…, sus miradas nos interpelan y sus esperanzas están depositadas en nosotros. Durante años, las dos periodistas nos lo explicaron en la televisión, la radio y los periódicos. Pero un día les pareció que eso ya no era suficiente: querían dar voz a los verdaderos protagonistas para que nos contaran su historia, reflejar todos los detalles que siempre caían de sus crónicas por falta de tiempo o espacio. Así nació Mi nombre es refugiado (Editorial UOC), un conjunto de páginas llenas de vida, con sus luces y sombras, que no pueden dejar indiferentes a nadie que se llame a sí mismo persona.

 

Un encuentro en un tren soviético ucraniano. Una profesión común, la de corresponsal. Una preocupación compartida por una Europa en tensión, sus fronteras, y todas las personas que llegan hasta ellas buscando un futuro que hoy se les niega donde nacieron. La italiana Irene Savio, criada en Argentina, y la valenciana Leticia Álvarez han recorrido nuestro continente cubriendo una crisis humana sin precedentes. Miles, millones de personas huyen de la guerra, del hambre, del miedo…, sus miradas nos interpelan y sus esperanzas están depositadas en nosotros. Durante años, las dos periodistas nos lo explicaron en la televisión, la radio y los periódicos. Pero un día les pareció que eso ya no era suficiente: querían dar voz a los verdaderos protagonistas para que nos contaran su historia, reflejar todos los detalles que siempre caían de sus crónicas por falta de tiempo o espacio. Así nació Mi nombre es refugiado (Editorial UOC), un conjunto de páginas llenas de vida, con sus luces y sombras, que no pueden dejar indiferentes a nadie que se llame a sí mismo persona.

¿Cómo y cuándo entráis en contacto con los refugiados?

Irene: Empecé a cubrir historias de migración hace diez años en Italia, colaborando con el suplemento de un diario especializado. Desde entonces, nunca he dejado de hacerlo porque no ha dejado de ser una de las cuestiones más candentes de la agenda internacional. Y no solo por esta razón: yo he tenido la voluntad de involucrarme en estos temas. Y esto porque tengo la firme convicción de que esa es una de las tareas del periodismo, dar voz a quienes no tienen la posibilidad de hacerse oír. Para ello, es importante también ponerse en su piel. En una ocasión incluso fingí ser una inmigrante para comprobar si los inmigrantes regulares que viven en Europa sufren discriminación a la hora de buscar un alquiler decente para vivir.

Leticia: Llegué a Grecia como corresponsal de temas económicos hace tres o cuatro años. Los refugiados ya estaban allí, pero no eran el problema que son ahora. Cuando hace dos años saltó la alarma empecé a trabajar este tema de forma constante. He hecho la ruta cuatro veces, aunque no como infiltrada porque eso era imposible: recorrí Turquía, Grecia, Macedonia, Serbia, Eslovenia, Hungría, Croacia y Alemania. En este tiempo he estado en los bosques, he dormido con ellos en Idomeni, ¡incluso me he puesto el velo!, he subido a los buses y he cruzado fronteras a pie cuando me han dejado. Cuando no los podíamos acompañar; por ejemplo, en algún trayecto en barca, nos iban enviando mensajes de móvil. Hace muchos años que esta ruta existía. Primero pasaron los hombres. Cuando fue seguro, viajaron familias. Hubo un momento en que casi era un viaje comercial: existían redes, recomendaciones...

Empezasteis como periodistas a cubrir estos temas. Trabajabais para televisión, radio, medios escritos... ¿Por qué saltasteis de la crónica al libro? ¿Qué os ofrecía este nuevo camino?

Irene: El libro nos dio la posibilidad de explicar esta crisis migratoria de una forma más profunda, completa y precisa. Y también la de dejar un testimonio más duradero de una de las peores crisis migratorias en lo que va de este siglo. Estaba, estoy y estaré convencida de que ellos se lo merecían.

Leticia: Las noticias dan la información, pero se quedan frías. El día a día, lo que las personas viven y sienten, se queda fuera del papel. Queríamos que todo eso también se conociera. Queríamos mostrar su historia de verdad de una forma extensa, profunda. Y queríamos que fueran ellos quienes lo hicieran, los que nos explicaran lo que están pasando. Hacerlos cercanos. Son personas normales con sus familias, que se enamoran, que sufren, con estudios, con trabajos que han perdido... Son como nosotros, pero viviendo una historia muy dura. Queríamos hacerlos cercanos y explicar cómo podía suceder algo así, cuándo había empezado.

¿Cómo os organizasteis para escribirlo?

Irene: Trabajamos en equipo siempre, pero cada una se centró en una zona. Yo en los Balcanes y Leticia en Grecia. Pasamos horas conectadas a Skype y repasando los textos. Una aventura mientras una se casaba y la otra viajaba a México premiada con una beca; aun así, seguíamos conectadas. ¡Hemos discutido cada coma del libro!

¿Qué sentisteis al formar parte de las vidas de estas personas, aunque fuera por un instante?

Leticia: Allí sentí tristeza por lo que veía, vergüenza de ser española, de ver cómo estábamos tratando a esas personas, rabia cuando veía las palizas o el maltrato. E impotencia cuando me preguntaban si podía ayudarlos. No, no puedo. Mantengo el contacto con ellos y la situación de la mayoría de los que he tratado ha mejorado. Por eso, cuando hablo con ellos, siento alegría. Alegría por ese contacto, por haberlos conocido..., aunque sigo con la misma vergüenza al ver que nuestro país ha acogido a tan pocos.

Uno imagina el día a día de un corresponsal como algo agitado, sin tiempo para detenerse a establecer esos lazos...

Leticia: Lo bueno de ser trabajador independiente, como yo, es que tengo tiempo para perderlo. Lo mejor para entender algo es compartirlo, dedicarle horas, días... Si me acerco a las personas que lo viven, estoy más cómoda. Es necesaria la implicación y así puedo sentirla. Si no hubiera dormido o llorado con ellos, si no hubiera perdido una tarde... no hubiera aprendido.

Sois profesionales, vuestro papel es explicar lo que está pasando. ¿No es peligrosa esa implicación?

Irene: Cubrir una crisis humanitaria conlleva sus reglas del juego. Es imposible no sentir empatía por estas personas, pero, desde mi punto de vista, es muy importante que los periodistas no seamos activistas y que ambos oficios se mantengan separados. Dicho de otra forma, es imposible permanecer indiferentes cuando uno ve tanto dolor de cerca, pero es importante guardarse los sentimientos para sí mismo y también guardarse las lágrimas.

Leticia: Siempre hay una línea que no debes pasar. Cuando te implicas, si te afecta física o emocionalmente, te conviertes en activista y no en periodista. Si lo siento, paro, desconecto y luego vuelvo. Si no, si no me separo, estoy cabreada y mis informaciones pasan al plano subjetivo.

Sin embargo, para vosotras los refugiados no son ya un conjunto. Tienen nombre, cara...

Leticia: No me gusta utilizar la palabra refugiado. Me gusta llamarlos personas normales que viven una situación dramática. Son luchadoras, hospitalarias, sobrevivientes..., dan gracias a Dios a pesar de todo, sacan lo mejor de sí mismas. Están en un tiempo muerto, esperando. Y eso a algunos les pasa factura. Hay gente que se vuelve, que tira la toalla. La incertidumbre en la que viven los lleva a volver a Turquía o a Irak. Los machaca. Vienen de un conflicto y se encuentran en situaciones precarias. Necesitan apoyo psicológico. Por ejemplo, Nur se quedó atrapado en Moria esperando una solución... No ha podido más. Se vuelve a Siria. ¿Imaginas su desesperación?

Irene: Estoy de acuerdo con Leticia. Nunca se me ocurriría llamar a uno de los chicos que hemos conocido en esta experiencia refugiado. Es lo que pasa cuando uno ve las cosas de forma directa, sin filtros. Es lo que le pasa también a la gente que vive en Lampedusa y en Lesbos, ven el drama todos los días, ven a mujeres, a niños, a ancianos llegar moribundos a las costas después de viajes horrorosos por el mar... Esto te cambia la perspectiva. Quizá podría decirse que te hace más «humano», pues no te permite pensar en los hechos como un conjunto de cifras, datos o declaraciones de tecnócratas.

En esta crisis hay muchos actores. La sociedad civil, los gobiernos, la Unión Europea... ¿Qué papel creéis que están ejerciendo los medios de comunicación y los periodistas?

Irene: Creo que a menudo somos alarmistas y que nos falta perspectiva histórica para considerar estos fenómenos globales, lo cual no significa que haya que minimizar la gravedad de las situaciones humanitarias. Tomemos el caso de la llamada crisis migratoria de la ruta de los Balcanes. En 2015 y 2016 la crisis estuvo en las primeras páginas de los diarios todos los días. Hoy ha desaparecido de la agenda mediática y, sin embargo, en Grecia hay campos de acogida —como el de Lesbos— que parecen campos de concentración. Además de ello, nuestra ignorancia histórica nos está impidiendo identificar las causas próximas que hay dentro y detrás de estas migraciones, de hacernos las preguntas correctas. ¿Por qué a Italia llegan muchos migrantes que provienen de Eritrea?, ¿qué está pasando en Eritrea?, ¿qué secuelas ha dejado el colonialismo en África?, ¿por qué hay hoy refugiados varados entre Serbia, Hungría y Croacia, en las antiguas fronteras movedizas del Imperio otomano (musulmán) con el austrohúngaro (cristiano)?

¿Y nuestra sociedad?

Leticia: La sociedad civil hace lo que tiene que hacer. Sirve que nos manifestemos. Sirve el voluntariado de una semana. Estás allí, conoces lo que hacen y se da a conocer cuando vuelves.

Las imágenes de esas manifestaciones, como la de Barcelona, ¿llegan a los campos?

Leticia: Les llega todo lo que los ciudadanos de otros países hacen. Ven a los voluntarios. Lo agradecen. No están en contra. No están resentidos. Los que están llegando a España, Italia... hablan de la sensibilidad, de la ayuda. Una cosa son los ciudadanos. Otra, los gobiernos. Les cuesta recibir limosna, pero valoran que les echen una mano, una manifestación, que los quieran integrar, de iguales.

¿Y qué opinan de la respuesta de los gobiernos? ¿Era lo que esperaban? ¿Esta es la Europa con que ellos soñaban?

Leticia: No creían en los políticos. Como no creían en los de Siria. No esperan que el gobierno, ninguno, vaya a hacer nada por ellos. En cuanto a Europa, no tiene tanto poder. Echarle la culpa es fácil. Las decisiones se toman según el voto. Europa está sin rumbo. Elecciones en Francia, los Países Bajos, el brexit..., tiene que encontrarse a sí misma. Hay veintisiete países individuales. No hablemos de Europa. Hablemos de que nuestro gobierno tampoco ha acogido. Ya no somos aquellos valedores de los derechos humanos. ¿Hungría pone fronteras y no la echas? Grecia se comporta muy bien. No gestionan bien los medios y no tienen medios, pero lo está haciendo muy bien. Serbia y Macedonia han sido refugiados hace poco. Se nota. Un día vi como la policía pegaba con porras a unos refugiados. Luego vi a uno de esos policías llorando. Una cosa son los gobiernos, las normas, las órdenes... En la calle son solidarios. Nosotros ya nos hemos olvidado de lo que es huir, buscar refugio...; ellos, no.

Irene: Muchos de los que lo han logrado y están en Europa, incluso en España, están agradecidos por haber tenido la oportunidad de volver a empezar. Eso es lo primero que te dicen. Ahora bien, para ellos se trata de un proceso nada fácil. Por poner un ejemplo: entre los que llegaron a Europa también hay muchos profesionales, arquitectos, abogados, médicos, que no podrán ejercer por un tiempo, pues tendrán que revalidar sus títulos. Ese papeleo es frustrante. A ello se suma que en muchos lugares también hay problemas de logística, no funcionan bien los transportes y en algún caso desplazarse, sobre todo con niños, no es nada fácil. En síntesis, la integración no es sencilla. Por eso también es necesario que, en todos los países que acogen, las cosas se hagan bien, sean planeadas por profesionales con experiencia en estos asuntos.

¿Esta crisis agitará de nuevo los viejos fantasmas de los Balcanes? ¿Estos países tan inestables estaban preparados para un drama así?

Irene: Los fantasmas están ahí acechando en cualquier momento. La cuestión importante para toda aquella región es cómo, cuándo y en qué medida entrarán en la Unión Europea. Eslovenia y Croacia han entrado. Serbia no puede entrar hasta que se pacifique el conflicto kosovar. Y lo mismo vale para Kosovo, Albania, Montenegro y Bosnia-Herzegovina. Deben solucionar sus problemas internos y regionales. Cuando todo esto se arregle se podrá crear primero una unión de los países balcánicos y después esa unión podrá entrar conjuntamente en la Unión Europea. ¿Que si estaban preparados? No, no lo estaban. La crisis migratoria provocó nuevas tensiones entre los países balcánicos y aumentó la inestabilidad política en esa aún frágil región. Dicho esto, si en Europa existe todavía un lugar donde la memoria de los conflictos es reciente, ese lugar es precisamente los Balcanes.

Una solución parece difícil... ¡Imposible!

Leticia: Es difícil, pero pueden hacerse cosas. Por ejemplo, ¿por qué España no hace pasajes seguros? Si las embajadas en Líbano o Turquía tramitaran visados humanitarios, las mafias dejarían de llenar barcas. Ahora hay un vacío legal y los traficantes se aprovechan. Todos al mar. ¡Dejad de detenerlos bajo la excusa de la llegada de terroristas! Los terroristas no viajan en patera. ¿Y el efecto llamada? No lo hacen los que se lanzan al mar. No podemos dejarlos desamparados.

Irene: Es cierto lo que dice Leticia. Sin embargo, también hay iniciativas muy válidas y que se conocen poco. Una de ellas es la de la asociación católica Sant’Egidio, que trabaja con el apoyo del gobierno italiano y del Vaticano y a la que recientemente se sumó también Francia. Ya han trasladado a Italia desde Oriente Próximo de forma legal y segura a setecientos refugiados en un año a través de los llamados pasillos humanitarios. Eso es más de lo que han hecho quince países europeos.

 

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