25/1/17

El perfil del acosador escolar: entre la angustia y la crueldad

Uno de cada diez alumnos asegura que ha sufrido acoso escolar (bullying) y uno de cada tres ha sido insultado por móvil o internet. Los datos los recoge un estudio realizado por la ONG Save the Children sobre el acoso y el ciberacoso en España en el que participaron 21.487 alumnos de 12 a 16 años y que se publicó en febrero de 2016. Sin embargo, el informe también recoge la otra cara de la moneda: un tercio de los alumnos reconoce haber agredido físicamente a otro compañero en los últimos dos meses; uno de cada diez, haberlo amenazado, y el 50 %, haberlo insultado cara a cara y el 25 %, por las redes. ¿Pero cuál es el perfil del acosador escolar? ¿Tienen rasgos psicológicos comunes?
Uno de cada diez alumnos asegura que ha sufrido acoso escolar

Uno de cada diez alumnos asegura que ha sufrido acoso escolar

José Ramón Ubieto, profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC, e Irene Montiel, profesora de Criminología de la UOC y doctora en Psicología, lo analizan y proponen herramientas para reconducir el comportamiento de los acosadores.

El acoso escolar se caracteriza por una «relación abusiva» que se produce entre iguales que suelen «convivir» en el mismo centro escolar. Las estrategias utilizadas para romper este círculo de igual a igual van desde agresiones físicas directas (golpes o empujones) o indirectas (romper o golpear cosas) hasta agresiones psicológicas verbales (insultos o difundir rumores), emocionales (chantaje y extorsión) o relacionales (exclusión social).


El acosador proactivo y reactivo

Según los expertos existen dos tipos básicos de acosadores: el proactivo y el reactivo. El primero actúa por iniciativa propia: «Suele tener un comportamiento impulsivo, disruptivo, dominante o antisocial y presenta un modelo relacional basado en la dominancia-sumisión y una escasa empatía y asertividad», concreta Montiel. El segundo, en cambio, reacciona de manera agresiva cuando se siente atacado porque no sabe manejar de otra forma la rabia, el enojo o la tristeza. «Presenta un perfil predominantemente ansioso, con baja autoestima y pocas habilidades sociales», añade. En los dos tipos, según la criminóloga, existe un déficit importante en la identificación y la gestión de las emociones propias y externas. Montiel y Ubieto, además, coinciden en señalar que en muchos casos el acosador ha sido víctima de otras situaciones de abuso. «En el fondo se sienten unos frikis, pero hacen un esfuerzo para imputar esta situación a las víctimas. Cuando no son los líderes del acoso, son jóvenes fácilmente influenciables por otros», apunta Ubieto.

En el caso del ciberacoso, el perfil del agresor es el de un chico de entre 14 y 15 años (49 %), que se caracteriza por empezar a hacer uso de internet antes de lo habitual sin mediación de sus padres, y por tener un control muy alto y rigidez familiar en el resto de aspectos y un autoconcepto emocional bajo. «El 67 % de los ciberacosadores o troles han sido víctimas de ciberacoso», alerta Montiel. «En la mayoría de casos, pues, los jóvenes que presentan comportamientos agresivos en línea necesitan recibir tratamientos adecuados no solo por su comportamiento disruptivo, sino también en la gestión de sus propias experiencias como víctimas», añade la experta.

El perfil del espectador del acoso, que tiene un papel clave en la dinámica de la victimización, es mucho más heterogéneo: «Su actitud, desde el apoyo, la aceptación sin intervención o la defensa de la víctima, puede mantener o romper el acoso», especifica Montiel.


Mi hijo es un acosador: ¿cómo reconducirlo?

¿Qué deben hacer los padres ante un hijo que hace acoso escolar? Según un estudio de Educo, al 11 % de los padres con hijos acosadores le costaría admitirlo o bien quitaría hierro a la problemática. El mismo informe destaca que el 56 % hablaría con los hijos y que el 63 % considera que es la escuela la que debe resolver este tipo de casos.

«Los padres lo suelen detectar tarde, cuando la dinámica de victimización ya está instaurada, los mecanismos que la mantienen funcionan a pleno rendimiento y la víctima ya está debilitada psicológicamente», coinciden Montiel y Ubieto. De hecho, los primeros en detectarlo son obviamente la propia víctima, los padres de esta o los propios profesores, que son los que lo ponen en conocimiento de los padres del agresor una vez ya ha sucedido alguna situación grave.

Aun así, los expertos alertan de que existen factores de riesgo que pueden llevar a los jóvenes a convertirse en futuros acosadores y que se pueden detectar previamente. Entre estos factores hay comportamientos violentos generalizados, impulsividad y bajo control, tendencia a romper las reglas, insatisfacción con la vida, tendencia al abuso de poder y dificultad de empatizar con otras personas.

¿Pero qué se puede hacer cuando no se ha detectado a tiempo? «Hay que frenar en seco la situación de abuso, que es una manifestación clara de crueldad y sadismo», deja claro Ubieto. Para conseguirlo, es necesario un tipo de sanción, ya sea verbal o académica, y si esto no funciona, en último término legal, para que el joven rectifique. El siguiente paso, según el psicólogo y la conflictóloga, es darle la oportunidad de pensar sobre su conducta y, por último, dar una respuesta clara de rectificación que implique una cierta disculpa o reparación.

Uno de los aspectos más complicados para reconducir la situación es que el propio entorno familiar acepte la realidad y, por lo tanto, no minimice la gravedad de los hechos y los daños que puede experimentar la víctima. Para evitarlo, según los expertos en acoso escolar, es necesario que las familias hablen con el hijo sobre la situación detectada, pidiéndole que se ponga en el lugar de la víctima y planteándole posibles actuaciones para reparar los daños; informen de ello al centro en caso de que no lo haya detectado anteriormente para que tome medidas para proteger a la víctima y valore la gravedad de la situación, y, por último, participen proactivamente en las medidas de conciliación que proponga el centro entre la víctima, el agresor y los observadores. «No hay que quitarle importancia porque es un hecho grave, pero tampoco hay que estigmatizar y criminalizar un comportamiento que se puede acabar modificando», concluye Ubieto.

Expertos UOC

Contacto de prensa

También te puede interesar

Más leídos