Lección inaugural 2021-2022

«El futuro debe ser digital, democrático y con cero emisioness», por Francesca Bria

Presentación del rector

Bienvenidas y bienvenidos a la lección inaugural que abre oficialmente el curso 2021-2022.

Apertura que hacemos con una especial satisfacción porque, después de muchos meses de restricciones, este nuevo curso académico lo iniciamos con la nueva normalidad.

Es un día, por tanto, de alegría personal e institucional que nos permite intuir que será posible reencontrarnos más asiduamente, tanto en las ceremonias de graduación previstas como en la culminación de las actividades de conmemoración del vigesimoquinto aniversario de la UOC.

25 años de un proyecto que, desde Barcelona, se proyecta al mundo, con la tecnología como aliada. Aliada hoy en este formato híbrido que nos facilita saludar a una comunidad UOC presente en 142 países del mundo. Una tecnología aliada desde hace 25 años, cuando fuimos la primera universidad online del mundo; aliada para los horizontes que han de venir; y, sobre todo, aliada a lo largo de la pandemia para superar con creces el reto de mantener en funcionamiento la docencia, la investigación y la gestión junto a un enorme esfuerzo y dedicación de todas las personas, sin sacrificar la excelencia.

Con todo, este buen trabajo y la actual evolución positiva de la pandemia no nos tendrían que hacer olvidar las secuelas personales y económicas provocadas por la COVID-19; ni los sacrificios y el buen comportamiento de buena parte de la población. A todos ellos y a todas ellas, mi aprecio y reconocimiento.

Además, la elección de este espacio –el auditorio de Can Jaumandreu– nos permite visualizar la centralidad que tendrá para el futuro de la UOC el campus de Poblenou, en un barrio tan icónico para la ciudad como el 22@. Presentes en Can Jaumandreu desde 2005, gracias a la combinación de esfuerzo económico y logístico propio y a la complicidad municipal, concentramos en estos espacios toda la investigación y la docencia de nuestra universidad. Y, por lo tanto, podremos favorecer tanto la interdisciplinariedad de puertas adentro como la creación, la conexión y la divulgación de puertas afuera.

Todo este potencial de futuro basa su consistencia en la trayectoria acumulada a lo largo de los años. De aquí viene la importancia de rendir cuentas sobre lo llevado a cabo, antes de encarar nuevos horizontes.

La lección inaugural es un acto académico, pero también programático. A través de la persona escogida, la universidad se vincula a una trayectoria y comparte así una genealogía y una mirada sobre el mundo.

Hoy tendremos el honor y el privilegio de ser partícipes de las reflexiones de la doctora Francesca Bria. De enriquecernos con alguien que, desde posiciones relevantes en diferentes instituciones y países, ha defendido unas políticas digitales en beneficio de la ciudadanía y unas tecnologías de la información sintonizadas con el bien común y con un nuevo humanismo de matriz europea.

No se me ocurre un mejor punto de partida para orientar nuestra actuación como universidad si queremos contribuir a reflexionar sobre el cambio digital y si queremos participar en su implementación. Por eso, y antes de dar paso a nuestra invitada, querría referirme brevemente, mediante tres parejas de conceptos, al papel que la UOC –como universidad de mandato público– puede y debe jugar en este contexto de transformación digital.

El primer dúo sería el de ignorancia versus educación. Y el 'versus' no es casual. Porque, como escribió Derek Bok, antiguo rector de la Universidad Harvard: “Si pensáis que la educación es cara, probad con la ignorancia”. En otras palabras: las partidas destinadas a formación no son gasto, sino inversión, una de las mejores inversiones posibles, sobre todo si entendemos que tan importantes son el importe y la constancia como la amplitud y la diversidad del esfuerzo educativo. Porque el talento –nuestro objetivo en última instancia– es una de las riquezas más igualitariamente distribuidas.

Evidentemente, esto no es garantía de nada. Como nos recuerda el historiador –italiano también– Carlo Maria Cipolla, también la estupidez humana es una constante: un rasgo repartido equitativamente en todos los sectores y en todos los grupos sociales. Pero mientras la estupidez no descansa y no necesita ningún esfuerzo para manifestarse, el talento sí nos exige un entorno favorable para ser detectado, alentado y multiplicado. Y no estamos en condiciones de derrocharlo...

En este sentido, la formación online se nos aparece como la palanca perfecta para movilizar el talento allí donde esté. La tecnología cambia el paradigma para pasar de la educación a distancia a la educación sin distancias. En momentos de fuerte debate sobre los desequilibrios territoriales internos, la UOC acerca la formación superior de calidad, la ajusta a las necesidades de cada estudiante y la extiende a lo largo de su vida formativa, haciendo realidad el mantra europeo: “no one and no place behind”.

La transformación digital del sistema educativo, en su conjunto y en toda su extensión, es hoy parte de la respuesta para lograr un equilibrio territorial presente y futuro. Un equilibrio territorial que incorpore el talento de las zonas rurales o desplazadas respecto de los grandes centros económicos, generando alianzas cómplices para la transformación y capacitación de su población, vertebrando y respetando las múltiples realidades existentes, y captando y creando nuevas oportunidades que enriquecen su tejido económico y cultural. En definitiva: nos permite cultivar el talento con un alcance global.

El segundo binomio conceptual es el de voluntarismo versus realismo. Porque, más allá de la respuesta emocional y humanamente comprensible del “todo irá bien”, los unicornios y los arcoíris, hay que tratar a la ciudadanía de forma adulta. Sin caer en la fatalidad paralizadora, como mujeres y hombres de ciencia que somos tenemos un papel relevante a la hora de ayudar a entender la complejidad del mundo, de combatir las fake news, de facilitar aportaciones relevantes para las soluciones de futuro y de dotar las actuaciones de nuestra sociedad de consistencia y coherencia.

Lo expresaba con contundencia recientemente la divulgadora científica Elisabeth Kolbert, al recordar que tan suicida es negar el cambio climático como cerrar los ojos a algunos de sus efectos ya inevitables.

La realidad es compleja... pero es precisamente en la complejidad donde la universidad –si se libera de los abismos de la fatalidad y el voluntarismo– puede ser útil socialmente. En este sentido, hay que entender las tecnologías de la información y la comunicación como canales útiles a través de los cuales cabe abrir vías de diálogo con la sociedad que nos acoge, actuando como nodos para generar, compartir, difundir y multiplicar el conocimiento: el buen conocimiento.

Precisamente para garantizar la máxima circulación, nos hemos dotado de un Plan de conocimiento abierto que nos sincroniza con iniciativas compartidas como la Semana Internacional del Acceso Abierto que se está celebrando justo estos días.

Y el tercer y último binomio: igualdad versus desigualdad. La digitalización puede dar una falsa sensación de equidad y, en cambio, crear o incrementar las fracturas sociales, económicas y tecnológicas existentes. De aquí viene la importancia de capacitar digitalmente a la ciudadanía, incorporando la formación en este ámbito como un aprendizaje transversal.

Solo de la mano de una formación adecuada, la ciudadanía podrá sacar partido de las oportunidades generadas por la transformación digital, podrá intervenir en la vida social, política y cultural de su entorno, y podrá dotarse de las habilidades imprescindibles para defender sus derechos y ejercer sus deberes.

Y aquí, nuevamente, el sistema educativo en general –y una universidad como la nuestra en particular– tenemos mucho que decir y mucho que hacer.

Necesitamos considerar ya internet como un derecho ciudadano básico, tan imprescindible como disponer de un acceso a la red de calidad, asequible, de carácter neutro y en igualdad de condiciones. La pandemia ha acentuado la centralidad de la tecnología en nuestras vidas, hasta el punto de que ningún ámbito ya le es ajeno... ni los que vendrán.

Porque digitalizar no significa incorporar el adjetivo smart aleatoriamente, ni hacer lo que ya hacíamos pero retransmitido en streaming, ni rodearnos de artefactos electrónicos... sino hacer lo que hasta ahora no hacíamos o no podíamos hacer. Ser digital es una actitud, una manera de hacer, más allá de la tecnología. Crear nuevos lenguajes y nuevas formas de hacer, aportar nuevos procesos y nuevas creaciones, con consecuencias imparables tanto en el sistema productivo como en nuestra estricta cotidianidad.

Estos tres binomios que acabamos de repasar –ignorancia versus educación, voluntarismo versus realismo, e igualdad versus desigualdad– nos marcan posibles actuaciones a realizar, pero, si no van acompañadas de la imprescindible complicidad institucional, su efectividad siempre será reducida y limitada. Y es que, como dice la doctora Bria: nos hace falta “re-politizar” la tecnología, porque “la tecnología no es un proceso de progreso lineal. Por eso es crucial que sea modelada por la sociedad”.

Porque la promoción del talento, del realismo y de la igualdad, frente a la ignorancia, el voluntarismo y la desigualdad, depende –y mucho– de las políticas públicas. Políticas no basadas en las coyunturas, sino en estrategias consolidadas, en proyectos de país y de universidad que apuesten por mapas estables.

Y para situarnos en estos mapas del mañana, nadie mejor que la doctora Francesca Bria.

Josep A. Planell
Rector de la UOC