26/10/15 · Estudios de Derecho y Ciencia Política

«La llegada masiva de refugiados viene de lejos y va para largo»

Tomás Jiménez Araya ,

¿Cuál es el origen de esta crisis?
De entrada, se trata de una crisis humanitaria, más que de refugiados en sentido estricto, por su carácter de urgencia y emergencia, que es lo que la distingue de otros movimientos migratorios. Por primera vez en el siglo XXI, esta avalancha de personas se ha presentado a las puertas de Europa. No se trata de un fenómeno coyuntural, sino de un proceso que tiene sus raíces en conflictos enquistados en algunos países hace lustros y cuyas consecuencias se proyectarán seguramente a medio plazo. Salvada la emergencia, debemos ir más allá del primer choque emocional y reflexionar sobre el porqué de un fenómeno que tiene que ver con cómo se ha ido configurando el mundo en las últimas décadas, especialmente en algunas zonas de alta tensión geopolítica, como Oriente Medio y el África subsahariana.
¿Eso ha sido el caldo de cultivo de la situación actual?
Durante la guerra fría hubo múltiples conflictos bélicos en las respectivas zonas de influencia de las grandes potencias. Muchos de ellos ocasionaron grandes movimientos de poblaciones de refugiados, como los boat people en Vietnam y los países asiáticos limítrofes, en los años sesenta; los refugiados por las guerras civiles en Centroamérica, en los ochenta, o los sucesivos conflictos enquistados en el África central y en la región del Cuerno de África. Con el final de la guerra fría se crearon grandes expectativas para tratar de rentabilizar el potencial dividendo de la paz, pero no ha sido así. La crisis bélica de los Balcanes y la exacerbación más reciente de los conflictos en Oriente Medio han generado una espiral de tensiones geopolíticas y bélicas con efectos acumulativos hasta alcanzar una auténtica catástrofe humanitaria. Lo novedoso es que estas consecuencias se han materializado dramáticamente en una avalancha de población refugiada hacia las fronteras europeas. Más allá de la solidaridad moral y las medidas paliativas a corto plazo, esto exige respuestas políticas de gran calado y largo alcance, mediante una acción colectiva a nivel global para la prevención y resolución de los conflictos enquistados y la reducción de las desigualdades en todo el mundo.
De este modo, ¿el problema de los refugiados va más allá de Europa?
Es un gran reto global, pero la Unión Europea (UE), afectada ahora de cerca, debería asumir un cierto liderazgo y promover un reforzamiento del multilateralismo mediante las Naciones Unidas y sus agencias especializadas. Lo que vemos estos días es solo la punta del iceberg. Según datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), hay 60 millones de refugiados en el mundo y el 90 % se encuentran fuera de la UE.
¿Cuál es el perfil del refugiado?
Se estima que en la población total de refugiados y desplazados el 51 % tiene menos de 18 años; el 46 %, entre 18 y 59 años, y el 3 % restante son mayores de 60 años. Hay una proporción de mujeres bastante considerable, superior a la mitad. En su gran mayoría son familias de origen pobre y que han visto deterioradas sus condiciones de vida a medida que se prolonga su estancia en los campos de refugiados. En cuanto a la población desplazada hacia Europa, en su mayoría siria, muestra niveles de ingresos y educativos medios, pero en este conglomerado también hay eritreos, afganos y paquistaníes, e incluso subsaharianos, más desfavorecidos.
El 90 % de los refugiados se encuentran fuera de la UE. ¿En qué países están ubicados?
Según el último informe de ACNUR, los diez primeros países con población refugiada no son europeos. Los tres primeros son Turquía, Paquistán y Líbano, que concentran el 57 % de los refugiados.
¿Y cómo debemos enfocar esta situación?
Debemos tener una empatía y un compromiso mayores con el fenómeno. Hay que partir de la idea de asumir un lema como «Nosotros, los refugiados». Es difícil encontrar una familia, sea del país que sea, de origen, tránsito o destino, que no tenga algún vínculo con el proceso de movilidad nacional o internacional de la población, en términos más o menos voluntarios o forzados. Eso nos debería hacer pensar que la emigración forma parte de la historia de la población mundial, pero debe hacerse de forma ordenada y, sobre todo, protegiendo los derechos humanos. Tenemos que exigir responsabilidad y compromiso político de los gobiernos junto con la solidaridad de las sociedades de acogida. Hasta ahora en Europa hemos visto descoordinación, cuando no enfrentamiento, de los gobiernos y, por parte de las sociedades civiles, muestras de solidaridad junto con manifestaciones de xenofobia, en algunos países.
De manera más inmediata, ¿cómo deberíamos actuar?
La UE necesita urgentemente una gestión ordenada y coherente para hacer frente a la crisis humanitaria de los refugiados y cumplir con las obligaciones exigidas por la normativa internacional en materia de asilo. No hay excusas, pues la UE dispone de la capacidad material e institucional para hacerlo. Asimismo, es preciso sentar las bases de una política europea común integral en materia de refugiados para ordenar los flujos en beneficio mutuo con los países de origen. Hay que crear un fondo europeo potente de recursos para los refugiados y ayudar a la resolución pacífica de los conflictos en marcha y los potenciales. Para empezar, es urgente lograr un alto el fuego en Siria que detenga el flujo de refugiados sirios, el más numeroso. Esto es de máxima prioridad mundial. Por otro lado, hoy nadie se acuerda de los 5 millones de refugiados palestinos que hace años que esperan una solución, o los millones de acampados en condiciones inhumanas en Darfur o en Somalia.
¿Y las organizaciones que trabajan para los refugiados?
Existe una gran limitación de medios en las agencias internacionales especializadas, que es imprescindible mejorar sustancialmente. El presupuesto anual de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) es de alrededor de 1.000 millones de dólares. El de ACNUR, de unos 3.500 millones de dólares. Son unos presupuestos desproporcionadamente bajos. Para hacernos una idea, en 2015, el Ayuntamiento de Barcelona tiene un presupuesto aproximado de 2.500 millones de euros para 1,6 millones de barceloneses. Según estas cifras, el Ayuntamiento puede destinar unos 1.500 euros a cada ciudadano; en comparación, ACNUR solo puede asignar 67 dólares para cada uno de los 60 millones de refugiados.
¿Y cómo se podrían refundar los instrumentos de gobernanza de los que dependen estos organismos?
La UE debe asumir un papel de liderazgo, en coordinación con otros grandes países como Estados Unidos, Canadá y Australia, como el principal espacio democrático de acogida, a pesar de todas las limitaciones y políticas restrictivas de los últimos años, con una cierta conciencia moral e instrumentos institucionales y materiales capaces de hacer frente a este proceso.
¿Y nos encontramos en ese punto de cambio?
Primero debemos crear la voluntad política para afrontar la situación desde un punto de vista estratégico a medio y largo plazo y no cortoplacista, que solo haga frente a esta emergencia. Lo peor que podría ocurrir es que la reciente avalancha de refugiados refuerce una respuesta xenófoba tanto de algunos gobiernos como de una parte de la población europea, y, de hecho, ya hemos visto respuestas represivas cuasi militarizadas. El riesgo es alto y nos jugamos muchas cosas.
¿Se trata de un momento decisivo para la UE?
Esto es una especie de test de la crisis existencial de la UE, que pone a prueba la solidez de sus instituciones y de sus sociedades. Existe el riesgo de que se abra una nueva grieta que socave la construcción europea y alimente el desafecto de los ciudadanos. El europeísmo ha disminuido mucho en la conciencia pública y hay que promover una regeneración democrática de las instituciones. Hay una crisis grave de gobernanza europea, no solo desde un punto de vista de las instituciones o de las dimensiones económicas, sino desde el punto de vista de las políticas, de los valores y de los derechos, de lo que dio lugar a la construcción europea. En este contexto, es imprescindible dar un nuevo protagonismo a las políticas multilaterales en el seno de unas Naciones Unidas renovadas, para avanzar hacia una gobernanza global reforzada y más equitativa en la distribución del poder.
¿Las imágenes de los refugiados, como la del niño Aylan, nos han hecho cambiar la perspectiva?
La situación llega a ser de lo más insólita, ya que en el mismo Mediterráneo se pueden cruzar cruceros de turistas con lanchas de refugiados. Es posible que no haya otro lugar en el mundo en el que en un mismo espacio coexistan estas dos realidades, una situación que nos tendría que hacer cambiar la perspectiva y asumir que los conflictos no pueden quedar cercados en un espacio trasero, mientras nosotros seguimos disfrutando del balneario europeo.
¿Y cómo deberíamos proceder?
Las Naciones Unidas tienen que dejar de ser un bombero con medios limitados que acude al escenario a solucionar conflictos ya creados, sino más bien tienen que comportarse como un gran agente multilateral para fortalecer todos los instrumentos de prevención y resolución pacífica de conflictos, de minimización de riesgos y de daños, además de ser una plataforma para una nueva gobernanza mundial. Eso requiere cambios profundos, desde un mayor protagonismo de los países BRIC en los instrumentos de gobierno multilateral, como el Consejo de Seguridad. Debemos utilizar esta crisis, que antes teníamos diferida en el tiempo y en el espacio, para crear esa nueva oportunidad de cambio estratégico.
¿Pero estamos preparados mental y políticamente para estos cambios?
No, no lo estamos. Esto requiere una construcción cultural y educativa. Nosotros, como europeos, deberíamos tener un papel de liderazgo, sin ninguna arrogancia, pero sí con la responsabilidad que nos concierne por el hecho de ser el espacio mundial con menos desigualdad y mayor desarrollo institucional y democrático.
Ante una situación como esta, que lleva años gestándose y dándose, da la impresión de que nuestra sociedad está dormida.
Tiene que haber un movimiento de exigencia respecto a las instituciones para que rindan cuentas a sus ciudadanos. Esos valores en los que nos hemos educado han sufrido un deterioro en los últimos años, producto de la crisis, de la desafección política y de la falta de respuesta democrática a muchas cuestiones, frente al mayor protagonismo de los agentes económicos multinacionales y los mercados. Aun así, ha habido resortes morales que nos han hecho despertar ante la presente crisis humanitaria de los refugiados, y eso debería ser un acicate para repensar nuestra responsabilidad como ciudadanos frente a la gobernanza democrática no solo europea, sino también global.

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