1/12/17

La muerte programada de los electrodomésticos cuesta 50.000 euros a cada familia

La Unión Europea promueve que el producto lleve una etiqueta con su durabilidad para informar al consumidor
Foto: William Iven / Unsplash

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Móviles que no permiten el cambio de pantalla o de batería, impresoras que dejan de funcionar cuando han impreso un número de páginas prefijadas, portátiles cuyas piezas estropeadas no se pueden cambiar porque no hay repuestos... Todas estas prácticas son fruto de la obsolescencia programada o planificada o, lo que es lo mismo, el fin de la vida útil de un producto fijada de antemano por los fabricantes o por los diseñadores con el objetivo de comprar uno nuevo. La Fundación Energía e Innovación Sostenible (Feniss) defiende que un núcleo familiar con cuatro miembros podría llegar a ahorrar hasta 50.000 euros a lo largo de toda la vida si los electrodomésticos duraran más o estuvieran diseñados para ser reparados. Los expertos dicen que poner etiquetas sobre la durabilidad de los productos podría ayudar al consumidor a tomar decisiones de compra.

Que una lavadora dure 20 o 30 años es cada vez menos habitual. Los electrodomésticos, pero sobre todo la electrónica de consumo como ordenadores, tabletas, móviles, portátiles o impresoras, tienen una vida más corta que la que podrían llegar a tener. Se trata, según el director académico de los MBA y programas directivos de la UOC, Enric Serradell, de una «práctica fraudulenta y poco ética», en la medida que no ha sido comunicada a los consumidores y que en muchos casos ha sido «generalizada por los fabricantes».

Esta obsolescencia programada se nota sobre todo en los aparatos electrónicos, que se cambian cada vez con más frecuencia. Un estudio publicado por Greenpeace y iFixit, una web que analiza el índice de reparación de este tipo de productos, dice que marcas como Apple, Samsung y Microsoft salen bastante mal paradas. El profesor de los Estudios de Informática, Multimedia y Telecomunicación de la UOC Carles Garrigues explica que tecnológicamente sí es posible programar los productos para que queden obsoletos al cabo de un tiempo. «Hay muchas maneras de hacerlo, tanto en cuanto al hardware como al software», afirma.


¿Pagaría más por un producto que explicite su vida útil?

La Unión Europea ha comenzado a dar los primeros pasos para acabar con la obsolescencia programada. En 2013, el Comité Económico Social Europeo encargó un estudio sobre la influencia del etiquetado de la vida útil de los productos en los consumidores. La conclusión más destacada según los fabricantes fue que los consumidores parece que están dispuestos a pagar más por los productos que están fabricados para durar más: más de cien euros adicionales por un lavavajillas con una vida útil adicional de dos años. Según un estudio del Eurobarómetro del año 2013, un 90 % de los ciudadanos cree que los productos deben etiquetarse claramente para indicar su vida útil.

En julio pasado, el Parlamento Europeo creó una comisión de estudio para impulsar una serie de medidas para luchar contra la obsolescencia programada, como dotar con incentivos fiscales los productos que apuesten por la durabilidad y que sean fácilmente reparables, así como permitir al consumidor que pueda reparar sus dispositivos acudiendo a cualquier proveedor, no solo a los elegidos por las diferentes empresas. El Parlamento Europeo también pide a la comisión que estudie la creación de una etiqueta europea voluntaria que incluya, entre otras cosas, la durabilidad del producto y el diseño ecológico. Serradell explica que las acciones legislativas contra la obsolescencia programada están situadas en lo que se llama economía circular, que propone que los productos tengan siempre la posibilidad de ser reciclados y reutilizados.

El economista subraya que acciones como el etiquetado con información sobre la vida útil de un producto ayudarían al consumidor a elegir su compra. «Podremos elegir si nos compensa comprar productos más baratos con vida útil más corta o productos más caros con una vida más larga, lo cual redundará en beneficio de ciudadanos y consumidores», dice.

La profesora colaboradora de los Estudios de Economía y Empresa de la UOC y experta en marketing Neus Soler explica que a las marcas, la emisión de esta etiqueta les reportaría más ingresos, ya que haría aumentar el precio de los productos. El etiquetado, según Soler, también redundaría en beneficio de la imagen de la empresa, ya que los consumidores percibirían esa empresa como colaboradora en la reducción de residuos y, además, cuando el producto se estropeara, tendría más ingresos por reparaciones e intercambios.

Sin embargo, la experta en marketing considera que hay productos y productos y compradores y compradores y que no todo el mundo estaría dispuesto a pagar más por un producto que tuviera la etiqueta de caducidad. «El consumidor estaría dispuesto a pagar más para asegurar una durabilidad más larga de una lavadora, pero en el caso de un móvil, en el que los avances tecnológicos hacen que aunque funcione quede obsoleto en prestaciones y diseño, probablemente no», explica.

br/>De los neófilos a los que se preocupan por el medio ambiente

Soler habla de tres perfiles de consumidores. Unos son los neófilos y clientes precoces (early adopters), básicamente gente joven, que siguen las tendencias y que quieren ser los primeros en adquirir novedades. El otro gran segmento que identifica es el de personas entre cuarenta y sesenta años que sí querrían poder alargar la durabilidad del dispositivo que tienen porque ven que las prestaciones del nuevo modelo no son muy significativas en relación con la versión anterior, o bien son funciones que no llegarían a aprovechar. Y el tercer grupo está formado por las personas preocupadas por la irresponsabilidad de las marcas en materia de sostenibilidad y medio ambiente y que querrían que el etiquetado no fuera voluntario, sino que se impusiera.

Hug March, ambientólogo e investigador del Laboratorio de Transformación Urbana y Cambio Global (TURBA Lab) de la UOC, cree que para combatir la obsolescencia programada es necesario ir al foco del problema, que, a su juicio, implica buscar modelos socioeconómicos alternativos que no estén centrados en el crecimiento sostenido de la actividad económica a cualquier precio.

Gran parte de los residuos electrónicos va a parar a países del Tercer Mundo, especialmente de África, a los que llegan grandes contenedores cargados con todo tipo de electrodomésticos, sobre todo ordenadores y móviles. Un hecho que conlleva un gran perjuicio ambiental y para la salud de las personas.


Productos con fecha de caducidad: de la bombilla a las medias de nilón

La obsolescencia programada no es un problema actual. Se empezó a hablar de la obsolescencia en la década del 1920, especialmente a raíz del crac del 1929, cuando los fabricantes empezaron a acortar deliberadamente la vida útil de muchos objetos para fomentar el consumo y hacer crecer la economía. La bombilla se convirtió en la primera víctima y muchas empresas fabricantes fijaron en no más de mil horas su vida útil, cuando las primeras bombillas tenían más durabilidad. Otros productos más efímeros como las medias también se vieron afectados por esta práctica. La empresa DuPont presentó en 1940 una media muy resistente en la que no se hacían carreras. Poco después dejó de fabricarlas porque al ser tan resistentes las mujeres dejaban de comprarlas, y comenzó a fabricar medias más frágiles. Lo explica el documental sobre el ciclo de la vida de los artículos Comprar, tirar, comprar, coproducido por España y Francia.

Expertos UOC

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