3/3/14 · Justicia

«El proceso de desistimiento del delito cree en la segunda, tercera o décima oportunidad»

fergus mcneill

Fergus McNeill ,

¿Qué significa desistir del crimen?
Se trata de una palabra que usamos los criminólogos para describir el proceso de acabar con las trayectorias delictivas. De hecho, ha habido un largo debate dentro del gremio sobre si la palabra sirve para referirse al proceso mismo o solo al estado final de haber desistido (cuando el proceso inequívocamente ha acabado). En cualquier caso, como es imposible saber si alguien ha desistido de delinquir por siempre jamás (¡al menos mientras esté vivo!), la mayoría de investigadores usan la palabra para referirse al proceso de alejarse del delito. Por hacer una analogía, si los maestros tienen que entender el proceso de aprendizaje de un niño para poder enseñar, los criminólogos y los profesionales de la justicia penal necesitamos un conocimiento profundo del proceso de desistimiento, porque así decidiremos mejor cómo podemos apoyar al cambio positivo en cada caso.
¿Cómo puede el desistimiento cambiar las políticas judiciales? ¿Se trata de una visión alternativa del tratamiento de la delincuencia?
Las investigaciones muestran que las políticas de justicia para combatir la delincuencia han fallado en muchos países; o al menos muestran que las tasas de reincidencia en el delito a menudo son altas. La investigación sobre desistimiento ha ayudado a los gobiernos a ver que el fracaso de las políticas de reinserción tiene un coste muy elevado, especialmente en momentos como el actual, en que disponemos de recursos económicos limitados. En este contexto, las investigaciones sobre el desistimiento ofrecen pruebas nuevas y útiles para que profesionales y legisladores diseñen políticas y estrategias mejor orientadas a apoyar el proceso de reinserción. Pese a que hay buenos estudios sobre la efectividad de programas específicos de rehabilitación, a mi parecer no es solo una cuestión de ayudar a las personas a cambiar, sino que también se trata de conseguir su reinserción. Se trata de construir lazos de pertenencia a la comunidad que favorecerán la seguridad y el bienestar colectivos de esa comunidad. Depende de nuestra capacidad de rehacer estas relaciones que reintegremos a los reincidentes en la sociedad. Por eso tenemos que trabajar desde dos vertientes, primero con el delincuente y, después, con la comunidad: la reinserción es un camino de dos sentidos.
¿Podríamos decir que apostar por prácticas y políticas basadas en el desistimiento es una manera de creer que todo el mundo merece una segunda oportunidad?
Sí, es así. En Estados Unidos, durante la administración Bush, se aprobó la Ley de la segunda oportunidad que era, esencialmente, un programa financiado con fondos federales con el objetivo de apoyar a lo que definieron como «reingreso del recluso». Debido al elevado número de reclusos que tenían, se tuvieron que enfrentar a la cuestión de su regreso a la comunidad y del acompañamiento para poder superar las dificultades que esto supone. La Ley de la segunda oportunidad fue un intento de desarrollar servicios que ofrecieran una mejor respuesta y un acompañamiento en el proceso de reinserción.

El desistimiento cree en la segunda, tercera, cuarta, octava o décima oportunidad, pero es fundamental reconocer que la realidad puede ser muy complicada para las personas que han recibido una clara tipificación de delincuentes y han sido excluidos socialmente. Lo cierto es que la mayoría de los individuos dejan de delinquir, así que la pregunta que nos tendríamos que formular es qué podríamos haber hecho mejor para que eso pasara antes.
Estamos hablando de dar oportunidades a las personas que delinquen, pero también se trata de un cambio de mentalidad en la sociedad.
Sí, eso es absolutamente cierto. De alguna manera, es más fácil para nosotros tildar el delincuente de anormal, tratarlo como a alguien que es diferente de nosotros. Esto forma parte del deseo de apartar a estos individuos de la comunidad. Pero así se genera un rechazo que afecta a su proceso de reintegración. Para mí hay dos razones morales que nos obligan a apoyar a las personas que han delinquido. La primera, porque en muchos casos somos cómplices de los problemas sociales que causan los delitos. Implícitamente, toleramos las condiciones sociales de pobreza y desigualdad, que son factores que ocasionan los índices de criminalidad. En segundo lugar -y es una cuestión de mera justicia-, cuando alguien recibe algún castigo, tenemos que responsabilizarnos de asegurarnos que la condena acabe. La realidad, sin embargo, es muy diferente: la condena establecida puede acabarse pero las consecuencias sociales colaterales continúan para los presos y para sus familias.
¿También se trata de una evolución hacia entender que cualquiera puede cometer un error en su vida?
Sí. A veces parece que diga una broma, pero cambiar de hábitos alimentarios o de ejercicio, o dejar de beber, son procesos similares a dejar de delinquir. A menudo, muchos de nosotros no logramos algunos comportamientos que serían más beneficiosos para nuestro bienestar, como por ejemplo dedicar menos tiempo al trabajo y más a la familia, hacer ejercicio o llevar una dieta saludable. Todos podemos ser débiles y tenemos que intentar entender la debilidad de los otros. Solemos ser generosos con nuestras faltas y miserables con las de los otros. No debemos olvidar que todos cometemos errores.
El desistimiento, ¿se circunscribe a las personas jóvenes, o también es posible este fenómeno entre adultos?
Es posible siempre. Hay un patrón general para la gente involucrada en una conducta delictiva persistente. Empiezan antes en su trayectoria delictiva: normalmente, un delincuente persistente se inicia entre los 8 y los 12 años y acaba a comienzos de la treintena. Aún así, siempre hay individuos que tienen un proceso diferente que se aleja del habitual. Pueden empezar su trayectoria delictiva a los 14 o a los 15 años, lo cual marca una gran diferencia. Quizás un buen trabajador social o un programa de educación especial pueden ayudar a que la persona deje atrás su tendencia a delinquir. Desgraciadamente, me temo que a veces la manera como reaccionamos prolonga su actividad delictiva. Quizás los hemos rechazado y así los abocamos a rechazarnos. Cuanto más negativamente los clasificamos y los castigamos, más ira sienten, más distanciados de la sociedad se ven y más quieren no respetar nuestras normas. Creo que a menudo nuestros sistemas condenatorios y la manera como aplicamos los castigos pueden retrasar el desistimiento.
Precisamente, en el Estado español se está reformando la ley para hacer el Código penal mucho más restrictivo. ¿Qué consecuencias cree que puede provocar todo esto?
Si intentamos llevar a cabo políticas represivas para acabar con el crimen, es posible que obtengamos resultados a corto plazo, sobre todo si lo que se quiere es gastar una gran suma de dinero en encarcelar a un montón de gente, pero se tiene que ser consciente del coste y el daño que ocasiona este planteamiento. Esta es la experiencia norteamericana. En algún momento tendrás que dejar salir de la prisión a toda esa gente y las condiciones de esa puesta en libertad afectarán a la incidencia del crimen en el futuro. También se tienen que tener en cuenta los efectos de sustitución. Incluso si impedimos la acción de un delincuente, habrá otro que ocupará su lugar, por lo que el efecto sobre las estadísticas de delincuencia será negligible, así que el enfoque represivo es poco efectivo a la hora de reducir el crimen a largo plazo. Creo que la represión tiene más que ver con responder a una demanda de castigo por una parte de la población; esta demanda tiene una base más bien visceral y no constituye una base sólida para políticas racionales, a pesar de que pueda tener efectos buenos en políticas a corto plazo. Entiendo el deseo de responder de una manera vengativa, pero creo que es casi siempre mejor apostar por un modelo de justicia reparador.
¿En qué consiste este modelo?
Delinquir transgrede las normas y daña los vínculos sociales. Obviamente, tenemos que hacer algo y abordar el tema de manera muy seria. La rehabilitación es una parte de la respuesta, pero a veces no gusta a la gente porque se centra en el delincuente y no presta suficiente atención a la reparación de los daños que se han producido en las relaciones entre el delincuente y la comunidad. Yo apuesto más por un sistema reparador o restaurador que tenga más respeto por los derechos humanos y que vele para que la gente resuelva su deuda con la sociedad, pero que se haga de manera constructiva. Es la diferencia entre la retribución a la sociedad por medio del sufrimiento o por medio del servicio. La primera de estas respuestas pone al preso en una situación de desfavorecimiento y le causa un mal. La otra respuesta es pedir algo al delincuente, y ofrecerle ayuda para pagar su deuda. Yo creo que este segundo modelo es más equitativo y ayuda mucho más al desistimiento porque podría reparar las relaciones y esto es lo que, en último término, nos protege del crimen como comunidad.
¿El desistimiento también es posible en casos de terrorismo o de crímenes sexuales?
Sí, analizando los pocos estudios que se han elaborado sobre los dos casos, empezamos a ver similitudes con otros procesos de desistimiento más comunes. Las conexiones entre comportamiento, identidad y pertenencia son muy similares entre delitos de diferente tipo. El comportamiento en la violencia política tiene que ver con la ideología y la identidad, también con un sentimiento de no pertenecer a la comunidad. En ambos casos se tiene que reforzar la idea de pertenencia.
¿La conclusión, pues, es que no hay una fórmula mágica que pueda aplicarse a todos los casos para conseguir el desistimiento?
Se pueden diseñar procesos generales que pueden ser mejores si se tienen más en cuenta los análisis sobre el desistimiento; pero también hay que adaptar el modelo a la persona en cuestión. También puedes motivar a los agentes implicados para que incrementen su compromiso, pero no se puede sistematizar el proceso de una manera simple. Hay muchas maneras, pero no una solución única para hacer funcionar una comunidad o una relación, sino que es una experiencia profunda de compromiso en que la comunicación, el diálogo y el desarrollo humano juegan un papel clave. Nos tenemos que comprometer todos con este proceso, de una manera reflexiva y meditada.

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