30/5/19 · Investigación

«Tenemos una visión muy limitada de China que condiciona el diálogo que podemos mantener con ella»

Carles Prado , subdirector de investigación de los Estudios de Artes y Humanidades

 

Carlos Prado, subdirector de investigación de los Estudios de Artes y Humanidades, presenta su libro Regresar a China (Trotta Editorial), «una invitación a reconsiderar nuestra mirada sobre este país y sobre cómo se ha construido su historia más reciente, que también es la nuestra; a dejar de ver China como un mito incomparable e inaccesible». Prado es doctor en Teoría de la Traducción y Estudios Interculturales (Universitat Autònoma de Barcelona, UAB) y en Asian Languages and Cultures (Universidad de California) y forma parte del grupo de investigación ALTER: Crisis, alteridad y representación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). En este libro nos acerca a la historia de China por medio de Lu Xun, Lao She y Qian Zhongshu, intelectuales que fueron tres de los miles de jóvenes chinos que estudiaron en Europa, Estados Unidos y Japón a comienzos del siglo xx. Como sus compañeros de generación y de aventura, sacudieron una sociedad y un país que intentaba entrar en la modernidad, aunque a veces pagaron por ello un alto precio personal. En un mundo cada vez más interconectado como el actual, ¿tiene sentido ver y vivir una cultura como lejana y extraña?

 

 

Carlos Prado, subdirector de investigación de los Estudios de Artes y Humanidades, presenta su libro Regresar a China (Trotta Editorial), «una invitación a reconsiderar nuestra mirada sobre este país y sobre cómo se ha construido su historia más reciente, que también es la nuestra; a dejar de ver China como un mito incomparable e inaccesible». Prado es doctor en Teoría de la Traducción y Estudios Interculturales (Universitat Autònoma de Barcelona, UAB) y en Asian Languages and Cultures (Universidad de California) y forma parte del grupo de investigación ALTER: Crisis, alteridad y representación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). En este libro nos acerca a la historia de China por medio de Lu Xun, Lao She y Qian Zhongshu, intelectuales que fueron tres de los miles de jóvenes chinos que estudiaron en Europa, Estados Unidos y Japón a comienzos del siglo xx. Como sus compañeros de generación y de aventura, sacudieron una sociedad y un país que intentaba entrar en la modernidad, aunque a veces pagaron por ello un alto precio personal. En un mundo cada vez más interconectado como el actual, ¿tiene sentido ver y vivir una cultura como lejana y extraña?

 

Este libro nace de una invitación: acercarnos a China con una nueva mirada.

Quería hacer un libro que combinara los dos sentidos de «Regresar a China» que reúne el título. Por un lado, quería dar a conocer las historias de los jóvenes chinos que regresaron a su país después de haber vivido en Occidente y que he estado investigando durante varios años. Por el otro lado, quería que estas historias invitaran al lector a volver a la China que siempre ha tenido en mente y que le hicieran descubrir que China y los chinos son comprensibles y, en cierto modo, están más cerca de nosotros de lo que solemos pensar. Pienso que tenemos una visión muy limitada de China que no siempre se corresponde con la realidad y que, además, restringe o condiciona mucho el diálogo que podemos mantener con ella. Es una reflexión extrapolable a otras culturas y otros ámbitos de la vida que no conocemos y que nos miramos desde la distancia.

Durante siglos, los occidentales nos hemos creado una imagen de este país, así como de una gran parte de Asia, como exótico, lejano, incomprensible..., pero usted afirma que tenemos mucho más en común con él de lo que hemos querido reconocer. ¿Qué destacaría de China?

Similitudes hay muchas, claro. En China viven personas con las que compartimos —a pesar de la distancia y las diferencias, que existen— inquietudes y problemas, modos de ser y formas de organizarnos. El libro explica algunas de estas similitudes. Los tres protagonistas regresan a China y se enfrentan al dilema de qué hacer ante el curso de la historia: ¿liderar un cambio?, ¿adaptarse a él?, ¿aislarse de él? Es un dilema al que, de una forma u otra, nos enfrentamos todos, como sociedad e individualmente, en nuestros propios contextos.

Usted vivió en China. ¿Observó alguna otra similitud?

Yo viví allí a finales de los años noventa del siglo pasado y una de las similitudes que percibí mejor fue la desigualdad social. Me llamó mucho la atención que el contraste entre los ricos y los pobres fuera tan explícito en la calle: en un semáforo de Pekín te podías encontrar al lado un BMW de último modelo con cristales tintados y un carro lleno de carbón tirado por una mula. No procesé esto como una particularidad china. Por el contrario: me hizo pensar en las desigualdades de nuestro país y en como las habíamos vuelto más invisibles, menos aparentes.

¿Cómo empieza su relación con China?

Siempre he tenido una relación más bien analítica con ese país: me empecé a interesar no tanto por China en sí misma, sino más bien porque descubrí que China me contaba muchas cosas del mundo donde vivimos que me eran difíciles de ver y de entender desde mi entorno más próximo. Después viví en China y recuerdo mucho el contraste entre la dificultad que yo tenía para entender el chino cuando llegué y la facilidad con la que el resto de la gente lo hablaba: no solo los chinos (¡obviamente!), sino también muchos amigos míos que eran búlgaros, suizos, ucranianos, sudaneses, malayos o malagueños. Me di cuenta de que el problema no era que el chino fuera muy difícil, sino la forma en la que yo lo había aprendido. Este cambio de chip relacionado con la lengua también me hizo ver la cultura china de forma diferente y quizás explica el planteamiento que realizo en el libro.

«El día que China despierte», «Esto es una tortura china», «Lo podemos engañar como a un chino», «Trabaja como un chino»... Para no conocer un país, una cultura..., ¡no está mal la cantidad de cosas negativas que incorporamos en nuestro imaginario!

China siempre ha estado muy presente en nuestro imaginario colectivo, ya desde principios del siglo xx, o incluso antes. Las identidades se construyen por contraposición. Hay un libro precioso de Josep Fontana, Europa ante el espejo, que lo explica muy bien. En parte, pues, China a menudo ha estado muy presente en nuestro imaginario con este fin de contraste. Hoy en día, sin embargo, el mundo está mucho más interconectado y las identidades se han hecho mucho más complejas. Mi propuesta invita a pensar en China —y en las otras culturas del mundo— de forma diferente, menos polarizada y más integral, más adaptada a este mundo en el que vivimos ahora.

China venía de muchas derrotas, de hambre, de gobiernos inestables... ¿Cómo piensa que viven los chinos el hecho de verse convertidos en una potencia?

Durante el siglo xx la sociedad china, en general, vivió con la sensación de que habían quedado rezagados, que el progreso les había pasado de largo. A mediados del siglo xix, China tenía más del 30 % del PIB mundial y, por diferentes causas, internas y externas, en pocos años fue superada en muchos aspectos, tanto económicos —pasó al 5 % del PIB mundial— como tecnológicos y simbólicos. Esto se vivió con angustia. Por eso, cuando recuperó una posición prominente en el mundo, los chinos tuvieron la misma sensación de orgullo y de haber sabido salir adelante que habría tenido cualquier otro país del mundo en unas circunstancias similares.

¿Han pagado un alto precio para conseguirlo?

El precio que han tenido que pagar no me parece muy diferente del que hemos pagado en todo el mundo. El progreso y la modernización han tenido consecuencias positivas y negativas en todas partes. La degradación del planeta es el ejemplo más obvio de ello, seguramente. Sin embargo, es cierto que en China la transición hacia la modernización ha sido más acelerada y esto, sumado a la magnitud geográfica y de población, ha hecho que las consecuencias allí sean más visibles.

Usted afirma que «solo el reconocimiento de todo lo que nos une nos permitirá encarar conjuntamente los retos planetarios».

No tenemos ninguna alternativa. La integración de China en el mundo —y la de nosotros en China— es indiscutible. Para poner un ejemplo cotidiano de esto: un porcentaje altísimo de la ropa que vestimos y los utensilios que tenemos al alcance viene de China, y esto es así porque ellos los fabrican, pero también porque nuestras empresas se los encargan y nosotros se los compramos.

Durante la primera mitad del siglo xx, más de 150.000 estudiantes chinos regresan a casa después de estudiar en Japón, Europa, Estados Unidos... y son generadores de cambio, desde la literatura, la docencia, la política, muchas veces pagando un alto precio personal. ¿Qué aportaron a su país y a la posibilidad de comprensión entre los pueblos?

Actuaron como agentes de un cambio en muchos niveles. Si bien es cierto que ellos mismos encarnan la interculturalidad, también hay que tener presente que los cambios que impulsaron fueron motivados por presiones impulsadas desde Occidente: de modelo económico, de sistema político, de ideología... Ahora bien, no fue un diálogo intercultural entre posiciones de igualdad, ni orientado a la comprensión entre los pueblos.

¿Cree que este tipo de intercambio de estudiantes o jóvenes profesionales contribuye a una definición más ajustada, a unas relaciones más estrechas entre los pueblos? ¿Conocer al otro, vivir con él... es el mejor antídoto contra el prejuicio?

La movilidad, los intercambios, los viajes pueden facilitar una mejor comprensión del otro. Pero tampoco son una garantía de ello. Se puede viajar mucho por el mundo sin modificar ninguno de los estereotipos o los conocimientos previos de los lugares que se visitan. Es más: todavía pueden reforzarse más. Ocurre lo mismo con el estudio: podemos estudiar la cultura china, pero si lo único que estudiamos se basa en el exotismo y en lo que nos diferencia, tampoco iremos mucho más allá de constatar cosas que de alguna forma ya sabíamos.

Entonces, ¿cómo deben combatirse los estereotipos que nos alejan de las otras culturas?

Hay que tener predisposición para ver las diferencias de los demás, pero también para ver las similitudes, para ver qué compartimos como sociedades y como personas, por muy alejados que podamos estar geográficamente. Esta es una competencia extrapolable: seguro que no podremos estudiar a fondo todas las culturas del mundo, pero sí podemos aprender a mantener una relación empática, digna y humana.

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