30/6/25 · Justicia

"No necesitamos neuroderechos nuevos, debemos desarrollar los que ya tenemos"

Jan Christoph Bublitz, jurista y ponente principal del Congreso IDP

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Jan Christoph Bublitz es jurista en la Universidad de Hamburgo y está especializado en derecho penal y derechos humanos, teoría jurídica y las intersecciones entre el derecho, la filosofía y la ciencia cognitiva. Actualmente dirige dos proyectos de investigación interdisciplinarios: Hybrid Minds, que examina las implicaciones jurídicas y éticas de la fusión de inteligencia artificial y orgánica a través de neurotecnologías, y otro que se centra en el retorno a la medicina de las sustancias psicodélicas. También codirige la Freedom of Thought Research Network.

El 3 de julio, Bublitz pronunciará el discurso inaugural "Neurotecnología y derechos humanos internacionales" en el xx Congreso IDP. Neurotecnología e IA: fronteras legales y de gobernanza, organizado por la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).

¿Qué son las neurotecnologías y por qué se han convertido en una cuestión urgente para los juristas?

Las neurotecnologías son dispositivos que miden o alteran la actividad del cerebro y del sistema nervioso. Ejemplos de ello son los escáneres de imágenes cerebrales para diagnosticar trastornos, o los estimuladores cerebrales profundos implantados de forma permanente en el cerebro. Los últimos avances incluyen interfaces cerebro-ordenador que conectan cerebros a máquinas para, por ejemplo, permitir que las personas con parálisis puedan comunicarse.

Aunque no son nuevos, los recientes avances impulsados por la inteligencia artificial (IA) han ampliado considerablemente el potencial de la neurotecnología. Cada vez se utilizan más dispositivos en contextos médicos y psiquiátricos, y algunos incluso se venden públicamente con fines no médicos, como en el caso de los juegos, el bienestar o la mejora cognitiva. Se espera que su consumo crezca sustancialmente en los próximos años.

Desde el punto de vista filosófico y jurídico, lo que hace interesante a la neurotecnología es su potencial para penetrar en la "fortaleza interior" de la mente. Permite acceder tecnológicamente a los estados mentales y ofrece intervenciones que prometen ser más precisas que los fármacos. Esto puede ampliar enormemente el poder sobre la mente de las personas, que actualmente es limitado. Es un hecho preocupante, sobre todo porque algunas empresas del sector tienen antecedentes dudosos en materia de privacidad en otras tecnologías digitales. La pretensión de empresas como Neuralink, de Elon Musk, de "liberar el potencial humano" incluso en personas sanas exige un examen ético y jurídico.

¿Qué problemas de derechos humanos plantean las neurotecnologías? ¿Son adecuados los marcos jurídicos actuales?

Históricamente, los poderes fácticos han intentado influir en las mentes en repetidas ocasiones, desde las inquisiciones religiosas hasta los regímenes totalitarios. Actualmente, en algunos países se utilizan neuroherramientas en interrogatorios a delincuentes o en tratamientos involuntarios. Estos usos, aunque todavía limitados, son técnicamente imaginables y subrayan la necesidad de una regulación protectora.

Las empresas privadas también plantean riesgos similares. Imaginemos el siguiente escenario, ya técnicamente factible: nuestra actividad cerebral es monitorizada mientras jugamos o navegamos por internet, poniendo sutilmente a prueba nuestras reacciones a estímulos específicos como, por ejemplo, los coches rojos. Esto puede revelar preferencias y deseos que quizá no hemos captado del todo y que, por supuesto, pueden ser utilizados para hacer publicidad personalizada o influir de otra manera. La legislación sobre derechos humanos no obliga directamente a las empresas, pero los gobiernos deben proteger a las personas de tales prácticas.

Con todo, las neurotecnologías ofrecen perspectivas prometedoras para las personas con discapacidades físicas o mentales. La Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad exige a los gobiernos que promuevan tecnologías de asistencia accesibles. Garantizar el acceso a las neurotecnologías médicas es una cuestión de derechos humanos.

¿Necesitamos derechos nuevos, como los neuroderechos, o es posible adaptar los que ya existen?

La idea de los neuroderechos está ganando adeptos, pero me parece equivocada. Implica que los derechos existentes son insuficientes, lo cual me parece incorrecto. Derechos como la libertad de pensamiento y la integridad mental ya existen y lo que hay que hacer es reforzarlos, no sustituirlos.

La libertad de pensamiento, formulada después de la Segunda Guerra Mundial, encierra la idea de que ciertas partes de la mente humana deben permanecer en principio fuera de los límites. La integridad mental, introducida en Estados Unidos en la década de 1960 y adoptada en la UE en el año 2000, proporciona una protección holística de la persona de forma similar.

El discurso de los derechos neuronales ignora peligrosamente la existencia de estos derechos, crea problemas donde no los hay y distrae la atención de los verdaderos retos. En lugar de crear nuevos derechos con protecciones potencialmente más débiles, deberíamos centrarnos en interpretar y aplicar los que ya existen en el contexto de la neurotecnología. Esta es la estrategia que siguen organismos internacionales como la ONU, y creo que tienen razón.

¿Cómo podemos distinguir legalmente entre influencia, manipulación y coacción en las interfaces cerebro-ordenador o en las tecnologías de perfeccionamiento humano?

Establecer una división clara entre persuasión e influencia indebida es particularmente difícil. La UE ha tenido que lidiar con ello en la Ley de Inteligencia Artificial. Las definiciones siempre dependerán del contexto. Los criterios relevantes incluyen el grado de control y conciencia que los usuarios poseen sobre una intervención, si esta elude el pensamiento racional y, más en general, si los respeta como seres autocontrolados o explota sus debilidades. Los objetivos de las intervenciones también son significativos. Aunque hay muchos aspectos difusos, abogo por una prohibición por defecto de las neurointervenciones en las mentes, permitiendo excepciones solo en circunstancias extraordinarias.

¿Por qué la libertad de pensamiento adquiere una importancia renovada en la era de la neurotecnología?

La libertad de pensamiento es un ideal paradigmático de la Ilustración: pensar por uno mismo, con independencia de autoridades como la Iglesia, el Estado o la opinión pública. Hoy en día, este derecho debe establecer límites contra las intervenciones en el pensamiento, incluida la revelación o alteración no autorizada de pensamientos y formas de pensar. Las neurotecnologías que puedan leer o manipular pensamientos no expresados deben estar estrictamente reguladas. El derecho a la libertad de pensamiento, correctamente interpretado, podría servir como una poderosa salvaguarda contra tales invasiones. Esta es la promesa y el potencial que ofrece el derecho, y espero que los organismos y tribunales de derechos humanos adopten esta interpretación.

¿Qué papel deben desempeñar los organismos y tribunales internacionales en la regulación de las neurotecnologías?

Los organismos de la ONU pueden dar forma a una interpretación de los derechos, lo que es especialmente importante en el caso de los derechos de integridad mental y de libertad de pensamiento, actualmente determinados de forma insuficiente. Los recientes esfuerzos del Comité Consultivo de Derechos Humanos de la ONU, la UNESCO y la OCDE son ejemplos positivos de ello. Los tribunales definen en última instancia los derechos, pero los casos pueden tardar años en ser admitidos.

Mientras tanto, las organizaciones internacionales pueden compensar las lagunas existentes publicando orientaciones no vinculantes, marcos interpretativos y buenas prácticas. Aunque no son vinculantes, estas herramientas pueden influir en las leyes nacionales y moldear el comportamiento de las partes interesadas.

¿Cómo se relaciona el retorno de los psicodélicos a la medicina con la libertad cognitiva y la regulación?

Sustancias como la psilocibina y la MDMA podrían utilizarse pronto para tratar la depresión o el TEPT. Países como Suiza y la República Checa ya permiten su uso médico. Los problemas éticos existen, pero son manejables. Los temores a un control biopolítico parecen infundados, ya que estas terapias son voluntarias y su objetivo son enfermedades graves.

El cambio de perspectiva que supone pasar de unos fármacos estrictamente programados a fuentes de curación es principalmente el resultado de la investigación médica reciente. Pero también ha sido posible gracias a los defensores de la libertad cognitiva y de la idea de soberanía sobre la propia conciencia. Los académicos y activistas que han defendido esta idea en las últimas décadas han contribuido a crear el espacio necesario para los avances actuales.

La cuestión crucial que asoma ahora por el horizonte es si la libertad cognitiva se extiende más allá de un entorno médico. Las empresas biotecnológicas están explorando formas de inducir estados mentales específicos sin los graves efectos secundarios de muchas de las drogas ilegales actuales. Esto plantea todo tipo de dudas acerca de si deben fomentarse o prohibirse determinados estados mentales, y quién toma estas decisiones.

¿Cuáles son sus principales recomendaciones políticas para establecer un equilibrio entre la innovación y la dignidad humana?

En primer lugar, trazar líneas rojas claras y no negociables: nada de intervenciones no consentidas que alteren o revelen el pensamiento, aunque ello complique la labor de los organismos que aplican las leyes u otras autoridades. En segundo lugar, regular estrictamente la neurotecnología de consumo e incluso fijar una moratoria sobre los implantes cerebrales no médicos. También podríamos necesitar nuevas figuras delictivas para las interferencias graves.

En tercer lugar, sin embargo, hay que evitar una regulación excesiva impulsada por el miedo. Los titulares sensacionalistas suelen distorsionar los riesgos reales. Un exceso de restricciones podría obstaculizar avances prometedores. Y no olvidemos una cosa: casi la mitad de nosotros desarrollará algún tipo de trastorno cerebral a lo largo de su vida. La neurotecnología podría aliviar este sufrimiento. Debemos fomentar la innovación médica al tiempo que regulamos estrictamente las aplicaciones no médicas.

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