"Servidumbre, burocracia y automatización atraviesan la producción cultural contemporánea"
Ingrid Guardiola, investigadora cultural, profesora de la Universidad de Girona y ponente del seminario Cultura o Barbarie en la UOC
Otra digitalización es posible, alejada de la cultura de escaparate, la desinformación y el capitalismo salvaje de las plataformas controladas por los gigantes de la tecnología. La ensayista, realizadora audiovisual e investigadora cultural Ingrid Guardiola, doctora en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra y profesora lectora de la Universidad de Girona, ha centrado su obra en el análisis crítico de la cultura visual, las desigualdades sociales y la tecnopolítica. Hace unos días participó en el seminario Cultura o barbarie. Tensiones en torno a la cultura del siglo xxi, organizado por el grupo de investigación GAME, del centro UOC-TRÀNSIC, de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), en el que habló de las condiciones que sostienen el capitalismo de plataforma y los protocolos tecnoburocráticos.
¿Crees que las nuevas tecnologías han traído más tensiones que nunca a la cultura? ¿Están cambiando su definición? Si es así, ¿cómo la están transformando?
La tecnología digital conectada ha cambiado la relación que tenemos con uno mismo, con los demás y con el territorio físico (el planeta) y ontológico (el mundo), en todos los ámbitos posibles. Hoy en día, la inteligencia artificial, aplicada a las infraestructuras digitales planetarias y a una economía orientada a los datos, ha facilitado la monitorización en tiempo real de todos nuestros comportamientos, también de los que organizan las propias máquinas (trading). Este hecho aumenta la entropía, multiplica la burocracia y enreda la socialización a través de la construcción de un terreno para la opinión pública que favorece el mercantilismo, la polarización de los discursos, la falta de contexto, el odio hacia el otro, la desconexión con uno mismo, la ansiedad… Esto no es culpa del medio ―a pesar de que Norbert Wiener ya alertaba sobre la relación entre la comunicación y el control en los años cuarenta del siglo pasado, a causa de los protocolos tecnológicos―, sino de quienes tienen el monopolio de las infraestructuras, del hardware y del software, y de los contratos que nuestros gobiernos celebran con ellos. Es decir: del interés de las clases dominantes, de las corporaciones tecnológicas y su trama de socios (empresas extractivistas de materias primas, aseguradoras, inversores).
¿Cuáles son tus reflexiones en la ponencia "El laberinto tecnosocial y sus mitos: reflexiones sobre el trabajo, la cultura y el laberinto burocrático y digital"?
Las reflexiones que abordé tienen que ver con mi libro La servidumbre de los protocolos (2025), en que analizo las implicaciones de los protocolos tecnosociales e informáticos que sostienen el capitalismo de plataforma y los protocolos tecnoburocráticos. No se trata de entender tanto la infraestructura desde un punto de vista solo tecnológico, sino también humanista, por eso pongo la atención en los mitos que estos protocolos engendran, que son: eficiencia y control (Prometeo), mito de la abundancia, cultura del casting (Narciso), autoperformance y exhibición (Pigmalión y Orfeo), neoplatonismo digital o la performatividad de la identidad, rivalidad y polarización, el concurso (Rómulo y Remo), predestinación, formación permanente y actualización, disciplina y autocontrol, cultura de la cancelación y linchamientos digitales, el laberinto tecnológico y burocrático, deshumanización y deseo.
“La cultura hegemónica, basada en las redes sociales y los medios, se ha convertido en el principal lugar de producción simbólica y cohesión social.”
¿Cómo influyen los protocolos tecnosociales en la construcción de nuestra identidad y las relaciones sociales?
En el libro referencio a Prometeo en varias ocasiones, el cual es el artífice, según Peter Sloterdijk, del fuego frío de la eficiencia. Prometeo encarna la desazón napoleónica y la épica tecnoindustrial, lo "más que humano". Es quien recurre a la técnica para transformar su entorno. En el libro queda reflejado en el ser cuantificado (quantified self), en el individuo que busca la eficiencia en todos los aspectos de su vida. Es quien se adapta a la retahíla de concursos y formaciones permanentes, a la militarización y a la disciplina. Otro de los mitos que recupero es el de Narciso, que muere de agotamiento porque su imagen sea considerada como una forma bella, una obra de arte, tal y como lo formula Boris Groys. Esto nos lleva a lo que denomino la cultura del casting, que va ligada con la organización de la vida a partir de una serie de pruebas, retos y auditorías difusas que nunca se acaban.
Estemos donde estemos de nuestras biografías, parece que se nos evalúe, puntúe y juzgue desatinadamente, lo que nos genera no solo inseguridad, sino también ansiedad, impotencia y la consideración del otro como un rival. Para salir victorioso, aparecen Pigmalión y Orfeo, las dos caras del artista, el escultor de la obra perfecta y quien encarna la propia obra, es decir, la idea de que la identidad se performa a través de una serie de categorías y actos organizados para la vista del otro. Por último, hablo del mito de la abundancia (la idea falaz de que, en las plataformas sociales, está todo, como en un Edén primordial), el del laberinto tecnológico y burocrático y, también, el de la deserción libidinal a manos de la automatización de prácticamente todo.
¿Es imposible escaparse ya de un mundo hiperconectado y digital, tanto en el ámbito cultural como en el económico y el social?
Es imposible escaparse de un mundo hiperconectado, porque los protocolos burocráticos, es decir, nuestra condición de ciudadanía, está vinculada a la identidad digital, por ley. En el ámbito cultural y en el ámbito social, las plataformas sociales se están poniendo muy en entredicho. Ahora, no solo puedes no estar en ellas, sino que también puedes escoger en cuáles quieres estar, y cada vez hay más alternativas a los monopolios de Silicon Valley. Con la educación es diferente, ya que si la Conselleria celebra un contrato con Google y lo instala en todas las escuelas, entonces estamos vendidos. Es un gran desastre. Hay que reclamar soberanía digital. Por eso no veo el sentido de oponer el mundo en línea y el mundo fuera de línea, ya que forman parte del mismo ecosistema, son vasos comunicantes. No podemos desprendernos ni desentendernos del lío de cables que pasan por debajo de nuestros pies o de la baba digital que dejamos con cada paso que damos. Lo que sí que podemos hacer, como reclamaba Svetlana Boym, es desentendernos de la imagen impuesta del "cerebro global". Se necesitan medios alternativos fundamentados en plataformas humanistas para el conocimiento y la experiencia, fuera del control de las corporaciones, su alarmismo, su narcosis y su desinformación. Vivimos en una tecnoesfera de dimensiones planetarias (tal y como reclama el propio Mbembe o filósofos como Yuk Hui, Peter Sloterdijk o Dipesh Chakrabarty) y no podemos descartar nuestras formas de vida de las infraestructuras, sus ruinas y todo lo que forma parte de nuestros ecosistemas relacionales. Hay que recuperar el concepto de planetariedad, sacándolo de su orfandad política.
¿Es posible una economía potente sin digitalización?
No, la digitalización no es mala, hay que partir de la pregunta: ¿a quién beneficia? Y si el beneficio es social y democrático, habrá que gestionar las herramientas para que así sea. La digitalización puede ser una oportunidad para gestionar una sociedad con masas demográficas complejas. En Barcelona, hay diferentes focos de trabajo que velan por la soberanía tecnológica: el think tank del Canódromo, el Sobtec (congreso de soberanía tecnológica, que se celebrará el 28 de febrero) por la parte más vinculada a la tradición del software libre, las jornadas 4D que organizan Xnet y Accent obert, tienes a Alba Cervera y su equipo investigando la computación cuántica con el Superordenador, tienes un sector creativo muy rico y con prácticas muy diferenciadas (Monica Rikic, Núria Nia, Playmodes, los Domestic Data Streamers, Azahara Cerezo, Taller Estampa, Mario Santamaría, Joana Moll, Alba G. Corral, Anna Carreras…). Puedes optar por todo esto y más, o puedes apostar por el Mobile World Congress, una cultura del escaparate, el turismo salvaje y de lujo, y más capitalismo de plataforma. Son formas opuestas de entender la tecnología.
"TikTok es una máquina expendedora de imágenes dirigidas a incidir en un plano precognitivo"
Como realizadora audiovisual y ensayista, ¿cómo ves el papel de la imagen en la cultura actual y por qué ha adquirido tanto poder e influencia?
Ahora la imagen que más me preocupa es la imagen mental, por eso en el libro de La servidumbre de los protocolos hablo de Walter Lippmann y su obsesión por controlar las "pictures in our heads", las imágenes que la gente se hace de las cosas porque tiene muy claro que será, precisamente, lo que ella acabará haciendo. Él quería llegar a consensos políticos rápidos. Hoy en día, podríamos decir que vivimos en neuroculturas (en Chile, incluso existe una ley de neuroderechos) que no dejan ninguna parte de nuestro cuerpo intacta, especialmente si hablamos del cerebro. TikTok es una máquina expendedora de imágenes dirigidas a incidir en un plano precognitivo, imágenes que provocan una respuesta sensorial meridiana autónoma, imágenes que nos anestesian. Luego tenemos Netflix y sus fórmulas narrativas (la mayor parte del contenido es "comida rápida" cultural), Instagram y sus famosos, las declaraciones de los políticos, que son un género narrativo y un trastorno mundial… Pero también existen lugares donde la iconofilia o la cinefilia encuentran su sitio.
¿Cómo se constituyen actualmente los espacios de cultura y quién queda dentro y quién fuera, según tu opinión?
El mainstream ―la cultura hegemónica, la industria cultural, los productos culturales que buscan el éxito comercial― se ha convertido en el principal lugar de producción simbólica y de cohesión social; el caso de Rosalía es una hipérbole de ello. Lo explico esta semana en un artículo del Diari Ara. El proceso de alquimia cultural ―la capacidad de transformar la materia ordinaria en oro― se lleva a cabo, además, teniendo en cuenta un modelo de negocio basado en el análisis de datos ―y gustos― en tiempo real. Los medios se retroalimentan entre ellos, incluso los medios públicos, que no deberían partir de criterios empresariales como la fama del personaje, el cebo de clicks o el tema caliente del momento. Esto ya lo explicaba Umberto Eco cuando hablaba de la neotelevisión, una televisión que solo habla de sí misma y ya no mira al mundo. La cultura, en los medios, cada vez ha ido ocupando un lugar más residual, y esto no puede ser bueno. Me encantaría pensar que la televisión pública es el oasis de la cultura, ahora que cada vez tiene menos espectadores.
Pero que no haya comunicación cultural de un hecho cultural no significa que no haya muchas iniciativas y experiencias culturales que nunca veremos anunciadas en ningún medio o red. Las instituciones culturales públicas velan porque así sea. Fuera de las instituciones, las iniciativas culturales también son multitud.
¿Qué crees que deberían hacer las instituciones culturales y educativas para afrontar las tensiones que atraviesa la cultura contemporánea?
Agilizar la gestión, ser más coherentes con lo que predican (aplicarse la teoría a la práctica ―transparencia, horizontalidad, porosidad, ética profesional…), buscar alianzas, trabajar desde la confianza y la autoexigencia, y trabajar sobre el territorio. Es lo que intenté con la dirección y la gerencia del Bòlit, centro de arte contemporáneo de Girona (2021-2025).
¿En qué estás trabajando ahora? ¿Cuáles son tus próximos proyectos?
Soy profesora lectora en la Universidad de Girona, en Comunicación Cultural. La semana que viene inauguramos en la FIL de Guadalajara (México) la exposición "Vendrán las mujeres: 150 años de luchas en las calles de Barcelona"; sigo acompañando a todas partes a mis libros (sobre todo el último, La servidumbre de los protocolos); estoy en diálogo con un grupo de filósofos europeos para contribuir a una producción del conocimiento y de las relaciones sociales menos anglosajonacéntrica, desde sus periferias culturales y políticas, entre otros. Sigo estando en el colectivo de críticos de cine de Girona-Cinema Truffaut desde 2005, tengo un hijo, un huerto compartido, y estoy en la AFA de una escuela de máxima complejidad de Salt, un gran pueblo.
Más información:
Crónica del Seminario Cultura o barbarie (COMeIN; DOI: https://doi.org/10.7238/issn.2014-2226)
Investigación con impacto y vocación transformadora
En la UOC entendemos la investigación como una herramienta estratégica para avanzar hacia una sociedad de futuro más crítica, responsable e inconformista. Desde esta visión, desarrollamos una investigación aplicada, interdisciplinaria y conectada con los grandes retos sociales, tecnológicos y educativos.
Los más de 500 investigadores e investigadoras y los más de 50 grupos de investigación de la UOC trabajan alrededor de cinco unidades de investigación centradas en cinco misiones: educación a lo largo de la vida, tecnología ética y humana, transición digital y sostenibilidad, cultura para una sociedad crítica, y salud digital y bienestar planetario.
Además, la universidad impulsa la transferencia de conocimiento y el emprendimiento de la comunidad UOC con la plataforma Hubbik.
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