26/11/19

Lo que nunca debes hacer con un adolescente con anorexia o bulimia

Algunas señales de alarma: darse atracones de comida, vestir con ropa ancha o no querer salir con amigos
Foto: Freepik

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El trastorno de la conducta alimentaria (TCA) es la tercera enfermedad crónica en la adolescencia. De las 400.000 personas que padecen alguno de estos trastornos (los más comunes son la bulimia y la anorexia nerviosa), 300.000 son chicos y chicas de entre 12 y 24 años, según datos facilitados por la Fundación Fita y la Asociación Española para el Estudio de los Trastornos de la Conducta Alimentaria. Y, entre estos, las chicas son las más propensas a sufrirlos: antes de la pubertad, la proporción es de seis chicas por cada cuatro chicos.

¿Qué actitudes suelen presentar los jóvenes que empiezan a coquetear con estos trastornos? Y, sobre todo, ¿qué pueden hacer los padres si sospechan que su hijo ha dejado de comer o se da atracones con demasiada frecuencia?

Los expertos advierten de las señales de alarma que pueden indicar que un adolescente o bien tiene ya un trastorno de alimentación o está a punto de caer en él. Empezar a eliminar ciertos alimentos o grupos de alimentos de la dieta es uno de los primeros avisos. Le suele seguir «la reducción del tipo de cocciones de los alimentos, priorizando las que minimizan la grasa (vapor, plancha...), o la disminución de la ingesta de comida en general o, al contrario, los atracones o la ingesta impulsiva de grandes cantidades», explica Neus Nuño Bermúdez, profesora del máster universitario de Psicología Infantil y Juvenil de la UOC. Además, la experta en trastornos alimentarios señala que, en muchas ocasiones, las personas con bulimia o anorexia nerviosa evitan ir a comidas, salir con amigos o asistir a reuniones familiares, y a veces presentan una conducta deportiva «excesiva», que está motivada por la quema de calorías. Los cambios en la forma de vestir, «usar ropa ancha para ocultar el cuerpo, por ejemplo», son también un síntoma que puede indicar un posible acercamiento a un trastorno alimentario.

También hay que estar atentos a si el chico o la chica tiene una preocupación «excesiva» por el peso, el cuerpo y la imagen en general, si sus pensamientos y preocupaciones por la comida ocupan un gran espacio de tiempo en su vida o si aparecen sentimientos de tristeza, estrés o ansiedad no justificados. Las personas con estos trastornos pueden, además, tener «sentimientos de ineficacia y baja autoestima», completa Nuño.

La actitud del adulto, clave

Los padres, profesores y adultos que se relacionan con los jóvenes pueden hacer mucho para frenar el trastorno o, una vez instalado, ayudar a su recuperación. Y no se trata de fiscalizar al joven o adoptar «una postura de policía», explica la profesora de Psicología, «ya que a la larga será contraproducente». Tampoco es cuestión de obsesionarse y centrar todas las conversaciones con el adolescente en la comida. Al contrario, Nuño advierte que lo más eficaz es «crear un clima de confianza que propicie la comunicación en casa, permitirle expresar sus emociones y preocupaciones, sin juzgar ni minimizar su importancia y, aunque cueste entender lo que le pasa, mostrarse dispuestos a acompañarlo y ayudarlo». Es importante, además, que los padres se interesen por cómo se encuentra, sin centrarse solo en lo que ha comido o dejado de comer, y preguntarle por su día, por sus preocupaciones.

Cuando se sospeche que tiene un trastorno, «es fundamental que reconozca que hay algo que no va bien e iniciar un tratamiento psicológico», señala la profesora. Por varias razones: porque si la situación es muy incipiente y no es consciente de su problema, es posible que pueda revertirlo cambiando sus hábitos y con el apoyo familiar adecuado. Y porque está demostrado que el éxito en la recuperación es mayor cuanto antes se interviene.

Pero, ¿qué ocurre si no lo reconoce y los padres están seguros de que el problema existe y su hijo, no? En esos casos, la profesora considera que «hay que intervenir aunque la persona no acepte que tiene un problema, sobre todo si se trata de menores de edad», concluye.

Las redes sociales no ayudan

Existen dos millones y medio de publicaciones en internet relacionadas con la anorexia, y casi cuatro millones detrás de los hashtags #ana (anorexia) y #mia (bulimia), que incitan, animan y dan consejos y trucos, sobre todo a las chicas jóvenes, sobre cómo comer menos y ocultarlo. Pero, ¿hasta qué punto puede culparse a las redes sociales del incremento de estos trastornos en la población más joven y vulnerable?

Desde luego, tal como están, no ayudan. «No podemos obviar que en los trastornos alimentarios pueden influir, tanto en su iniciación como en su continuidad, varios factores. Sin embargo, se convierten en referentes porque, en las redes, el hecho de encarnar ciertos cánones de belleza puede traducirse en un factor de éxito (medido en términos de seguidores y likes). En este sentido, la exposición y exhibición de imágenes perfectas, en muchos casos retocadas, pueden generar una gran presión, más aún cuando nuestros contenidos también están abiertos a la crítica de los usuarios», explica Silvia Martínez Martínez, profesora de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC. «Si se piensa en el efecto que ello puede tener en personas especialmente vulnerables, se entiende que afecte a la autoestima, sobre todo porque se fijan modelos irreales, de imágenes retocadas, que resultan inalcanzables», añade.

Por otra parte, las redes sociales son hoy en día un lugar de encuentro de personas con intereses en común, que crean comunidades para compartir información y motivarse unos a otros. «Y los trastornos alimentarios también pueden configurar ese punto de encuentro, ese interés común», explica la profesora Martínez Martínez, que dirige el máster universitario de Social Media: Gestión y Estrategia y es investigadora del grupo GAMEEstá comprobado que en estos grupos se distribuyen conductas que pueden ser poco saludables, pero que son valoradas por los usuarios que forman parte de la comunidad porque les ayudan en su objetivo. «Los miembros pueden así felicitar a otros cuando alcanzan lo que para ellos son ciertos logros o presionar y criticar a los que no los consiguen. Actúan así como entornos en los que las personas que sufren estos trastornos pueden sentirse comprendidas. Lógicamente, esto no ayuda a la recuperación de las personas que sufren estos trastornos, sino más bien todo lo contrario», añade Martínez Martínez.

¿Hay alguna forma de controlar a estos grupos? ¿Pueden eliminarse los hashtags como #mia o #ana? «Las plataformas sociales están intentando poner medidas para luchar contra la difusión de estos mensajes y contenidos nocivos relacionados con los trastornos alimentarios», explica la profesora de la UOC. Así, las políticas de uso o las normas comunitarias incorporan menciones sobre la repulsa a este tipo de contenidos. Se incluyen, además, entre las acciones, el uso de filtros y el bloqueo de ciertas etiquetas, la eliminación de contenidos y la supresión de cuentas o perfiles. «También en algunos casos, como en Instagram, se usan mensajes de advertencia e incluso se incluye un servicio de ayuda para aquellos usuarios que puedan querer actuar contra su integridad o bienestar físico. Otras medidas implican un mayor control por parte de las autoridades», explica la profesora.

Es cierto que en algunas ocasiones estos grupos consiguen saltarse estas medidas, empleando nuevas palabras o etiquetas, abriendo nuevas cuentas y perfiles o buscando otras redes sociales en las que interactuar. Por ello, «es necesario emplear otros mecanismos que ayuden a contrarrestar sus efectos. Espacios informativos o iniciativas como la desarrollada por el Hospital Sant Joan de Déu (@stopca_sjd) pueden ser una alternativa que contribuya a combatir estos espacios. La formación es una herramienta esencial, algo que debe hacerse extensivo a los padres para que sean conscientes de los contenidos que se difunden por las redes y ayuden a sus hijos a desarrollar una actitud crítica hacia estos», concluye Silvia Martínez Martínez.

Los perfiles más comunes: perfeccionistas y con dificultad de controlar sus impulsos

«Tradicionalmente se ha considerado que hay un perfil más propenso a desarrollar un trastorno alimentario, y es el perfil de personalidad perfeccionista, con rasgos obsesivos», explica Neus Nuño. La dificultad en la flexibilidad cognitiva y en la toma de decisiones es una característica que suelen tener las personas con anorexia nerviosa, «pero eso no significa que todas las personas que tienen esos rasgos desarrollen una anorexia, ni que necesariamente todas las personas con anorexia nerviosa presenten todas esas características», matiza.

Otro perfil que suele destacar, sobre todo en la bulimia nerviosa o «trastorno por atracón», sería el de las personas con dificultades para controlar sus impulsos. «La impulsividad es uno de los rasgos más característicos de las personas con estos trastornos. Suelen ser personas a las que les cuesta tomar decisiones, o que las toman de una forma poco reflexiva, buscando una gratificación inmediata y sin considerar los efectos a largo plazo», añade.

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